LA ESTRELLA DE MI VIDA romance Capítulo 5

—Cristina, dime qué te pasa —Isabella se sintió repentinamente confundida.

Pero Cristina dijo con indiferencia:

—Nada, deja de llamarme. ¿Vale?

—¿Te pasa algo? Cuéntamelo, ¡voy a ayudarte! —preguntó preocupada.

Cristina se impacientó:

—¡Todo está bien, no me molestes! Además, no volveré ni trabajar en esa empresa de mierda. Ya está, no vuelvas a llamarme, ¡adiós!

Después de eso, Isabella recordó el asunto de hoy.

Así que se dio una palmada en la frente con disgusto. Realmente estaba tan ocupada en el trabajo, que no recordaba las cosas e incluso se tomó la molestia de complacerla.

«¿Hay alguien más desafortunado que yo en este mundo?»

En una noche, un hombre le robó el beso, y su mejor amiga le dijo que rompiera la amistad.

Mirando esta pequeña y destartalada casa, Isabella casi lloró.

«Nadie podría quedarse con uno otro en toda su vida, ¿verdad?»

***

Cuando Cristina llegó a Finca de Monte de la familia Navarro, vio las medallas de oro colgadas en las paredes del vestíbulo y pudo adivinar cuál era la otra identidad oculta de Gonzalo.

—¿Gonzalo es un soldado? —Cristina no pudo evitar preguntar a Juan.

Juan sonrió y asintió. Se sentía honrado de ser el mayordomo de Gonzalo.

Pero Cristina se quedó triste.

«Si me voy a casar con un soldado, ¿no seré viuda?»

«Los soldados siempre están en el ejército, o luchando con los criminales.»

«¿De qué sirve ser rico si no puede asegurar su vida?»

«¡Si lo hubiera sabido, no habría fingido ser Isabella!»

Cristina se arrepintió mucho.

Juan percibió sus pensamientos y añadió:

—No te preocupes. Gonzalo se retirará este año y se dedicará a los negocios para hacerse cargo del Grupo Gonzalo.

—¿De verdad? —Cristina preguntó con alegría.

Juan asintió ligeramente.

«¿Cómo Gonzalo puede haberse enamorado de una mujer que adora el dinero?»

Este hombre, en efecto, era muy guapo, con rasgos perfectos. Él levaba uniforme y botas militares, lo que le daba un aspecto guay. Era más alto que Isabella.

—Tú...

—¡Sígueme!

Sin esperar a que Isabella terminara sus palabras, el hombre la llevó fuera del supermercado.

—¿Quién eres? ¡Suéltame!

Isabella sostenía una bolsa de fruta e intentaba soltarse de la mano del hombre, pero no podía detener su paso.

Un día sin verla pero la echaba él de menos.

Isabella no sabía lo que pensó este hombre, incluso se quejó.

«¿Está loco?»

«¡No lo conozco en absoluto!»

Él se detuvo y se dio la vuelta, entonces Isabella se estrelló contra su pecho. En cuanto ella levantó la cabeza, él la besó. El hombre era dominante.

Los latidos de su corazón latían con fuerza y su respiración era acelerada, haciendo que Isabella se quedara perdida.

Esta sensación familiar... ¡Se parecía al de anoche!

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