—Soy virtuosa y fiel al matrimonio. Nunca he tenido novios. Sé lavar las ropas y hacer comidas, también puedo mantener la familia. Además, mi familia es simple y los padres tienen empleos dicentes. ¿Quieres casar conmigo?
Isabella lo dijo todo con coraje, pero su voz iba bajando y su expresión revelaba su nerviosidad.
Fue una mentira, una mentira garrafal.
Terminó las palabras, Isabella bajó la cabeza por miedo. ¡Todo se terminara! ¡Nadie pudiera salvarle! ¡Ella le mintió!
Oyendo una risa sarcástica Isabella sintió aturdida y miedosa.
Afortunadamente, la risa no se dio por Gustavo. Según la risa, Isabella vio un hombre de unos treinta años y de un traje negro levantarse del asiento cercano.
—Veo una conocida, voy a saludarle —dijo el hombre a su compañera.
Luego el hombre se acercó a Isabella riendo.
—Isabella, te encuentro otra vez —el hombre batió el hombro de ella con fuerza.
Isabella estaba molesta por su acto mirando al hombre con una expresión perpleja, y le preguntó:
—¿Quién eres?
El hombre le parecía familiar a Isabella, pero ella no podía recordar dónde le había visto a él. ¿Acaso fuera uno de los hombres quienes habían citado con ella?
La mirada del hombre se bajó hacia Isabella y ello dijo riéndose:
—¡Qué olvidadiza eres! Tuvimos una cita aquí la semana pasada.
Sus palabras se lo recordaron a Isabella. Lo que dijo el hombre era verdad. Como ella había citado con tantos hombres, no era sorprendente que le olvidara.
—Eres tú, hola.
Isabella se rio. Se sintió avergonzada y quitó la mano del hombre sobre el hombro. Un nefasto presentimiento turbó su pensamiento.
El hombre se mostraba como si fuera un amigo de Isabella. Le estrujó a ella para forzarle moviendo mientras se sentó al lado de ella seguidamente. Todo lo que hizo se hacía Isabella embarazosa. Como él veía que Isabella estaba citando con otro hombre, se burló de ella:
—Parece que estás tan preocupada para casar con alguien.
—No es lo que dices... Bueno, sí.
Ella estaba preocupando por casarse, pero tenía razón.
Isabella fue a explicar, pero el hombre giró a Gustavo, le observó y continuó decir:
—Hombre, supongo que seas un caballero. Quiero decirte la verdad. ¿Sabes con cuántos hombres ella ha citado? ¡Un montón! Como quien dice que el negocio de su padre fracasó y la empresa quebró. El padre está en una gran deuda, incluso usuras. Ella solo pretende casarse con un rico y pedirle dinero para la deuda. Te miente ella, en cambio, ella no tiene trabajo ni dinero, para no mencionar otros.
¿Por qué podía disfrutarse en la desgracia de otros? Isabella quería darle bofetadas.
—Me lo dijo en la cita de la semana pasada. No te da la verdad por tus aspecto y riqueza y te engañó para casarse contigo. ¡No confíes en ella!
—Hay ciento uno rosas aquí, sumando a las siete que te doy, en total ciento ocho, que representan que te pido el matrimonio.
—¿Me pides el matrimonio? —Isabella estaba muy confusa.
—Estoy dispuesto —continuó en serio Gustavo.
¿Estaba dispuesto? ¿Para qué? Isabella no lo entendía.
—Me preguntas si quiero casar contigo, mi respuesta es sí. ¿Y tú? Te he pedido el matrimonio, ¿si quieres casar conmigo?
Las palabras de Gustavo no solo le sorprendieron a Isabella también al hombre.
Antes de responder Isabella el hombre le interrumpió:
—Hombre, te he dicho que la mujer tiene mala personalidad.
—Te dijo la verdad porque ella no se te interesaba. Al contrario, Me miente porque me quiere. Pero le desuellas a ella en público, ¿no eres tú quien tiene la mala personalidad?
Gustavo tiró de Isabella a su lado y le abrazó.
La cara del hombre se convirtió roja mirando a Gustavo con enojo y volvió a su asiento irritadamente.
Mirando a la cara de Gustavo, Isabella se asombraba por su acción. Sintiendo el calor de su abrazo se ablandaba el corazón.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: LA ESTRELLA DE MI VIDA