La seducción del director general romance Capítulo 16

-¡No! Nada, solo...

Amelia tartamudeó y se detuvo. No tenía idea de qué podría decir para calmar la ira del hombre que tenía frente a ella.

—¿¡Qué le dijiste!? —le gritó Sergio.

Amelia se asustó por sus gritos y derramó todo:

-¡No dije nada! Acabo de enviarle nuestra grabación.

Sergio abofeteó muy fuerte a la chica mientras un destello asesino brillaba en sus ojos.

-¡¿Quién te dio permiso para hacerlo?!

La pobre chica se desplomó en el suelo después de la bofetada. Luego se detuvo y se arrodilló frente a Sergio mientras abrazaba sus piernas.

—¡Solo quiero que te deje en paz! ¡Te quiero tanto, tanto que me estoy volviendo loca!

Sergio la agarró del cuello, causando que la chica se ahogara. Matarla habría sido muy fácil, solo hubiera necesitado aplicar un poco más de fuerza.

El hombre contestó lleno de ira:

-¿Quién te crees que eres? Solo estoy contigo por diversión. ¿Qué te hace pensar que tienes el derecho a hacer que me deje?

Al escuchar eso, Amelia palideció. Su respiración cada vez se hacía más difícil. Sergio la apretaba cada vez más. Ella suplicó con su último aliento:

—Yo... Yo... Ser, por favor... ¡perdóname!

Sergio no parecía querer dejarla ir. Sus ojos se llenaron de crueldad. Justo en ese momento, sonó su teléfono. Los ojos de Sergio miraron ahora su teléfono y soltó a la chica.

Amelia se quedó en el suelo, tosiendo y respirando con dificultad. Mientras tanto, él contestó la llamada.

-Señor Jara, al fin localicé la placa que nos dio. Pertenece a Gael, el Jefe de las Fuerzas Especiales Militares -le dijo el subordinado de Sergio.

Un destello asesino se asomó en la mirada de Sergio mientras sus labios esbozaban una sonrisa fría.

-Así que es él. ¿Qué hay de Blanca? ¿Ha regresado?

-Ella subió a una embarcación con Gael. Escuché que regresarán mañana por la mañana —contestó el subordinado.

Las pupilas de Sergio se hicieron más pequeñas, dándole una apariencia aterradora. Luego, contestó:

-Nos uniremos al juego mañana. No cualquiera puede irse así con mi esposa.

—Muy bien.

Sergio colgó el teléfono y se volvió a Amelia con frialdad.

—Tienes tres días para salir de aquí. No vuelvas a buscarme nunca más.

-¡No, Ser! Yo te amo... ¡No me dejes así! -le suplicó Amelia.

-P*rra desvergonzada. -Sergio pateó a Amelia Vargas de forma despiadada mientras le hacía otra llamada con su subordinado—. Necesito que recuperes todas las propiedades que están a nombre de Amelia Vargas. Casas, autos, lujos, todo. Cancela todas las cuentas bancarias e inversiones que tenga a mi nombre. Además, necesito que la pongas en la lista negra.

La cara de Amelia perdió toda expresión y color. Poco a poco, se desplomó en el suelo.

A lo lejos, el cielo comenzó a iluminarse a medida que el primer rayo de luz del día penetraba en las ventanas y bañaba con su luz a Blanca.

La chica abrió los ojos con felicidad. Era la primera vez que concillaba una buena noche de sueño. Se levantó de su cama y procedió a lavarse. Justo cuando salió del baño, alguien llamó a la puerta. De inmediato, Blanca

atendió la puerta.

Era Gael, quien llevaba tres bolsas de compras.

-Creo que su ropa no está seca. Vamos, póngase esta ropa -dijo Gael con su voz profunda.

Luego dejó las bolsas en la puerta.

Gael era un hombre de pocas palabras. Por lo tanto, se dio la vuelta para irse de inmediato tras decir lo que tenía que decir. Blanca sonrió al ver las bolsas y sintió una sensación de calidez en su interior.

Recogió la bolsa de papel y sacó la ropa que estaba dentro. Era una falda de seda bordada hecha a mano con bordados de orquídeas. Era obvio que era una prenda muy cara.

Ni siquiera había devuelto su dinero por los cosméticos. Dentro de una de las bolsas había un par de zapatos blancos. «Genial, son de mi talla», pensó ella con alegría. Los zapatos eran suaves y cómodos.

La chica se puso su ropa nueva antes de salir a estribor, donde se encontró con Gael. El viento soplaba a través de la superficie reluciente del mar, pero la figura de Gael se destacaba más que el panorama a los ojos de Blanca.

La cara fuerte y hermosa del hombre era como una obra de arte perfecta labrada por un gran escultor. Sus ojos perfectos miraban ahora el horizonte.

Aunque fuera hacía frío, Blanca sintió calidez al acercarse a él. Era un calor que venía de él. Gael la miró con atención, apenas parpadeando.

Capítulo 16 1

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