La bala pasó por encima del brazo de Gael y golpeó la puerta del auto. El Teniente Saldaba detuvo el auto de inmediato y el motociclista se alejó de la escena.
-Jefe! ¿Está bien?
El Teniente Saldaba sacó su arma y apuntó al motociclista que escapaba.
-¡No dispare! Estamos en el centro de la ciudad, la gente podría salir lastimada -le recordó Gael.
Luego miró con atención a la motocicleta que escapaba e instruyó:
-Bloqueen la Calle Infortunio y busque en las imágenes de circuito cerrado. Sean discretos.
—Copiado, Jefe.
Blanca podía ver sangre goteando del brazo de Gael.
Estaba cubierto de cortes llenos de sangre, provocados
por los fragmentos rotos de la ventana del auto.
Si no la hubiera salvado, habría recibido esos cortes en su cabeza. Quizá hubiera recibido el daño en su rostro.
Al darse cuenta del peligro de la situación, una sensación de miedo se apoderó de ella.
—¡Sus manos están heridas! Hay un hospital cerca. ¿Vamos allí para que le atiendan las heridas? -preguntó Blanca llena de preocupación.
Gael se dirigió a Blanca con una expresión de disculpa.
-No podré llevarla a su casa ahora, ya que tengo que volver a la base de inmediato. La llamaré más tarde.
-Está bien, puedo volver por mi cuenta.
Blanca bajó del auto y estaba a punto de llamar a un taxi. Sin embargo, Gael fue más rápido y ya había pedido uno para ella. Bajó la cabeza tras abrir la puerta del auto y le dijo al conductor:
—Lleve a la Señora a Condominio del Cielo.
Blanca caminó hacia el taxi y se metió en él. A pesar de estar herido, el hombre todavía actuaba como un caballero y cerró la puerta del auto para ella.
La compasión que Blanca sintió al verlo sangrar así fue muy grande. Ese hombre rara vez se preocupaba por sí mismo. La última vez bloqueó la bala con su figura del narcotraficante. Ahora lo volvió a hacer.
Para él, la vida de los demás siempre fue más importante que la de él mismo. Un sentimiento extraño comenzó a crecer dentro de ella. Un momento después, llegó a su departamento.
Al entrar a su casa, vio a Sergio acostado en su sofá con las piernas cruzadas. Uno de sus brazos descansaba en el sofá, mientras que el otro jugaba con habilidad con un cuchillo de frutas. Sus labios estaban rizados en una sonrisa malvada. Le dirigió una mirada gélida, que brillaba con un destello de frialdad e ira.
-Voy a buscar nuestro certificado de matrimonio y mi documento de identidad. También el acta de posesión de la casa. Dame un momento. Blanca fue entonces hacia su dormitorio.
-¿Ese hombre te hizo sentir bien? -preguntó Sergio con sarcasmo.
Blanca ni siquiera lo miró. Ella ya estaba cansada de su mala actitud, así que sonrió sin negar lo que él le dijo.
—Sí, muy bien.
Sergio se levantó y le dio una dura bofetada.
—Eres una p*ta.
Su bofetada fue tan dura que ella casi desfallece. Inclusive, empezó a salir sangre por la comisura de sus labios. Al sentir su sangre gotear, Blanca se limpió con frialdad los labios.
«¡Lo peor que me ha pasado en la vida fue enamorarme de ti!», pensó.
—Si yo soy una p*ta por eso, ¿qué hay de ti, maldito Don Juan? —lo acusó Blanca con sarcasmo. Sin embargo, cuando dijo eso, de repente se dio cuenta de que no tenía sentido discutir con él-. ¿Sabes qué? No importa, no tiene sentido discutir esto de todos modos. A partir de hoy, nos ocuparemos de nuestros propios asuntos. Tú puedes quedarte con el departamento, me mudaré esta noche -agregó Blanca y se fue sin siquiera dirigirle una mirada a su esposo.
Los ojos de Sergio se llenaron de ira cuando él la agarró del brazo y la volvió a enfrentarse a él. Luego, apretó la cara de la chica con los dedos hundiéndose en su piel.
-Ahora tú también aprendiste a tener aventuras a mis espaldas, ¿no es así?
Sergio escupió esas palabras con rabia, sus venas sobresalían en su frente. Blanca lo miró con atención. Ella estaba muy cansada de sus engaños y le quitó la mano.
—Puedes seguir adelante y meterte con cuanta mujer se te ponga enfrente, mientras busco mi propia felicidad. Cada uno vivirá su propia vida sin meterse en la del otro.
El corazón de Sergio se contrajo al escuchar eso. «¿Quiere buscar su propia felicidad? ¿Piensa enamorarse de otra persona?», pensó.
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