El agua fría que caía desde la regadera, no le ayudaba a calmar los pensamientos que lo mantenían perturbado desde la noche anterior. Apenas había logrado dormir un poco debido a toda la tribulación de emociones que parecían ir y venir sin control alguno.
La había besado.
Saliendo de la ducha, Bastián se acomodaba su ropa deportiva; necesitaba salir a correr, tenía que distraerse urgentemente, pues no había logrado dejar de pensar en ella, Adalet Williams realmente se le había clavado en medio de los pensamientos y eso, no era bueno él, en realidad, no era bueno para ambos, él no era para nadie, y ella tenía su propia historia en ese hijo, y en Enzo.
Había una poderosa razón por la cual no se atrevía nunca a rebasar los límites entre el placer físico y las emociones comprometedoras: él era un hombre comprometido. Aun cuando despreciara por mucho a la mujer que había sido elegida para ser su esposa, él tenía un deber familiar que cumplir, deber que le habían inculcado casi desde que recién comenzaba a caminar; no era una opción el huir de ello, de hacerlo, quedaría desheredado, y aquella no era la parte que más le preocupaba, su padre lo perseguiría sin descanso y le haría la vida miserable tanto a él, como a quien el amase.
Corriendo por el parque, miraba a jóvenes parejas de todo nivel social como hacia siempre, y como siempre, sabía bien que él no podía aspirar a tener algo como aquello. El beso que le había dado a Adalet Williams era una evidencia de que algo dentro de él no estaba bien; nunca había tenido un impulso de celos, nunca siquiera había realmente querido besar a nadie, tan solo lo había hecho por ser parte de un juego sexual que terminaba siempre en una aventura de una sola noche.
Adalet en realidad le gustaba demasiado, tanto que no era tan sencillo como solo ignorarlo, sin embargo, no había ningún tipo de futuro entre ellos, no lo habría jamás.
Corriendo por la vereda arbolada, Bastián había tomado su decisión: debía de alejarse de esa hermosa y ardiente mujer con cabellos de fuego, o terminaría quemándose como una mariposa que vuela hacia la hoguera irresistiblemente atraída hacia ella, y si eso ocurría, ambos terminarían heridos. No deseaba eso.
Al otro lado de la ciudad, Enzo se miraba la mano vendada; la rabia que había sentido al saber que Adalet tenía un hijo con otro hombre, lo había vuelto loco, y, por supuesto, había tenido que inventarse una muy buena excusa con la entrometida de su esposa cuando esta lo encontró herido.
¿Por qué Adalet tenía al hijo de otro hombre? Alguna vez, por supuesto, pensó en ella, y siempre la recordaría como esa mujer que lloraba suplicándole que no se marchara, que le rogaba quedarse con ella completamente humillada en suelo; el que ella se hubiese acostado con otro hombre le hacía sentirse humillado a él, pues se suponía que ella debía llorarle por siempre. Meditando sobre aquel egoísta pensamiento, nuevamente se miraba la mano vendada, él se había hecho aquello por ella, era humillante.
Sus ojos, sin embargo, fueron capturados de inmediato al mirar a la hermosa pelirroja bajar de aquel auto de lujo en compañía de ese pequeño niño; tenía el mismo cabello de ella, tan rojo como brazas de fuego ardiente, y su tono de piel tan pálido como la porcelana, sin embargo, fuera de ello no tenía mucho parecido en las facciones a ella, casi podría jurar que ese infante era parecido a él cuándo era apenas un crío. No cabía duda que ese era el hijo de su ex esposa, lo había reconocido también por las pésimas fotografías que su inútil detective había logrado capturar.
Sus celos nuevamente salían a flote al ver a ese pequeño tomado de la mano de Adalet, era el hijo de otro que la vio como el: desnuda, intima, como una diosa con piel de seda de la que pudo disfrutar. Enzo se sentía como una bestia descontrolada, quería lastimarla, quería reprocharle por entregarse a otro aun cuando sabía demasiado bien que no tenía ningún derecho, pero no podía evitar sentirse de esa manera; Adalet tenía a su hijo, mientras que su esposa no había podido darle a él ninguno durante cinco malditos años, y si el no se hubiese marchado, ese niño que amorosamente era besado en las mejillas por su madre, seria también su hijo.
En una construcción dentro de la ciudad, Niklaus hablaba con algunos agentes; aquella construcción era una de las más recientes hechas por Stone Corp.
—Entonces, ¿Dice que la pared comenzó a resquebrajarse repentinamente? ¿Cuándo fue que lo notó? — cuestionaba Nick con curiosidad mientras con los dedos palmaba el material que se había resquebrajado.
Bastián miró a Adalet, allí estaba ella, radiante, ardiente…hermosa. Nuevamente quería besarla, quería sentir su cuerpo pegado al suyo, quería probar por mucho más tiempo aquellos labios de seda roja que le invitaban a andar por senderos pasionales que prometían volverlo loco, y entonces, tuvo miedo.
—Señora Williams, solo vine a decirle esto — dijo notando como la mirada de zafiro de la mujer se clavaba en sus ojos verdes. — Lamento mucho haberla besado, fue inapropiado, usted es una mujer respetable y yo, rebase esa línea, le pido perdón por ello —
Adalet miro a aquel hombre que se disculpaba desviando su mirada de la de ella.
—Será mejor que nos olvidemos de ello señor Myers…
—Aún no he terminado señora Williams…yo, enviare a un ayudante para hacer el trabajo que no me involucra a mí personalmente, lo mejor es que me mantenga lejos de usted. Eso era todo lo que quería decirle, buenas noches — dijo Bastián para luego salir de la oficina de Adalet sin esperar lo que ella tuviera para decirle.
Adalet se sintió desconcertada, incluso, ¿Herida? Sin embargo, volvió su vista hacia los papeles en su escritorio, no podía permitirse que aquello le molestara, ciertamente, era lo mejor no volver a ver a ese hombre que comenzaba a confundirla, ella, solo debía de pensar en su venganza…y nada más. Se repetía aquello tanto como le era posible mientras sentía enojo y decepción por la decisión de Bastián.
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