Era el amanecer de un nuevo día, y Adalet no se sentía con animo de enfrentarse al mundo ese lunes por la mañana. Su madre dormía en la otra habitación, y ella apenas había logrado dormir pensando en ¿Cuánto tiempo les quedaba con ella?
Levantándose de la cama, se aseo los dientes, se dio un baño, y escogió la ropa que usaría para ese día de trabajo pensando seriamente en no asistir para pasar otro agradable y feliz día en compañía de la mujer que le salvo la vida y su hijo.
Aquella noticia que le había dado Adrienne, le había caído de peso en un momento delicado de su vida. Se sentía sola, realmente sola, y aun cuando Nick era un punto de soporte, sentía que no podía decir todo lo que estaba sintiendo realmente, era doloroso.
—Mami, la abuela ya me cambio, dice que no se nos haga tarde para la escuela — dijo Dante apareciendo en la entrada de la habitación de Adalet, logrando arrebatarla un instante de aquellos oscuros pensamientos.
Sonriendo apenas, la pelirroja caminó hacia su hijo, y le beso dulcemente las sonrosadas mejillas.
—De acuerdo pequeño, ve con Laura para que te de algo de desayunar, en un momento salimos a la escuela — respondió, y luego miro cono Dante se iba dando de brinquitos hacia la cocina para pedirle su desayuno a la niñera.
Caminando al cuarto designado a su madre, Adalet se quedó observándola un momento en el marco de la puerta. La pobre apenas y alcanzaba a agacharse un poco, y era evidente que no podía amarrarse las correas de sus tacones.
—Tranquila mamá, yo lo haré por ti — dijo Adalet agachándose para ajustar las correas de los zapatos de su madre.
Una lagrima le rodaba por la mejilla, aquello le resultaba muy difícil, muy doloroso, y aun no se sentía lista para decir adiós. Adrienne, viendo esto, abrazo a su hija que parecía derrumbarse, y no quiso soltarla.
—Lamento mucho causarte este dolor, perdóname, Ada — dijo la mujer con evidente tristeza.
Adalet negó. — No mamá, tu no tienes nada de que pedir perdón, realmente estoy feliz de que estes aquí conmigo y con Dante, y siempre voy a estar agradecida por todo lo que hiciste y sigues haciendo por mi…sin ti, aun estaría en esa cárcel, Dante quizás en un orfanato, y mi vida seria realmente miserable, pero gracias a ti estamos juntos, estamos bien, y nunca podría terminar de agradecerte por todo, te amo madre, tu fuiste la única luz que ilumino mi oscuridad — dijo con sentimiento, con gratitud.
—Sin importar lo que me pase, siempre voy a estar allí para ti y para mi nieto, te amo, Adalet — respondió la mujer, conteniendo las ganas de decirle aquel secreto, aun no era el momento.
Allí, las dos mujeres se quedaron abrazadas un momento, sin desear separarse de la otra nunca.
En su despacho, Ernest Stone revisaba nuevamente todo lo que acontecía a su importante empresa. Nuevamente, muchos de sus mejores clientes se habían marchado, parecía como si alguien supiera quienes eran e intencionadamente los estuviera cazando para conseguir hacerse con ellos y perjudicarles.
—Señor, no debe de olvidar que hoy tiene un compromiso en ese colegio, se están preparando para el evento a beneficencia que hacen cada año, usted es el invitado de honor este y el director del colegio quiere hablar con usted sobre los detalles — dijo el asistente del viejo Stone.
Ernest miro con severidad al joven, sin embargo, guardo silencio, conocía cuales eran sus compromisos, aunque ese día no estaba particularmente del mejor ánimo para hablar de eventos que poco o nada le interesaban, la gente pobre siempre le había parecido repugnante.
—Si señor, como usted guste — dijo el director.
Caminando hacia la salida del elegante y costoso colegio, Ernest miraba a los chiquillos corriendo por aquí y por allá, pensando en que aquel sitio había perdido mucha de su rectitud y cuando un pequeño se había accidentalmente estrellado contra él, reafirmo aquello.
—Debes de tener cuidado por donde corres, pequeño, los niños no deben de andar como cabras sin correa en todas partes, ¿En donde esta tu profesor? — cuestiono Ernest con evidente molestia y miro de soslayo al infante.
—Lo siento, tendré más cuidado señor, mi mami tambien dice que no debo de correr porque puedo lastimar a alguien y es de mala educación — se disculpaba el pequeño.
Por un momento Ernest se quedo sin habla al notar el color del cabello de ese infante. Rojo, tan rojo como brazas de fuego, idéntico al color de cabello que tenia esa mujer despreciable a la que había hundido para siempre en la miseria, además, aquel niño, su perfil, el color de sus ojos, le recordaron levemente y por un instante a su hijo, Enzo.
—Ve a tu salón criatura, y no corras como un maleducado, haz caso a tu madre, estas en este colegio, debes de ser de una muy prestigiosa familia, y eso, lo es todo, no lo arruines con mala conducta — dijo Ernest para luego seguir su camino con aquella extraña visión en su mente, aunque, era imposible, Adalet Jones estaba en prisión y jamás podría tener el capital para tener a un hijo suyo en un colegio como ese, quizás, estaba desvariando. Sin darle más importancia, se marchó.
Dante miro como el viejo con rostro desencajado se iba. Un escalofrió lo recorrió entero, realmente aquel hombre no parecía ser una buena persona como si lo era su abuela Adrienne, y secretamente deseo nunca tener un abuelo como ese.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La venganza de la ex esposa