La venganza de la ex esposa romance Capítulo 21

Los besos prohibidos y las bajas pasiones, se ocultaban en la penumbra de esa habitación. La luna se asomaba casi descaradamente por el gran ventanal del balcón, y las blancas cortinas de seda se movían ligeramente a la par del viento. Gemidos entrecortados y respiraciones agitadas, apenas eran perceptibles en el silencio de esa noche que refugiaba entre sus brazos a un par de amantes que a medias verdades se estaban entregando.

Adalet, sentía su cuerpo vibrando de pasión y deseo, al sentir la cálida lengua de Bastián Myers recorriendo su feminidad con la delicadeza en que lo haría a los pétalos de una rosa. Hacia demasiado tiempo, tanto que no lograba recordar cuando había sido la ultima vez, que su cuerpo no se desnudaba ante nadie.

Bastián, a las medias luces de una solitaria lampara sobre un buró, notaba con mayor detalle aquellas cicatrices de guerra que su hermosa pelirroja llevaba como un eterno recordatorio en su cuerpo, de tiempos que era mejor olvidar. No preguntaría, aquello también era parte de aquel misterio que la envolvía, y que la hacia aún más hermosa de lo que ya era. No había repulsión hacia aquellas cicatrices, no había nada en Adalet Williams que restara a su belleza, pues de una manera extraña, casi divina, aquellos vestigios bélicos en su cuerpo, la embellecían de una manera que no tenia igual.

Probando de la dulce intimidad de su musa, Bastián se sentía extasiado como nunca antes, y aquella mujer de fuego que con sus dulces gemidos exaltaba sus sentidos, era tan hermosa, era tan perfecta, que ninguna mujer que hubiese probado antes, no tenía ni tendría jamás comparación alguna con la diosa de cabellos ardientes que gemía al ritmo de los placeres que le brindaba, y que lo quemaba lentamente en aquellas llamaradas de pasión que desbordaba por cada uno de los poros de la tersa piel que le había permitido acariciar como un honor exclusivo.

—Eres hermosa, Adalet — decía el Myers al tiempo que se ponía sobre ella, y la miraba fijamente sin perder detalle alguno de su musa.

Sus cabellos rojos estaban desordenados sobre la almohada y las sabanas de su cama, su figura curvilínea, perfecta, estaba completamente desnuda y dispuesta para él. Los ojos que parecían dos gemas de zafiro, brillaban enternecedoramente bajo las medias luces, y lo miraban completamente pasionales, completamente extasiados, manteniéndolo completamente a su merced desde ese momento y para siempre.

Adalet miraba al imponente hombre sobre ella, notando las pequeñas gotas de sudor que perlaban su hermoso rostro varonil. Alzando sus manos, acariciaba su cara y cabello, sintiendo que podría hacer eso el resto de su vida. Sus cabellos rizados, castaños, se sentían sedosos entre sus dedos, y sus ojos verdes, tan similar a la esmeralda, la miraban llenos de fuego, llenos de una pasión desbordante que por un momento le provoco un delicioso escalofrió de deseo que recorrió desde su espina hasta la nuca y la hizo besarlo con toda aquella pasión que por él había estado reprimiendo.

Bastián Myers era un hombre hermoso, un caballero que oscilaba entre lo cortes y lo descortés, que no había dudado en defenderla cuando fue necesario. Aquel fuego que sentía quemando su interior, era algo que nunca antes había sentido, ni siquiera por su insulso ex marido. Había algo en él, algo en sus labios, algo en su voz, que la llamaba irremediablemente y la hacia desearlo como a nadie en el mundo. Atreviéndose a más, Adalet tocaba con suavidad su virilidad, deseando probar su sabor.

Bastián apenas podía contener aquellos roncos gemidos que se escapaban de su garganta; sentía la húmeda y caliente lengua de Adalet, recorrer de extremo a extremo su masculinidad, haciéndolo estallar en sensaciones tan deliciosas como pecaminosas, que le arrebataban el aliento, y lo hacían desear más y más de ella.

¿Qué fuego había en sus corazones? ¿Qué deseo, que emoción? ¿Qué fuerza encerraba la pasión desbordante de dos almas heridas que se habían encontrado por obra del destino?

El fruto del edén había sido devorado, la serpiente había atravesado a la manzana, el dolor había pasado, y el tiempo de sentir con cada fibra de sus cuerpos, había llegado para llenarlos de un exquisito placer nunca sentido tal cual lo sentían ahora.

La sangre ardía, la pasión los consumía, y como una ola arrasadora del océano, ambos eran arrastrados mar adentro hasta un punto del cual ya no podrían volver. Callados, y unidos como el fuego y el aire, Adalet y Bastián se besaban, llegando a sus clímax juntos, y explotando de desbordantes pasiones en aquel regalo que el acto más pecaminoso, dejaba en los cuerpos de aquellos que se habían rendido a sus deseos carnales.

Sin decir palabra alguna, recuperando el aliento perdido, los amantes se miraban abrazados el uno del otro. Por esa noche, ni importaba la venganza, no importaba el miedo al deber; nada del mundo exterior les preocupaba. Tan solo importaban ellos, tan solo importaba ese momento, y después de recuperar sus renovadas energías, continuaron amándose en cuerpo y alma, con solo la luna y el manto nocturno de testigos, los dos solos, como Adán y Eva hicieron un día.

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