Las amantes del Señor Garret romance Capítulo 41

Hemos pasado dos días viéndonos a todas horas. Las horas al lado de Ian se me antojan demasiado cortas y eso que nos turnamos para dormir en su casa o en la mía. Sigue empeñado en adivinar cual es la única flor que me gusta, pero como este juego me encanta, no suelto prenda. Si quiere saberlo tendrá que adivinarlo.

-¿Le digo a Max que te recoja cuando termines? - pregunta pasándome la chaqueta.

-Hoy tengo inventario, terminaré tarde. Puedo conducir yo misma - propongo - no me gusta que por mi culpa Max no descanse.

-Ese es su trabajo Emma, además, no quiero que conduzcas sola por la noche.

-Ya... pero aun así... - su trabajo es llevar y recoger a Ian, no a mi y si fuera por el día no me importaría tanto, pero obligarlo a que permanezca despierto...es demasiado.

-Está bien. Avísame cuando salgas y yo iré.

Salir de trabajar y encontrarme con Ian sentado en el coche esperándome, me encanta.

Salgo de la habitación para desayunar algo antes de irme, no se si hoy podremos hacer algún descanso cuando comencemos con el inventario. Dorotea está en la cocina, moviéndose como pez en el agua.

No la había visto desde antes de que Ian y yo lo dejáramos así que la alegría de volver a verla me planta una amplia sonrisa en la cara. Me lanzo sobre ella y la abrazo de corazón. Es la madre que no tengo y mi confidente.

-Que alegría volver a verte - susurro emocionada.

-Yo si que estoy contenta de que hayas vuelto - pasea la mano por mi espalda - el señor estaba inaguantable desde que te fuiste.

-Inaguantable ¿Eh? - dice Ian apareciendo por la puerta, sorprendiéndonos a las dos.

Dorotea se aparta de mi rápidamente con el semblante serio, pero yo lo conozco lo suficiente como para saber que no le ha molestado, está bromeando.

-¿Me has echado de menos? - pregunto con tono infantil agarrándolo por la barbilla.

-Mucho.

Le beso. Yo no lo he echado de menos, ha sido mucho peor. Sin él me sentía vacía, sin vida. Estos cuatro días alejada del torbellino de su vida me han servido para darme cuenta que lo necesito.

Ya me había acostumbrado a trabajar solo hasta las dos, así que hoy que no tengo ni idea de la hora a la que terminaré, se me está haciendo eterno. Desde que conocí a Peter, tengo que decir que me caía muy bien, parecía un muchacho simpático y dispuesto para ayudar en todo lo que hiciera falta, pero ahora, cada vez está peor, no se que le ocurre. Su carácter es más huraño y cortante y solo sonríe cuando habla sobre algún tema relacionado con las monedas, está obsesionado. Físicamente también ha pegado un cambio en los últimos días. Tiene una barba despeinada y nada cuidada, los pelos enmarañados y grasientos, pero lo peor de todo son las ojeras que deslucen su cara.

-¿Las has traído? - pregunta en cuanto me ve entrar por la puerta.

-Si, aquí las tengo.

- Perfecto - sonríe con la boca tan abierta que temo que se le desencaje la mandíbula - ahora hay mucha gente y nos podrían regañar, pero cuando nos quedemos a solas te puedo contar anécdotas sobre las monedas.

- Bien.

Se que estoy siendo un poco cortante y que no comparto la euforia que siente Peter, pero creo que su obsesión por las monedas comienza a rozar el nivel enfermizo.

No hablamos nada más en todo el día. Peter se dedica a trabajar mientras lanza miradas fugaces al reloj de la pared con un extraño brillo en los ojos. Yo en cambio, lanzo las mismas miradas al reloj pero temiendo la hora en la que me quede a solas con él. Llevo poco tiempo trabajando aquí pero el lunes a primera hora voy a pedir un cambio de compañero que no creo que me den...

Cuando dan las nueve de la noche y ya solo quedamos en el edificio Peter, yo y el guarda de seguridad quince plantas más abajo, cierra los libros de cuentas y se acerca a mi mesa.

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