Ian
Aunque hemos quedado directamente en el restaurante, en el último momento decido ir a buscarla a casa, nuestro primer aniversario se lo merece.
Nada más abrir la puerta me topo con una corbata tirada en el suelo ¿Qué hace esto aquí? La sujeto entre los dedos para fijarme bien. No es mía.
Subo las escaleras con el corazón en un puño, la respiración agitada y aunque no he llegado todavía a la habitación, cruzo los dedos para que todo esto tenga una explicación razonable y pueda reírme más tarde por la locura de pensamiento que se me pasó por la cabeza.
Me paro frente a la puerta. Noto como pequeñas gotas de sudor me resbalan por la frente. Sin pensarlo, la abro de golpe.
Sarah está en la cama con otro hombre. Cuando he visto la corbata, me tendría que haber ido. Podría haberme hecho el tonto como si nada hubiera pasado, ahora tengo que ver esta escena que estoy seguro ni en un millón de años se me borrará de la mente.
-¡Cariño!¿Qué haces aquí? Esto no es lo que parece, puedo explicártelo.
No, no puedes. No hay ninguna explicación que aclare el porque estás en la cama con otro hombre.
Al escuchar la voz de Sarah, el desconocido sale del interior de las mantas. Will. Mi hermano.
-Ian...-susurra.
Temo perder los nervios en cualquier momento. Las palabras se me atropellan en la boca, quiero decirles muchas cosas y a la vez no quiero decirles nada.
Hacen el amago de salir de la cama mientras se envuelven con las sabanas y la colcha. Mi sabana y mi colcha... antes de que lleguen a mi, doy media vuelta y me voy.
Aprieto tanto los puños que me crujen los dedos pero sigo haciendo fuerza. Cierro la puerta de un portazo, me monto en el coche y conduzco a ninguna parte o al menos eso creo.
La aguja del velocímetro está casi al máximo de su capacidad, el motor ruge de una forma que me dice que no aguantará mucho más a este ritmo.
Todas son iguales. Las mujeres buenas esas de las historias que te contaban cuando eras pequeño no es más que una invención, una utopía en la que puedes vivir si eres un ignorante. A mi no van a volverme a engañar.
Finalmente paro el coche. Levanto la vista y delante de mi un gran letrero de neón con luces rojas que distorsiona mi cara desquiciada.
-Esto es lo que necesito - digo en voz alta a nadie.
Me salgo del coche y entro sin vacilar. Una mujer mayor pintada hasta las cejas me recibe con una falsa sonrisa. En otro momento me habría esforzado por corresponderla. Mis problemas son míos y solo míos, pero que le den a todos. Que le den a esta antigua prostituta venida menos que solo sirve para ser madame.
-Muy buenas señor ¿Busca algo en concreto? -pregunta directa al grano.
Perfecto. No estoy para protocolos ni mierdas de esas.
-Rubia - como la guarra de mi mujer.
-Tenemos varias chicas rubias muy guapas ¿Algo más?
-¿Le he pedido yo algo más? Traiga a las chicas rubias.
No quiero verte la cara.
-¿Así?
Ni sus dudas ni su temor hacia mi me acobardan. Eso es lo que quiero.
-Perfecto. Dime una cosa - desabrocho la corbata y la dejo con cuidado sobre la silla - ¿Te gusta el sexo duro?
Abro los ojos sobresaltados. El sol me da directamente en los ojos. Giro la cabeza mientras hago visera con la mano y me encuentro con la mujer más perfecta a mi lado.
-Te vas a quemar cariño - cojo el bote de crema y me vierto un poco sobre la mano.
-Venir a la playa y no broncearte es un poco estúpido ¿No crees?
Me recreo con el tacto de su piel. Si por mi fuera ni el aire la tocaría.
-Emma, pareces un salmonete - bromeo.
-Bueno, podré decir que en mi luna de miel en Cocoa me quemé tomando el sol. Suena un poco a chiste ¿Verdad? - sonríe tan natural que no se como he podido sobrevivir tanto tiempo sin despertarme cada día con ella a mi lado.
-¿Chiste? Pues la broma va a ser larga, aun nos quedan tres destinos más.
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