Me subo en el coche. Apoyo la frente sobre el volante mientras lloro.
La tristeza, ese sentimiento que ataca en partes iguales al corazón y al cerebro. Puede llegar a ser físico, hasta provocar que tengas que colocar tu mano sobre el pecho para mitigar ese dolor.
No quiero irme. No quiero volver. Introduzco la llave en el contacto intentando calmarme un poco y la giro hasta que escucho rugir el motor.
Al levantar la vista Ian está delante del coche, tiene las manos apoyadas sobre el capó y con las lágrimas desenfocándome la vista, vuelvo a girar la llave.
- No vas a ir a ningún sitio. Esta vez no.
Rodea el coche hasta llegar a mi puerta.
- Abre - ordena.
Tengo la vista clavada en sus ojos. Los míos anegados en lágrimas que no me dejan pensar ni reaccionar, los suyos, dos pozos sin fondo de tristeza.
- Emma, abre la puerta... por favor.
Hago lo que me pide. Tenemos que poner fin a esta locura de pelea. Sin duda se nos ha ido de las manos, pero eso no quiere decir que le haya perdonado.
Introduce un brazo dentro del coche hasta que alcanza las llaves y las quita del contacto. Inca las rodillas en el suelo y agacha la cabeza apoyándola en mi muslo.
Odio verlo así y lo peor de todo es que siento que es por mi culpa. Algo me impide consolarlo. No puedo.
- Si quieres dormiré en otra habitación, pero vuelve a casa - dice con la emoción reflejada en la voz.
Soy incapaz de hacerle sufrir a conciencia. Incapaz de arrancar el coche e irme y dejarlo ahí tirado, sufriendo aunque para ello tenga que tragarme mi propio sufrimiento.
Asiento con la cabeza. Salgo del coche y camino al lado de Ian. Nos montamos en el ascensor. No hay palabras que puedan hacer desaparecer los reproches de esta noche así que continúo en silencio.
Paso la mano por la mejilla, está húmeda. Solo quiero que volvamos a ser los mismos de la luna de miel, un embarazo no tiene porque cambiar la relación y en cambio, aquí estamos, a punto de tirar la nuestra por la borda.
- ¿Estás bien? - pregunta agachando la cabeza para mirarme la cara.
Ni me había fijado. Espero en el ascensor con la mirada fija en el suelo. Abrumada con tantos sentimientos ni siquiera puedo pensar.
- Emma, sé que no debería darte disgustos. Dime como te encuentras.
¿Es posible tocar la felicidad? Yo no solo la he tocado, me ha rodeado por completo con este hombre a mi lado. Ha sido tan real y tan física como este bebé que llevo dentro.
En cuanto entramos en su casa, voy directa a la habitación y cierro la puerta. Me tumbo de lado sobre la cama y cierro los ojos.
Ojala dormir fuera tan fácil como darle a un simple botón. El sol despunta por el horizonte y no he podido pegar ojo.
¿Cuál es la solución? ¿Cómo lo hacemos para arreglarlo? No encuentro respuesta a esas dos simples preguntas. He pasado toda la noche devanándome los sesos y lo único que puedo hacer es borrón y cuenta nueva. Ni hablar.
Unos golpes en la puerta me sacan de mi trance. Cierro los ojos y para que no descubra que no estoy dormida, me tapo con el edredón hasta las orejas.
- ¿Emma? - susurra Ian entrando - ¿Estás despierta?
No contesto. Sigo sin tener ganas de hablar. Escucho sus pasos acercándose hasta el borde de la cama. Su respiración suena a pocos centímetros de mi rostro, que termina con un beso en la frente.
Justo ahora Señor Garret decide volver a ser cariñoso y puede que ya sea tarde.
Abro los ojos. Tenía pensado ir a trabajar, pero al final me he dormido. Me desperezo para espabilarme. Sobre la mesilla de noche hay una bandeja con el desayuno. Dorotea siempre consigue sacarme una sonrisa.
Abren la puerta sin llamar. Will aparece en el umbral. Es mi jefe y el hermano de mi marido, pero que me vea metida en la cama un día laborable es humillante lo mires como lo mires.
- Will ¿Qué haces aquí? - pregunto tapándome con la colcha.
- He venido para ver como estabas. Llevábamos sin vernos algunos días - pone un exagerado todo normal de aquí no pasa nada.
- Te ha llamado Ian -afirmo.
Will no se presentaría de esta forma.
- Está bien.
Sale sin hacer ruido.
Voy hacia la mesita de noche. Al abrir el cajón veo mi libro, ese que me he leído tantas veces y cuya historia de amor parecía un drama exagerado. Ahora te entiendo mejor Julieta.
Abro el libro y comienzo a leer sintiéndome más reflejada de lo que me gustaría.
Levanto la vista del libro en el momento que me cuesta leer. El sol comienza a esconderse. He pasado todo el día en la habitación, tranquila, desintoxicándome y la verdad es que me siento mucho mejor.
Toc, toc, llaman a la puerta.
- Me ha dicho Dorotea que no has salido en todo el día - Ian viene hacia mi mirando fijamente las dos bandejas de comida que no he tocado - y por lo visto tampoco has comido.
- No tengo hambre - explico.
- Emma... ¿Puedes venir conmigo? Solo será un momento.
¿Dónde quiere que vaya con estas pintas. Llevo mi peor y más calentito pijama.
Le sigo hasta el salón. En la mesa resplandecen una velas, todo el mantel está lleno de rosas y de la cocina sale un olor exquisito.
- Llevo dos horas cocinando. Me harías el hombre más feliz del mundo si cenaras conmigo y le dieras una oportunidad más a este imbécil.
Me tiende la mano esperando que la acepte. Todo el día pensando, creyendo que tengo que tomar una decisión que en realidad ya he tomado. Él es imán y yo metal.
Acepto la mano que continúa esperando. Me acompaña hasta la silla, la retira y hace una breve reverencia antes de salir hacia la cocina.
No tenía ni idea de que supiera cocinar, aunque a lo mejor no sabe y ha hecho el mismo experimento que hice yo cuando cociné las navajas con tomate seco.
Estoy totalmente segura de que la noche va a ser larga y vamos a hablar las cosas de una manera más tranquila. Ahora si estoy preparada para ello.
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