Las amantes del Señor Garret romance Capítulo 77

Dejo que el agua resbale por todo mi cuerpo. El baño está lleno de vapor. Podría pasarme horas aquí disfrutando del calor que desentona con el frio del invierno.

Me pongo un albornoz y acerco las manos a la estufa.

Ian lleva días esforzándose. Quien lo ha visto y quien lo ve. Todo se habría solucionado mucho antes si hubiéramos hecho lo que él hizo: sentarnos y hablar de como nos sentimos.

Voy a la habitación para vestirme. Un jersey de lana dos tallas por encima de la que solía utilizar y unos pantalones premamá.

Miro mi redonda tripa frente al espejo. Deberíamos llamar a algún programa de televisión de misterios sin resolver. De un día para otro apareció esta forma redondeada que me paso el día acariciando.

— Ya mismo veré tu hermosa carita — susurro una vez más.

En la cocina está Dorotea preparando desayuno para medio planeta, que solo me comeré yo. Otra cosa que ha cambiado de un día para otro es mi apetito.

— ¿Estás lista? — pregunta Ian colgando el teléfono.

— Casi. Devoro lo que ha cocinado Dorotea y nos vamos.

Me siento en una de las incómodas butacas. Nunca me había resultado tan duras y altas, pero puedo decir con total seguridad que les estoy cogiendo tirria.

Me bebo el zumo de naranja, un par de tostadas y un café descafeinado. Me lo como a toda prisa. No quiero llegar tarde al trabajo aunque nadie me vaya pedir explicaciones.

— ¿Te preparo algo más? — pregunta Dorotea.

— Ese es tu plan ¿Verdad? Cebarme como un cerdo para que Ian me deje — bromeo señalándola con el dedo.

— No digas tonterías — contesta avergonzada.

— Es usted malvada — acusa Ian a Dorotea. Coloca su mano sobre mi vientre — Nunca os voy a dejar.

No tiene precio ver como le suben los colores y se pone roja como un tomate. Entre risas me pongo el abrigo y nos vamos.

Hoy es el día que Ian se va de viaje. Mañana por la noche vuelve, me repito una y otra vez, no es tanto tiempo aunque lo voy a echar increíblemente de menos. Ya lo extraño y está a mi lado.

— No quiero que te vayas — admito mientras bajamos en el ascensor.

— Ni yo quiero irme, créeme — acerca mi cabeza hasta su hombro y deja un beso sobre mi pelo — pero tengo que hacerlo.

Nunca entenderé a los hombres de negocios ¿De qué sirve ser jefe? De absolutamente nada. Tienes que trabajar y viajar igual.

— Pero mañana por la noche estarás aquí ¿Verdad?

— Antes de que puedas darte cuenta — asegura — esta tarde vendrá mi madre para que no estés sola.

La madre de Ian es una mujer encantadora. Es una lástima que no nos veamos más a menudo. Las pocas veces que hemos pasado juntas siempre tiene alguna anécdota que contarme de cuando sus hijos eran pequeños.

Escuchar esas historias hace que lo conozca mejor, que lo comprenda un poco más.

— Te llevo al trabajo y me voy al aeropuerto. Voy un poco justo de tiempo.

¿Qué? Ni hablar. Pienso acompañarlo hasta la puerta del avión o hasta donde me dejen.

— No, voy contigo y después que Max me lleve al trabajo — antes de que pueda negarse pinto en mi cara una mueca de tristeza — por favor.

— ¿Cómo voy a negarme? Haces conmigo lo que quieres.

En el garaje está Max preparado delante del coche. No le he preguntado a Dorotea como les fue la cena. Hago nota mental de someterla al tercer grado en cuanto salga de trabajar.

— Buenos días ¿Cómo estás? — sonrío y le doy un codazo a la vez que le guiño un ojo.

Se recompone al momento. No puedo creer que haya hecho esto delante de Ian. Solo quería avergonzarlo un poco por su cita con Dorotea, pero Ian no tiene ni idea de eso.

Nos sentamos detrás. Ian pulsa un botón y sube un cristal para separarnos del conductor.

— ¿Acabas de tontear con Max?

— No...¿Cómo voy a tontear con él? Podría ser mi padre.

Es ridículo pensar eso.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Las amantes del Señor Garret