Linda chica, no huyas romance Capítulo 19

Leonor se apresuró a ir a un centro comercial cercano y compró un conjunto de ropa deportiva antes de guardar la costosa camisa que llevaba en una bolsa. Algún día se la devolvería a Claudio. Después de todo, no quería nada de él.

Cuando Leonor llegó a casa, ya estaba agotada y exhausta. Respiró hondo y ensayó una brillante sonrisa antes de abrir la puerta y llamar a Miguel con alegría.

-¡Migue! Mamá está en casa.

En días normales, Miguel ya estaría leyendo en el sofá como un adulto. Pero hoy las cosas estaban un poco fuera de lugar. El apartamento estaba silenciosa y oscuro, la luz solitaria iluminaba la sala de estar de manera tenue. La comida en la mesa seguía como la dejó Leonor. Parecía que Miguel no había comido nada.

«Migue, ¿estás dormido? —susurró Leonor mientras dejaba caer con suavidad la bolsa que llevaba en la mano.

Caminó hacia su habitación despacio para no despertarlo. Pero cuando vio un premonitorio rayo de luz que se filtraba por la rendija de la puerta, Leonor supo al instante que algo andaba mal. Empujó la puerta y se precipitó hacia el interior sin perder otro precioso instante. Para su horror, Miguel yacía en el suelo inmóvil, hecho un ovillo. Por lo que parecía, llevaba tiempo inconsciente.

«¡Miguel! -Leonor corrió a su lado-. ¡Miguel! Mamá te va a llevar al hospital ahora mismo. Quédate conmigo.

Leonor hizo todo lo que haría una madre en su situación. Cargó a Miguel en su espalda y salió corriendo del destartalado apartamento.

No era la primera vez que hacía esto en los últimos siete años. Leonor sabía mejor que nadie que no era momento de llorar y lamentarse. El tiempo era esencial para Miguel. Por eso eligió quedarse en este apartamento en primer lugar. Aparte de su asequibilidad, este lugar estaba muy cerca del hospital infantil. Estaba a poca distancia y Leonor corrió con desesperación hacia el hospital.

«Migue, por favor, aguanta. Ya casi hemos llegado. Mamá

te comprará toda la comida que quieras. Por favor, no dejes a mamá sola...

Entró a la carrera en el hospital y Miguel fue admitido de inmediato en la sala de urgencias. Leonor se desplomó en el suelo, aletargada, y jadeó con fuerza. Las incipientes lágrimas que habían brotado de sus ojos rodaron por sus mejillas sin control al ver que las enfermeras empujaban a Miguel hacia la sala de urgencias.

Todavía recordaba cómo era Miguel cuando lo trajo al mundo por primera vez. Era un bebé débil al nacer. Las enfermeras pensaron que no respiraba e incluso dijeron que el bebé no sobreviviría. Fue entonces cuando Leonor lo vio luchar por su vida mientras extendía sus pequeñas manos rojas hacia ella. Sufría un dolor inmenso y, sin embargo, luchaba por su vida.

Fue en ese preciso momento cuando Leonor comprendió lo que significaba ser madre. Ella era la única persona a la que Miguel podía aferrarse para vivir. Aunque el mundo entero le diera la espalda, ella no podría.

No mucho después, la puerta de la sala de urgencias se abrió de nuevo y Leonor se acercó ansiosa y echó un vistazo a Miguel. Descansaba tranquilo en una gran cama blanca como un angelito.

«Doctor, ¿cómo está mi hijo? -preguntó preocupada.

-Por ahora está bien. Su pulso ya es normal. Pero la anestesia tardará un poco en desaparecer del todo — explicó el médico-, Pero como ya sabe, no somos optimistas sobre su estado. Por los resultados de la revisión que le hicimos, su cuerpo está débil en general. Lo que más nos preocupa es su salud cardiopulmonar.

Parece que la medicación que le recetamos ya no es suficiente para mantener su condición bajo control. A juzgar por la repentina aparición de sus síntomas, creemos que su estado empeorará en poco tiempo. La familia debe prepararse para una operación lo antes posible.

-Pero Doctor, mi hijo acaba de ser operado el año pasado. ¿Estará bien que se someta a otra operación en tan poco tiempo? -preguntó Leonor sin titubear un instante.

El médico lanzó un suspiro de resignación.

-Somos conscientes de ello. Pero, dado su estado actual, es difícil decir qué podría pasarle si se desmaya de nuevo.

Leonor asintió con la mente perdida y se apoyó contra la pared mientras pensaba en los consejos del médico.

Al poco tiempo, se armó de valor y se acercó a ver a Miguel. Leonor lo observó a través de la puerta de cristal transparente y las lágrimas corrieron por sus ojos. Le dolía el corazón al verlo en el respirador.

Durante los últimos siete años, Leonor había hecho todo lo posible y había gastado todo su dinero para intentar curar la enfermedad de Miguel. No le importaba lo que tuviera que pasar para salvarlo. Sin embargo, lo que más le dolía era cómo Miguel siempre la había consolado después de cada operación a la que se sometía. La tomaba de la mano y le decía con suavidad:

«Mami, no llores. No es nada doloroso».

En momentos como ese se arrepentía de haber sido su madre. Si no lo hubiera traído con ella aquel día y en cambio, le hubiera rogado al hombre que se llevara a

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