Lorinda, una Dama Impostora romance Capítulo 10

Después de escucharlo Cristiano, reflexionó un rato y asintió inmediatamente: "Voy a llamar a Lorinda. Tú ve al hotel a manejar algunos asuntos".

Poco después, Lorinda recibió la llamada de Cristiano y llegó al hotel de inmediato.

En la sala de descanso de la novia. Delia miró a Lorinda, cuyo rostro similar al de Carlota la hacía asentir con frecuencia. No esperaba que la cara que más detestaba le hubiera ayudado tanto ese día. Solo que Lorinda era de carácter suave, muy diferente del orgulloso y duro carácter de Carlota, lo que era fácil de notar.

En cuanto a los rasgos y el color de piel, la piel de Lorinda era más blanca que la de Carlota, y sus párpados dobles parecían ser más naturales.

Después de un rato, le contó a Lorinda lo que necesitaba que hiciera, y finalmente le recordó: "Lorinda, la familia Neri siempre te ha tratado bien. Cuando todo esto termine, organizaré una consulta de especialistas médicos para tu madre, pero hoy tienes que mantener todo esto en secreto, si la gente de la familia Ortega se entera tú ya sabes las consecuencias".

Lorinda apretó las manos, pensó que después de esa noche, ella y aquel hombre no volverían a tener nada que ver, pero para su sorpresa, querían que ella reemplazara a Carlota y se comprometiera con Lucián. No cabía duda de que era una aventura arriesgada, cualquier descuido podría hacer que él descubriera lo que había pasado aquella noche.

Pero la enfermedad de su madre no podía esperar más.

"Está bien, acepto, lo haré".

Después de aceptar, con la ayuda de dos asistentes, Lorinda se puso un vestido de novia personalizado valorizado casi en un millón de dólares, con diamantes incrustados en la falda, de una belleza impresionante. Pero Lorinda era más delgada que Carlota, tenía la cintura más fina, y tuvieron que ponerle algunos alfileres en la espalda para que le quedara bien.

El velo de encaje blanco cayó, tapando la vista de Lorinda.

Cristiano la llevó de la mano escaleras abajo, y finalmente la entregó a Lucián. El hombre sostenía su mano, y ella podía sentir el calor de su palma a través del guante.

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