Mi mirada va inmediatamente a los ojos de Hanna, quien ante la mención de dicha mujer se ha quedado completamente anonadada, su rostro se tiñe al instante. Mis manos comienzan a sudar mientras que un sentimiento completamente invasivo se arremolina en mi estómago creando una zozobra tan insoportable, que la tristeza que sentía hace unos segundos, se ha transformado en furia.
—El rey está reunido con los generales, deberá esperar a que salga —señala Hanna al lacayo y este hombre solo asiente en respuesta.
—¿Esperar a que salga? ¡Puedo atenderla yo… mientras…! —expulso sin medir.
—Saravi…
—¡Iré!, no podemos dejarla sola esperando, ¿o no Hanna?
Su mirada está cargada de impresión, mientras Fais en silencio observa todo lo que ocurre. Inmediatamente pido permiso y me voy directamente al salón para encontrarme con la querida de mi esposo, el rey…
Esto es precisamente lo que me faltaba para completar mi desdicha…
Kalil.
—Podemos enviar un cuadrante militar, majestad, como también podemos…
Todos quieren crear estrategias para protegerme, pero ellos no están aquí para mí, están para el pueblo de Angkor.
—No —dictamino cortando con las palabras de Basim y en cuestión de segundos tengo la mirada de todos los generales encima de mí.
Suelto un bufido de obstinación, pesadez conmigo mismo, fastidio conmigo mismo que, a pesar de todo este caos, ansia estar al lado de ese cuerpo que no sale de mi cabeza. Sí, es justo en ello lo que piensa mi existencia en este momento.
Estoy loco.
Tengo una guerra encima de mis hombros, una guerra que parece aumentar cada día, y mi cabeza solo piensa ir en pos de Saravi.
—Es muy arriesgado, le ruego considere, majestad —escucho otra queja e inmediatamente alzó la mirada con firmeza.
—Basim… No dejaremos que nos digan que hacer, ¿o sí? No pondré mi reino y mi nación en peligro por solo no dar la cara. Él quiere mi cabeza, ¿no? ¡Pues veamos cómo sale todo!
—¡Señor, por favor! ¿Y después qué? Sin usted en la corona pondrá en más peligro a Angkor —explica Basim colocándose de pie, bramando como un león enjaulado, como solo él suele hacerlo.
—El general tiene razón, alteza, puede que Borja lo esté pasando mal, pero no podemos arriesgarlo a usted —declara otro general presente.
—¡¿Cuántos generales más tendrán que morir?! —pregunté levantándome y alzando la voz más de lo normal.
—Los que sean suficientes… Todo por nuestro país, majestad, usted muy bien lo dijo, ya no más opresión, ¡por favor! Déjenos liberar junto con usted a nuestro país, y no permita usted que un malhechor lleno de ambición gane la batalla y ponga en ruinas nuestro pueblo.
Las palabras de Basim llegan a mis oídos como una súplica, como si en algún momento yo hubiese mostrado mi bandera blanca ante las constantes amenazas del grupo sublevado Ayatolá; nunca ha sido mi pensamiento, jamás he considerado en entregar mi reino a esos desgraciados.
Pero las decisiones apresuradas no son lo mío, y por supuesto todo este tiempo he tenido un plan para ellos.
—Lo sé —objetó por fin de un largo silencio, más para mí que para el resto—. También tendremos una trampa para ellos.
Y justo cuando comienzo a contar el plan a los presentes, un lacayo se escurre sin ser notado, hasta que busca llamar mi atención. Sus señas constantes y poco agradables terminan por sacarme de quicio.
—¿Qué pasa? —digo girándome hacia el hombre.
Su reverencia es casi una súplica, temiendo de entrometerse, y es allí cuando veo que su mensaje es de urgencia.
—Majes… majestad. Tiene una visita… Importante.
—¿Pará eso me has interrumpido?
—Mi señor… Es urgente ¡Por favor! ¡Déjeme decirle de quien se trata!
—¡Por Dios, habla ya!
—La Señorita Alinna Menen está aquí esperando ser atendida por usted, me dijo que es de carácter urgente.
¡Joder!
Mi mirada va hacia los ojos de Basim, el cual se torna serio, sabiendo lo delicado de que ella esté aquí.
¡¿Cómo se atrevió a venir?!
—Majestad… Nuestra alteza, la reina, está atendiéndola ahora mismo.
¿Qué?
Me levanto de golpe haciéndole seña a Basim para que se encargue del grupo mientras me ausento unos minutos, de forma rápida llevó el paso con unos latidos bastante acelerados para mi gusto.
—Sé perfectamente quien es… Ella es tú… —Camino rápidamente hacia su lugar.
—Saravi —uso un tono mordaz, inclusive puse mi intensión en amedrentar un poco su voluntad.
—Está bien que entre tú y yo solo haya un acuerdo… Pero, ¿por qué está falta de respeto? ¿Por qué se atreve ella a venir aquí? —su rostro rojo y sus palabras atropelladas me hacen tener un poco de miedo.
Pero también una extraña sensación me recorre el cuerpo al saber que ella está celosa. Celosa de mí.
—Estás hablando cosas que no son, Alinna es amiga desde hace mucho tiempo Saravi, debe tener algún problema, es solo eso…
—¡Hasta el más pequeño de este palacio sabe de ustedes, Kalil! ¡No mientas!
—¿Sigues con eso?
Entonces se planta frente de mí colocando el rostro serio apuntó de querer matarme. O al menos eso es lo que veo en sus ojos y en los reflejos que emana su bello cuerpo que está envuelto en ese precioso vestido.
Le queda estupendo.
—El hecho de que nuestro matrimonio se consumó no significa que…
No aguantaré más, no quiero esta conversación.
Atrapo su mano tomándole desprevenida mientras ella calla de inmediato, sus ojos grandes y sorprendidos inspeccionan los míos mientras entreabre sus labios. No podré más, no con esos gestos. Ella me vuelve loco.
Me acerco lentamente tomando su boca, tan lento, que produce dolor no saciarme por completo en este momento, su cuerpo se suelta tan deliciosamente que, si no mantengo el control ahora mismo, no podré salir de esta habitación. No podré.
Mis manos danzan por su cintura, su espalda, sus brazos, hasta que finalmente llegó a su cuello, como su estuviese tomando su misma alma, y justo cuando estoy disfrutando tenerla entre mis brazos, el cuerpo de Saravi se coloca en tensión y me retira de golpe, observándome con reproche.
Por supuesto, aquí esta ella de nuevo, arrebatada.
—¡Es mejor que vayas! ¡No hagas esperar a tan íntima amiga de la familia! —ella olvida nuestro momento y lanza una mirada dura, celosa, y por último posesiva, que lo único que hace, es robarme el aliento.
Pero a pesar de todo lo que se revoluciona en mí, permanezco de pie, sin decir una sola palabra porque necesito afianzar nuestros lazos para que nada ni nadie, pueda romperlos en un futuro.
Cuando ella ve mi actitud desafiante, afirma, da media vuelta, y sin más sale embravecida dejándome solo en el salón…
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Matrimonio Forzado