Saravi.
Abro mis ojos lentamente mientras trato de estirar mi cuerpo sintiendo la sensación incalculable del descanso, dando paso a que una sonrisa se deslice por mi rostro para que el buen ánimo se inserte en mi cuerpo y en mi mente.
Tenía mucho tiempo de no sentirme así.
Recuerdo los detalles de la noche, todos ellos, del cuerpo de Kalil y de sus manos pasando por el mío, entonces me estremezco de inmediato. Me corro hacía los lados tocando el espacio vacío restante de la cama, y una leve decepción se instala en mi sistema percibiendo que Kalil ya no se encuentra junto a mí.
Me levanto colocándome una bata encima y quitando el cabello desordenado de la cara. Necesito llamar a Nadia y salir lo más pronto de esta habitación.
Necesito encontrar a mi padre.
En unos minutos mi dama entra a la habitación sonriendo como siempre para ponerse a la disposición de lo que sea que le pida.
—Me alegra que haya podido descansar, tiene un rostro muy fresco está mañana —dice acercándose a mí para recoger mi cabello.
—Así me siento.
—¡Qué bueno! El rey ordenó que no se le molestara.
—¿Hablaste con el rey? ¿Hace cuánto salió? —le pregunto dándome la vuelta para verla de frente.
—Así es… Pues creo que ya hace unas dos horas…
—¿Qué hora es?
—Nueve y media de la mañana…
—¿Qué? ¿Cómo no me despertaste, Nadia?
Ella titubea negando varias veces.
—El rey me lo ordenó, majestad… Yo, yo solo cumplí su orden…
—No te preocupes… ¿Sabes dónde está?
—Parece que ahora mismo está reunido con los generales, y si por alguna razón ya terminaron, entonces no estaría en el palacio.
—Salió con algún batallón… —indico asumiendo que eso es lo que debió hacer después de dejar claros los pasos que van a seguir de ahora en adelante.
—Si señora. Solo no puedo saber a precisión porque estoy aquí con usted. Al ir a la cocina por su desayuno, escuché al general dar la orden para servir la comida y allí supe que luego de eso saldrían.
Asiento lentamente. Todo eso me dará oportunidad de hablar con mi padre primero y saber en qué orden de ideas podré comenzar a hablar con Kalil.
—Bien, Nadia, ahora por favor necesito estar lista, debo buscar a mi padre.
—Lo hará, pero primero coma un poco y yo me encargaré de tenerle todo listo para que no demore su salida.
Salgo de la habitación de donde se están hospedando mis padres, un poco desanimada al no encontrar a ninguno de los dos en ella. Por más que he preguntado a algunos lacayos del paradero de papá, parece que nadie lo ha visto desde ayer.
Voy a varios salones y pregunto a otras damas para obtener nuevamente respuestas negativas.
¿En dónde se habrá metido?
Cansada de meterme de salón en salón termino por darme por vencida y decido por ir a la parte del jardín. Justo cuando estoy saliendo de uno último, en uno de los más pequeños, escucho un murmullo en una de las habitaciones contiguas al salón donde me encuentro ahora. Entonces lentamente camino y sostengo la puerta entreabierta que separa uno de otro.
Nunca he estado en ese salón consiguiente, realmente pensé que era solo para guardar utensilios viejos, ya que su espacio es reducido en comparación a otros.
—¡Te extrañé tanto! —dice una voz femenina entrecortada entre jadeos. Mi mano se posa en mi boca porque, aunque no sé aún de quien se trata, el estar aquí, en este lugar tan remoto ya es bastante claro que algo no está bien allí dentro.
—¡Ya era hora de tenerte así entre mis brazos! —una voz dura y gutural me erizan la piel al instante, tanto que comienzo a sentir miedo por querer mirar y confirmar que esa voz se trata del padre de Kalil.
Umar.
Los jadeos se hacen cada vez más intensos, y aunque ya he pasado la puerta en total sigilo, no logro cerrarla del todo para no avisar a la pareja que no he tenido el coraje de mirar.
—¡Yo debí ser la reina!, ¡yo debí ser tu reina!
De forma desenfrenada abro la puerta de la biblioteca cerrando con seguro por dentro mientras mi cuerpo se va cayendo lentamente por ella, hecha un manojo de lágrimas y pedazos rotos.
Mi vida es un desastre, y con mi desastre estoy arruinando la vida de otros.
Consideré a mi madre una mujer fría, despegada de su familia, le atiné muchas cosas las cuales me desagradaban; pero en ninguna de ellas percibí que fuera capaz de hacer una cosa como esta. Porque su relación con Umar no era solo por querer estar con él, la conocía lo suficiente para saber que ella iba mucho más allá, ella quería poder y una posición más alta de la que le brindaba mi pobre padre.
Ella quería ser íntima del palacio. Una como la madre de la reina, ya que no pudo ser la misma esposa del anterior rey. Que, por supuesto me dejan claro también, que este amorío lleva bastantes años.
—¿Alteza?
Giro de repente asustada, mirando desde sus zapatos hasta su cabeza lentamente aterrada, pensando que estaba completamente sola en la biblioteca.
—¿Está usted…? No, por supuesto que no está bien —dice Fais agachándose hacia mí— Venga, déjeme ayudarla.
Limpio mi rostro sin cuidado, mientras el vizconde me ayuda a levantarme para caminar hacia un sillón del salón. Entonces respiro hondo para tranquilizarme un poco.
—Fais… Gracias.
—Iré a llamar a Hanna —indica despegándose de mí un poco, pero yo le tomo de inmediato el brazo tan rápido como puedo.
—¡No! ¡Por favor! No puedo hablar con Hanna en estos momentos, vizconde.
—¿Pasó algo con el rey? —pregunta preocupado mientras yo niego con la cabeza.
—N-no… —respondo con la voz rota, los labios comienzan a temblarme nuevamente, al mismo tiempo que la garganta ejerce un nudo tan insoportable que no demoro un segundo sin romperme en llanto de nuevo.
—¡Saravi! ¿Qué ocurre? —Pregunta perturbado sosteniéndome el rostro y llevándolo a su hombro—. Realmente me preocupa su estado. ¡Dígame qué le pasa por favor!
—¡Yo he traído la desgracia a este palacio, Fais! ¡Yo he traído la ruina de esta familia…!
Fais solo niega mientras vuelve a apretarme en su pecho dejando que suelte y desahogue todo el llanto contenido. Soy desdichada de eso no cabe duda, soy una mujer con infortunio apremiante. Por si fuera poco, y si pudiera salir libre de mi traición, jamás perdonaría la traición que mi madre le hizo a la corona deliberadamente.
Estoy condenada.
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