Matrimonio Forzado romance Capítulo 34

Saravi.

Salgo de inmediato tras él como si estuviese huyendo de verdad, siguiendo rápidamente sus pasos, mientras el hombre, audaz, mira por doquier. Los guardias que estaban frente a mi habitación han desaparecido por completo y él se detiene detectando algo extraño.

—Espere —indica mirando extrañado hacia ambos lados.

—Escuché que hay un despelote en la ciudad —señalo tratando de despistarlo—. Escuché también que el rey envío más de cuarenta pelotones, parecía bastante desesperado.

El hombre gesticula felicidad en sus ojos, aunque no puedo verle la sonrisa sé que ha asomado una.

—Así es, los tenemos locos. Pronto se acercará nuestro momento —expone sin más y me toma del brazo para comenzar a caminar rápidamente.

Pasamos lugares del palacio que jamás había conocido, todas eran partes traseras, que no lograba percibir muy bien por la agitación y por lo rápido que íbamos. Como Kalil explico, sí habría guardia, pero estos estaban charlando entre sí, sin hacer reparo en nosotros.

En algún momento de nuestra huida logramos llegar a la zona boscosa del palacio, y esto alivió al hombre que iba conmigo.

Luego de unos minutos de camino, el hombre se agacha obligándome hacer el mismo gesto, y da un silbato uniendo sus dedos a los labios varias veces, hasta que aparecen al menos unos cinco hombres entre la oscuridad.

La persona que está a mi lado se levanta más seguro después del hecho, se quita el pañuelo que tapaba la mitad de su rostro trayéndome de golpe el recuerdo de su identidad.

Es Ismail, el mismo que estaba junto a Mishaal y Borja aquel día en el bosque cuando me había perdido.

—Me has reconocido, ¿entonces te acuerdas de mí? —pregunta sonriente.

—Eres Ismail.

Este asiente sonriendo a los demás hombres que preparan los caballos y sonríen entre sí.

—Muy bien, Saravi, eso de allá fue muy fácil —dice señalando el palacio—, pero tenemos que irnos ya mismo. Cuando sepan que se te ha raptado vendrán los problemas. Y Mishaal está deseoso de verte.

Cierta irritación se apodera de mí, una que amenaza por hacer perder mis estribos y abofetear a este hombre. Pero luego recuerdo el motivo del porqué estoy aquí y trato de asomar una media sonrisa para él.

Necesito meterme en el cuento lo más que pueda.

—Nadie me extrañará allá, solo querían hacer rodar mi cabeza —digo mientras los demás dan carcajadas, a pesar de que a mí no me cause nada de gracia—. Yo también quiero irme ya.

Ismail asiente y da un chasquido con sus dedos. Con esta orden todos montan sus caballos dejando dos a la merced de nosotros. El hombre me ayuda a montarme en uno y enseguida él se sube en otro.

Así comienza nuestro camino.

A pesar de que los caballos no van rápido su trote ha comenzado a adolecer mi cuerpo. Llevamos prácticamente unas dos horas de camino —y no un camino normal—. Estos por el contrario han decidido tomar caminos estrechos en medio del bosque cerrado, sin carretera alguna.

Por lo tanto, se me ha dificultado seguir estrictamente el plan de las tinturas, la densa oscuridad ha hecho menos visible el camino para mí, así que he tratado en lo posible de arrojar el polvo donde vea más piso de tierra que de monte.

Llevo seis en total, he tratado de guardar el número, porque le he preguntado a Ismail cuanto podría durar el viaje, en cuanto me confirmó que unas tres horas deteniéndonos para tomar agua o dar de beber a los caballos, saqué alguna cuenta aproximada de qué cada veinte minutos arrojaría una tintura.

Pero ahora mismo se me hace interminable la llegada, siento que el estrés de toda una semana, la tensión de mi ánimo y este viaje agotador han molido mi cuerpo y mi mente en un solo instante.

Un bostezo sale de mi boca entre tanto mis ojos se cierran vez tras vez, pero de repente Ismail silva de nuevo haciendo que se detengan los caballos, bajando de golpe del suyo para caminar rápidamente unos metros más lejos de nosotros.

Aprovecho entonces para bajar de mi caballo y estirar mis piernas.

—No vayas —me detiene uno de los hombres—. Ya sabes están haciendo su necesidad después de tomar tanta agua.

Asiento retrocediendo un poco, tratando de observar otro lado.

—Imagino que está feliz —vuelve a decir el hombre de manera insistente.

—¿Lo dices porque logré escapar del palacio? —pregunto siguiéndole la cuerda.

—Sí, así es, debes sentirse libre.

Un suspiro sale de mi boca y cuando voy a responderle él se adelanta:

Mis palabras literalmente aflojan su tensión quitando el rastro de duda en su rostro. Un asentamiento tranquilo es gestado por él, mientras que da la orden baja para que comencemos a andar de nuevo.

Suelto el aire.

El camino continúa a la vez que los hombres delante de nosotros andan sin reparo. Ismail se junta a mí lo más que puede; por lo tanto, solo aprovecho los muy pocos segundos cuando él gira de lado a lado o inspecciona el recorrido para lanzar la tintura correspondiente.

Estoy agotada, inclusive en algunos trazos he cabeceado más de una vez. Y para cuando inserto mi mano en la bolsa y lanzar otra tintura, me doy cuenta de que ya no hay más de ellas.

—Estamos a solo unos minutos de llegar —anuncia Ismail mirándome sonriente.

La oscuridad no es tan apremiante, quizás sean más de las cuatro de la mañana, considerando que el viaje demoró tres horas, ya que exactamente cuando vi el reloj de la habitación donde me encontraba antes de salir, era más de la media noche.

Unas fogatas y movimientos me hacen despabilar de repente. Sin duda alguna hemos llegado, y sin duda alguna el grupo Ayatolá se ha dispersado a muchos lugares del bosque. Este lugar por supuesto nunca lo había visto.

Varios hombres silban y abuchean cuando nuestros caballos son visibles a ellos, Ismail frena su caballo y se devuelve unos metros en donde me encuentro yo. Entonces saca una capa de color marrón de entre sus cosas, y me la ofrece.

—Póngasela, y cúbrase la cabeza —ordena observando hacia las carpas que están por todo el lugar.

Sin dudar ni hacer alguna pregunta la tomo y me la coloco de tal forma que solo pueda verse la mitad de mi rostro hacia abajo y comienzo andar junto con Ismail. Sin dejar de detallar todo lo que hay en mi paso.

Los hombres salen de sus carpas saludando a todos, los demás ya han bajado de sus caballos, pero Ismail continúa su caminata montado en el suyo, tomando la rienda del mío también. Luego de pasar el territorio donde estaban agrupadas tantas carpas que no pude contar el número, diviso una más grande que todas las demás, a la que nos detenemos frente a ella.

Todo está alumbrado con fogatas y antorchas, y parece que nuestra llegada ha alertado a todo el lugar.

Ismail se baja rápidamente y amarra los caballos en un poste de madera. Luego de ello se dirige a mí, bajándome lentamente hasta que mis pies tocan el piso. Por cuestión de necesidad le atajo el brazo. Los nervios me han traicionado tanto que busco refugio en Ismail, como si este pudiera salvarme de todo lo que pueda ocurrir aquí.

—No tengas miedo, Saravi, aquí no corres ningún peligro —advierte para luego avanzar conmigo hacia la carpa.

Nos adentramos lentamente en ella mientras trato de divisar todo lo que puedo, aunque la mitad de la visión esté nula por la capa. Justo cuando giro de lado y lado para detallar el lugar, todo parece tan arreglado como si estuvieran esperando a alguien para que lo habitase, así que unas botas paradas frente a mí me indican que ha llegado el momento.

Mi capa es retirada suavemente y el rostro de Mishaal aparece en mi campo de visión.

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