Kalil.
El corazón se me comprime y me estalla en mil pedazos, todos tienen razón, todos. Pero mi corazón no soporta la idea de dejar a Saravi aquí, no resiste la idea de tener que tomar esta decisión. Trato con todas mis fuerzas de no mirarla, porque de lo contrario no resistiría este momento.
—Entonces vamos —dictamino casi en susurro mientras todos preparan los caballos y comienzan a dividirse.
Basim coloca la mano en mi hombro y luego da las órdenes a quienes se irán a la aldea y los que se unirán a nosotros para cabalgar lo más rápido posible al palacio.
Entonces, entonces la divisó a ella de nuevo.
Saravi está de pie atendiendo las indicaciones de Basim, mientras se seca las lágrimas que se escurren por su bello rostro. A pesar de las condiciones y las escasas comodidades, su rostro sigue igual de bello al verlo.
Me acerco lentamente mientras tomo sus manos, acto que la perturba en demasía.
—Gracias —es lo único que puedo pronunciar hacia ella.
Una sonrisa forzada sale de sus labios, aquella que lucha para hacerme sentir bien pese a sus sentimientos, aquella que trata de decirme a gritos que no la deje, pero que antepone mis necesidades y las de Angkor, a las suyas propias.
—Dale un abrazo fuerte a Hanna —su rostro se transforma en tortura y tristeza de inmediato—. Y no les atribuyan mis actos a mis padres… Ya han tenido suficiente con una hija rebelde.
—Pronto tú le darás el abrazo a Hanna y podrás ver a tus padres —le aseguro tomando su rostro casi en súplica.
Ella siente lentamente.
—Si… Encuentran a Nadia, por favor no la traten mal —un quejido de llanto sale de su boca mientras mi cuerpo trata de desestabilizarse.
¿Por qué siento que se despide?
—¡No te despidas! —digo halandola—. ¡No lo hagas!
—¡Señor, tenemos que irnos ya! —expone Basim fatigado.
Entonces tomo el rostro de Saravi y de forma arrebatada y desesperada, la beso. La beso como si necesitara de ellos para seguir con todo esto, como si necesitara de sus fuerzas para continuar, entregándole mi existencia y todo de mí, todo lo que puedo.
Basim arranca mis manos del tacto de Saravi, mientras ella limpia sus ojos para comenzar a caminar con los hombres, literalmente soy arrastrado por mis pies y en contra de mi propia voluntad despidiéndome de Saravi con una mirada, con una intensión y con mi corazón en el cuerpo de ella.
—¡Saravi! —grito—. Regresarás, después de esta guerra, vendré por ti, mantente segura, porque vendré por ti, te lo prometo…
Esa sonrisa dulce de la que me enamoré desde el primer día, aparece en su rostro, para luego verla asentir en respuesta. Pero el revuelo de nuestra retirada es tan rápido, que apenas en un parpadeo, la pierdo de vista.
Cabalgamos tanto que presiento que no es solo el tiempo que pasó rápido sino el arrebato de adrenalina que se descargaba en mi cuerpo cada segundo. Conmigo van al menos trescientos hombres, pasamos por el centro de Angkor inspeccionando que muchos de los rebeldes fueron reducidos con el plan estratégico de Saravi, porque el disfraz de los soldados inmiscuyéndose entre la gente fue un golpe que no esperaban.
No demoramos mucho tiempo, ordené llevarlos a todos a la fortaleza, donde serían recluidos esperando su sentencia, eso por supuesto a quienes cedieran, aunque sabía que la mayoría prefería morir antes que eso, lamentablemente.
No quería esperar, las ansias por llegar rápido eran tantas que el camino se me hizo eterno, necesitábamos llegar al menos en dos horas al palacio, la cabalgata estaba siendo dura y no quería forzar a los caballos, pero era necesario esforzarnos todo lo necesario porque este sería el toque final.
—Es mejor que nos detengamos unos minutos, los caballos necesitan agua —las palabras de Basim crean irritación en mi cuerpo, pero no me queda otra que afirmar ante la petición.
Observo como todos realizan las acciones apresuradamente, sin cansancio alguno, pero el caso de Basim no es el mismo. Él tanto como yo tenemos heridas, algunas más grandes que otras, aunado a estos tres días durmiendo en el suelo, sin el agua y la comida adecuada.
El general no se había quejado en ningún momento, aunque su herida en el costado era profunda. Sabía que su cuerpo estaba al borde del colapso porque su rostro estaba demacrado hasta el cansancio al igual que debía verse el mío.
No podía siquiera imaginar los rostros del grupo Ayatolá, exactamente a sus líderes, cuando lleguen al palacio y se den cuenta de que estará repleto de guardas, no imagino la impresión que van a sentir cuando hagan señales para que sus hombres que se ubicaban al rededor del palacio salieran y estos no aparezcan, ya que los mismos a esta hora ya estaban siendo capturados.
Cuando se vean solos, cuando Mishaal se vea solo y entienda que la misma trampa con la que usó a Saravi, ella misma la utilizó para él. Quiero ver cuando sepa que ha sido traicionado por su mismo engaño, viéndose derrotado ante su misma estrategia.
De un momento a otro volvimos a retomar el camino, a pesar de que mi familia está en el palacio, sé que están a salvo, lo único que me perturba en este momento es Saravi y su seguridad.
Aunque pude imaginarlo, cuando llegamos a las afueras del palacio se desarrollaba una guerra campal. A pesar de tener la guardia suficiente el cobarde había venido con casi todo su pelotón, dejado a minorías anteponer su pellejo en el centro solo para su complacencia. Gracias al cielo Basim solo dejó algunos soldados después de la captura de algunos grupos, y trajo con nosotros a todos los hombres que necesitaríamos para enfrentarlo.
Definitivamente mi general era un zorro viejo.
Nuestro pelotón se acercó justo cuando la pelea a espada estaba en su punto más alto, ninguno había pasado los muros del palacio, y sabía que dentro de él muchos hombres aguardaban ante la indicación esperando solo una señal.
Estaban encerrados, nuestros soldados estaban formándoles un círculo sin salida, jamás iban a salir de aquí con vida.
Como si estos días no hubiesen sido suficientes, la carga de una impotencia comenzó a arroparme y junto con todo el pelotón atacamos detrás de ellos.
Me separé de Basim, necesitaba encontrar a Mishaal porque mi pelea sería principalmente con él. No dejaría que alguien más gastara la fuerza en ese canalla, necesitaba gastar cada minuto haciéndole pagar todo lo que le había hecho a mi país, y en efecto a Saravi.
Gritos de dolor, sonidos de espadas al chocar con otras y relinches de caballo tomaron el lugar por completo. Estaba cansado, pero yo debía ser la punta de esta batalla. Bajé de mi caballo, y en cuanto logré divisar que el mal nacido, se estaba traspasando con su espada a uno de mis soldados, y junto con él sus dos muros que no se le separaban.
Los antiguos generales de mi padre Ismail y Borja, y este último había estado conmigo… Traicionándome todo el tiempo.
—No lo hagas —indica Ismail muy bajo hacia su líder—. Él tiene razón, sería una cobardía. Moriremos valientemente frente a nuestro grupo.
Sin embargo y a pesar de todo, Mishaal corre con furia hacia mí ignorando los gritos de los dos hombres que lo acompañaron en todo su plan. No me queda de otra que aspirar el aire y tomar mi espada como si aferrara mi vida a ella, preparándome para el siguiente golpe, aun sin tener idea si la fuerza me alcanzará.
Pero esta es mi propia batalla…
Nuestra batalla personal debe terminar aquí, después de tantos años.
Las espadas chocan en el primer golpe, entre pasos, esfuerzos, entre que desplazo mi cuerpo para que el filo no me traspase, lucho… peleo por mi vida, batallo porque Angkor obtenga la paz que merece, y confronto a este hombre honrando la vida de Saravi también.
Como mi esposa, y como la reina de Angkor.
Esquivo algunas estocadas mientras aguanto uno que otro golpe de su acción cegada por el odio, siento que estoy sucumbiendo a darme por derrotado, hasta que su mirada triunfante y sus palabras hacen brotar de forma innata, una fuerza que no existía dentro de mí.
—Despídete de Saravi… Yo no la tendré, y tú tampoco, porque estarás muerto…
Ante su intención de incrustar en mi cuerpo su espada, giro rápidamente hasta posicionarme tras él en una maroma rápida, tomando una cómoda posición y traspaso su espalda con mi espada sin tener el más mínimo arrepentimiento del hecho.
Rápidamente lo giro hacia mí, mientras él se queja de dolor ante su inminente muerte.
—No eres digno ni de pronunciar su nombre —mis palabras se cortan ante el cansancio—. Ella supo lo que hiciste con Hanna y te odió por eso, ella sabe todo y siempre lo supo. Saravi nunca te amó. Y todo este tiempo fingió contigo. ¿Sabes por qué?, lo hizo por Angkor, y lo hizo por mí. Su hombre, su rey.
Su mirada se abre ante mis palabras, mientras se ahoga en su propia sangre.
Un silencio sepulcral se hace como una penuria en el lugar y caigo de rodillas al instante, la sangre sigue cayendo por el costado de mi cuerpo entre tanto un hormigueo me atrapa el brazo.
Nublada y borrosa comienza a ser mi visión, al tiempo que me cuesta cada vez más respirar. El cuerpo de Mishaal Rezhac cae al piso y sus ojos pierden la vida, eso es más que suficiente para mí, porque de alguna forma, con su fin termina esta penuria que consumió al país por tanto tiempo.
Puedo escuchar mi propio respirar, los sonidos se hacen agudos y las distancias comienzan a distorsionarse. Debo ir por Saravi, necesito levantarme de aquí, porque se lo prometí.
Así que, tratando de dar un paso, mis rodillas flaquean para también caer, en el intento solo logro observar cómo unas botas militares que se acercan a mí, y todo comienza a ser distorsionado, de repente todos se aglomeran en mi círculo de forma muy rápida…
—Basim —pido como última cosa sin saber que está cerca—. Debo ir por Saravi…
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