Saravi (Nahid).
El reflejo de mi imagen en el espejo, tuerce una sonrisa en mi rostro. Estoy complacida con lo que han hecho con mi cabello, lo han dejado suelto, pero los detalles son preciosos. El vestido es muy elegante, el color es crema con algunos destellos dorados y cafés, la cinta que ata mi cintura tiene varias incrustaciones en bronce haciendo que mi figura se realce con el detalle.
Paso mi mirada a mi rostro, mis labios tienen un tono rosa, junto con un leve rubor en mis mejillas, no sé qué hicieron en mis ojos, pero estos, ahora se ven más profundos.
En definitiva, me veo totalmente relajada y serena. Esto se debe a que cuando llegamos ayer por noche, solo comí algunos bocados, me di un baño largo y a los pocos minutos ya mis párpados se cerraban ante el cansancio del viaje.
Era muy tarde cuando me levanté, porque justo cuando salí de la habitación, inmediatamente tuve una invitación para almorzar.
Recorrí gran parte del palacio, era imposible no hacerlo, quería conocer su belleza interior como exterior. Me habían impresionado sus jardines, aunque parte de la nieve estaba desapareciendo y el frío extenuaba su vegetación, todo se veía radiante, todo era enorme y espacioso, todo me gustaba en donde mis ojos se posaran.
En algún momento de mi visita había olvidado por completo que debía encontrarme con el rey Omer, de cierta forma me había perdido en las maravillas del palacio, disfrutando del recorrido. Annisa, había sido la primera en encontrarme un poco preocupada, pero cuando supo lo que hacía, se relajó de inmediato.
No había podido compartir mucho con Omer, por lo que la reina comentó desde temprano se había juntado con los demás huéspedes, colocándose al día con los avances y alianzas.
Ahora, estaba por salir al festejo, y estaba emocionada, realmente emocionada, por fin conocería a la realeza de este país; Annisa me comentó que saludaríamos en algún momento de la ceremonia, y que personalmente daríamos la mano y desearíamos bendiciones para ellos.
Los nervios se me acrecientan solo de saber eso.
Una dama abre la puerta mientras asiente, giro despacio sabiendo que, con su expresión, es hora de salir.
Cuando llegamos al salón, un lacayo nos dirige a una mesa donde nos sentamos enseguida. La decoración es exquisita, las flores, los manteles, las sillas y toda la iluminación es realmente regia y exuberante. Inmediatamente en el momento que nos sentamos varias personas llegan a preguntar qué deseamos tomar y si queremos algunos tentempiés que nos dejan en bandejas doradas en nuestra mesa.
—Nahid… —Omer se dirige hacia mí en tono bajo—. Ellos son representantes de Ramin, al norte de Yomal tenemos frontera con ellos.
Los hombres asienten hacia mí dándome una sonrisa y yo les devuelvo el gesto. Si son representantes, evidentemente en su país no hay monarquía.
—Es un placer mi Lady, me llamo Amin, primer ministro de Ramin para servirle —dice uno de ellos al mismo tiempo que Omer toma mi mano—. Le felicito por su compromiso, espero estar presente en la boda.
Me incomodo de inmediato ante su seguridad. ¿Boda? Estoy segura de que Omer habló de más, sin embargo, asiento asomando una sonrisa.
—Muchas gracias —contesto—. Me llamo Nahid.
El hombre se levanta tomando mi mano, para asentir complacido. Vuelve de inmediato a su lugar una vez termina y junto con los demás retoman la plática que tenían con Omer, sacando otro tema.
Annisa también parece ocupada, ella entabla una conversación con una mujer en la mesa, quien sostiene a un pequeño, de más o menos un año de edad entre sus brazos. El corazón se me comprime en el pecho al ver la escena, y de repente aquella tranquilidad que me había hecho sentir de maravilla durante el día, se esfuma de inmediato.
El tono de las voces, que por tanto tiempo he querido descifrar vuelven a mi mente en susurro, y por acción propia mi mano aprieta la mano junto a mí y Omer gira de inmediato.
—¿Estás bien? —dice frunciendo el ceño.
No. No lo estoy.
Los aplausos y el sonido de una voz que anuncia la entrada de la realeza, llaman nuestra atención y de todos los que se encuentran en nuestra mesa. Inmediatamente nos colocamos de pie para observar la entrada, pero Omer en ningún momento suelta mi mano, él ni siquiera está prestando atención a la caminata que llevan los soberanos de Angkor.
—Si no te sientes bien, te llevaré a la habitación. No estás obligada a estar aquí —dice mirándome fijo esperando una respuesta.
Por otra parte, el orador invita al rey y su novia acercarse a él. Por primera vez, que, aunque no en detalle, lo veo.
Él es alto, y de muy buen porte, su traje es negro con varios detalles dorados que lo hacen relucir más imponente, su cuerpo se ve fuerte, y su barba cortada a la perfección hace que su perfil se vea perfecto. Él toma la mano de su prometida mientras realiza el procedimiento.
Mi ceño se frunce levemente, porque el hombre está totalmente serio, no hay expresión en su rostro, no hay tal felicidad como la anterior pareja. La mujer que está a su lado es realmente hermosa, él debería sentirse dichoso por eso, tiene el cabello recogido y su vestido es como ninguno.
—¡Desde hoy nuestro rey está comprometido! —exclama el orador mientras levanta sus manos para que la ovación comience a llenar el lugar.
El rey lo mira algo incómodo, quizás porque no incluyó a su hermana en las palabras, pero estoy segura de que ella ahora mismo no atiende a ese suceso.
Después de unos minutos y que la parte del ritual haya acabado, la comida comienza a ser servida junto con bebidas y un exceso de pasa boca. Observo como todo el salón se llena de conversaciones mientras varias personas se saludan entre mesas alegres. Algunos se han levantado para ir a saludar a los soberanos, pero parece que deben ser llamados en orden para ejecutar dicha acción.
—Tengo algo de nervios —digo sin dirigirme a alguien en específico.
—No te preocupes —Omer sonríe—. Solo saludaremos, y te prometo que en cuanto lo hagamos, te llevaré a la habitación.
Afirmo complacida. Una vez más Omer me hace sentir segura, con él he aprendido que ahora no tengo por qué tener ciertas inseguridades, porque ahora mismo él cuida de mí. Y de qué manera lo hace.
Respiro tranquila y me incluyo en la conversación en la mesa; preguntas, historias y varias anécdotas son contadas. Algunas hacen reír, otras crean asombro, y otras de cierta forma me arrugan el corazón cuando incluyen al bebé y todas sus travesuras.
Omer toma mi mano como leyendo mis pensamientos y acaricia varias veces el dorso con sus dedos, transmitiéndome ese “estoy contigo” en cada momento.
—¡Omer Bozkurt, Soberano de Yomal! —anuncia un hombre llamando nuestra atención.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Matrimonio Forzado