Matrimonio Forzado romance Capítulo 58

Kalil.

Fue muy difícil pasar la noche a su lado y querer dormir profundamente. Era imposible no querer tocarla, abrazarla y besarla cada vez que podía; literalmente yo había decidido atormentarme durante toda la noche.

«Pero no me arrepentía», necesitaba tanto de esto, era como si de alguna forma mi cuerpo hubiese encontrado su orilla, para así entonces poder respirar, descansar, sonreír… Había pasado no sé cuánto tiempo observándola, entretanto las sonrisas se me deslizaban sin control alguno cada vez que ella entre sus sueños, fruncía el ceño.

Había delineado más de cien veces sus labios, los había besado cada vez que podía, quería de cierta forma impregnar todo de mí en ella, necesitaba que su inconsciente despertara también, y que por fin se uniera a mis brazos tanto como yo lo deseaba.

La situación no era fácil, de hecho, no solo estaba luchando contra otro reino por Saravi, yo estaba luchando más que todo con su propia mente y su mismo olvido.

«Y eso, era mucho peor.»

Mi cuerpo cansado, pero feliz, en algún momento cedió al sueño, uno, que desde hace mucho tiempo no había podido consolidar de forma completa, y aunque no quería que este momento terminara, el tiempo era así. A veces iba a nuestro favor y en otro momento nos golpeaba de forma cruel.

Me había despertado muy temprano, tenía que hacerlo, la luz débil apenas estaba delineando las montañas y no se lograba ver la claridad en su apogeo.

Me deslicé de forma cuidadosa para no despertarla y que tampoco entrara en pánico a mi lado, por lo tanto, era necesario irme lo más pronto posible. Besé sus labios nuevamente gesticulando una sonrisa y un susurro para ella: —Buenos días…

Me vestí mientras la observa en la cama, hasta que mis ojos nuevamente recorrieron su cuerpo a través de su camisón fino.

«¡Vete ahora mismo!,» me ordenó mi consciencia.

Y sí, debía hacerlo. Yo no creía tener esta capacidad de control, no después de tenerla tan lejos por tanto tiempo.

Abrí la puerta muy despacio mientras los ojos de dos guardias diferentes se posaron en mí haciendo reverencia, asentí hacia ellos y procedí a cerrar detrás de mí, sin hacer algún sonido.

Decidí comer solo y lo antes posible, jamás en mi condición hubiese podido sostener una conversación, y a pesar de la hora, quería que el médico fuese a ver a Saravi y nos dijera que podíamos hacer a continuación para ayudarla. Estaba decidido a que eso ocurriera.

Así que lo llamé y él se destinó a ir por ella y hacer todo lo correspondiente para agilizar mi petición.

Me fui a la biblioteca en cuanto terminé mi desayuno, estaba nervioso, deseoso y la expectativa. Recreaba cientos de escenarios, imaginaba otros y daba rienda suelta a que mi mente maquinara hasta que llegué a la habitación. Justo cuando entré, Fais se encontraba dentro concentrado en una lectura que se disipó al verme llegar.

—Majestad, ¡Buenos días! ¿Cómo amaneció? —pregunta un tanto preocupado.

Esbozo una sonrisa para él mientras voy a un escritorio cercano y me siento mirándole fijo.

—Excelente, mejor que nunca.

Fais frunce el ceño, coloca el libro que tenía en sus manos en una mesilla cerca de su asiento, y se levanta caminado en mi dirección.

—Me alegra —dice sin ningún gesto en su rostro—. Imagino que es debido a la Señorita Saravi que usted se encuentra así ¿cierto?

Tomo una inspiración y le miró fijo.

—Así es Fais, es debido a mi esposa que estoy así —corrijo y el vizconde entra en tensión—. Sin embargo, sé que la situación es compleja.

—Así es majestad, por ello quería preguntarle algo; es importante que sepamos que…

Los toques apresurados de la puerta cortan la idea de Fais y nos hacen mirarnos un poco alarmados, literalmente los golpes están siendo exagerados.

A pesar de no decir palabra, ni dar derecho a pasar, la puerta se abre.

Debí imaginar que en cualquier momento esta escena se presentaría.

El rey Omer Bozkurt entra en la biblioteca con un semblante pálido y agitado, su madre le sigue tratando de tomarle el brazo, pero él se zafa de inmediato buscando por la biblioteca hasta que posa su mirada en mí.

Me levanto de forma paciente, arreglo los puños de mi camiseta, le devuelvo la mirada desafiante mientras la tensión se puede palpar fácilmente.

—¿Por qué ha entrado aquí sin mi consentimiento? —pregunto severo y sus ojos se abren con más enfado.

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