Matrimonio Forzado romance Capítulo 87

Omer.

Apreté mis puños contra el escritorio, mientras el ardor en mis ojos me martirizaba hasta el cansancio, la furia consumía hasta el último poro de mi cuerpo, y estaba a punto de estallar, sin embargo, me controlé, debía hacerlo, necesitaba seguir el plan.

Saravi sería mía, y ella misma seria quien regresaría hasta mi lugar.

Así que solo debía tener paciencia.

Comenzaría a escribir las cartas, sabía que esto llevaría tiempo, pero, seguiría todo de acuerdo lo que pensé. Esperaría la carta de Alinna Menen, donde con su puño y letra daría testimonio y aseguraría que lo que iba a escribir hacia otros reinos era cierto. Ella no sabía el por qué usaría su testimonio, era muy tonta para comprender el trasfondo de todo.

Así que me senté en el escritorio, y comencé a redactar cada una de las líneas haciendo un llamado de guerra hacia mis pueblos vecinos. Y con una sonrisa en mis labios, solo imaginé lo que en unas semanas pasaría el pueblo de Angkor, junto con su reino.

“Les saludo con fraternidad, ustedes mis pueblos hermanos.

La razón de mi petición, es una que ha entristecido mi alma junto con mi existencia. Mi pueblo Yomal y nuestro humilde reinado han sido envueltos en una humillación y degradación muy baja. Como lo saben, hace unas semanas atrás, contraje compromiso con mi prometida…

También es de sus conocimientos que asistí con ella a un evento muy proclamado, el compromiso del soberano de Angkor.

Mi prometida y yo fuimos tratados de la peor forma, pues el Rey de Angkor, Kalil Sabagh se empecinó en ella, y mantuvo el capricho hasta llegar a compararla con su esposa muerta. Hubo irrespeto, palabras oscas y un trato tan deplorable, que no puedo describir en esta nota que envío hacia ustedes.

Mi reino ha quedado devastado, pues ustedes tienen el conocimiento de que Yomal es tres veces menor que Angkor, y con muchas limitaciones, que, haciéndoles frente, me declararía perdedor de forma anticipada.

Mi prometida está devastada, porque ella ha sido arrancada de mis brazos, solo por la complacencia de un tirano. Por lo tanto, me dirijo a todos lo que llegue esta carta, que rodará en manos de uno de mis generales de confianza por todas sus naciones para pedir un poco de su apoyo.

¿Se han preguntado si esto les ocurriera a ustedes? ¿Esto se quedará en tremenda injusticia? ¿Han pensado que, en algún momento, ellos quieran volver a realizar una desfachatez como esta, solo por tener mucho poder?

Este es el momento de unir nuestras fuerzas, este es el momento de atacar a Angkor y hacerlos pagar por las humillaciones que han hecho a un pueblo hermano, quitándole lo más delicado que un hombre puede poseer.

Junto con esta carta, anexaré la firma de una soberana de Angkor, que con su puño y letra da testimonio que este suceso es una gran verdad, esta mujer también ha sido afectada por su reino, la han humillado y desprestigiado frente a toda una nación, su propia nación.

Luego que reciban tal información, esta carta seguirá su rumbo hacia todas las naciones que ordené a mi general, en ella espero que puedan colocar su sello para cuando la reciba de vuelta, dando así la aceptación de que su apoyo está conmigo. Exactamente cuando ella esté en mis manos daré un aviso para una reunión secreta y así planearemos juntos la destrucción de Angkor y de su humillante monarquía.

Quien les saluda, con el dolor profundo de su alma. Omer Bozkurt, soberano de Yomal”

Descansé la pluma en la tinta y soplé la hoja lentamente, mientras una sonrisa me aliviaba la tensión que unas horas atrás había pasado.

Solo debía esperar la carta de Alinna que adjuntaría con esta, y sabía que no demoraría en llegar. Esperaba también que hubiese aprovechado la partida de Saravi para completar su plan perfecto. Sonreía, esto me daba un alivio grande. De cierta forma no había perdido, aunque el panorama se viera así, estaba más que satisfecho con lo que había planeado.

Mataría varios pájaros de un solo tiro, y el saqueo por la guerra que tendría Angkor me traería muchos beneficios económicos. Y aparte, Saravi seria mía.

Y esto, era más que perfecto para mí.

Saravi.

El cansancio me estaba matando, me era muy difícil poder sostener firme los ojos y mantener el cuerpo erguido. Las palabras y conversaciones se habían acabado hace unas horas atrás, la adrenalina por lo que pasó en Yomal se redujo a la nada, así que solo me quedaba aguantar el resto de viaje.

Nadia, tenía la cabeza sobre mis piernas mientras mi padre recostó un poco la cabeza al asiento, hace un rato, ya que sus ojos se habían cerrado.

Lo único que podía ver a través del vidrio era como los árboles se perdían en la carretera, eso, y el choque que las ruedas hacían contra el suelo es lo que me mantenían despierta. Ansiaba llegar, deseaba con toda mi alma ver a Kalil y poder abrazarle, me sentía muy bien ahora que había hecho lo que tenía que hacer, a pesar de la condición de no haber dormido y estar literalmente agotaba, pero por dentro quería explotar de felicidad.

Sabía que las cosas serían diferentes, ahora me concentraría en mi esposo y todo lo correspondiente Angkor. Quería esperar que Umar se mejorara, y luego de ello, hablaría con el vizconde para comenzar a realizar algunos viajes al centro. Aunque tenía mucho tiempo sin pensarlo, aún recordaba esa aldea a la que fui por primera vez de la salida del palacio, y por supuesto nunca olvidaría a Laia.

«Sonreí con cierta tristeza al recordarla».

No sé en qué momento mis ojos se cerraron, pero en cuanto el sol continuamente pegaba en mi cara y alguna bulla exterior se filtró en mis oídos, mis ojos se abrieron de repente.

Mi padre estaba estirándose un poco y Nadia estaba viendo por la ventana.

—Estamos llegando —anunció bajo mientras un remolino de emociones se pegó a mi estómago.

Sonreí.

En pocos minutos el coche fue deteniéndose hasta que abrieron nuestra puerta.

«Definitivamente estaba molida».

Bajamos en unos segundos mientras los generales se iban poco a poco a sus lugares. Sin embargo, por una razón muy extraña algo sucedía.

Los lacayos que nos recibieron estaban vestidos de un traje formal en negro, y mi ceño se frunció.

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