Matrimonio Forzado romance Capítulo 96

Saravi.

Hay un tacto constante e insistente, húmedo y algo carrasposo que está recorriendo parte de mi rostro y cuello. La temperatura de mi cuerpo parece estable, aun y cuando siento que estoy empapada de pies a cabeza.

Parpadeo varias veces hasta que logré abrir bien los ojos, observé esa misma habitación de la que no quería tener ni un recuerdo y de la que necesitaba huir.

El toque de un paño húmedo por mi boca me hizo moverme de repente, entonces Samira tomó mi mano sin pensarlo.

—Solo estoy limpiándola —dijo sin mirarme a los ojos y con la cabeza gacha.

Me fui sentando lentamente, los músculos me dolían lo suficiente para que me costara este simple esfuerzo. Tenía el cuerpo magullado, golpeado y en algunos lugares lastimados hasta el punto de no resistir el roce.

Llevaba un camisón largo hasta los tobillos y una cinta que había amarrado mis cabellos, Samira en silencio seguía colocando algunas plantas en mi piel mientras yo rodeaba la habitación con mi mirada.

—¿Dónde está él? —pregunté, e inmediatamente ella negó con la cabeza.

—No sé nada mi Lady —dijo muy bajo—. Ni siquiera puedo hablar con usted en este momento.

La tomé de la mano para detener lo que estaba haciendo.

—Samira… necesito que me ayudes… por favor.

Justo cuando sus labios temblaron para darme una respuesta, la puerta se abrió de golpe.

—¿Ya terminaste? —preguntó Omer en tono fuerte mientras entraba en la habitación.

Mi cuerpo tembló. No quería demostrarle debilidad, en el momento en que el viera el miedo en mí, ese sería mi fin. Así que no agaché mi rostro, no me afligí, y definitivamente no me iba a rendir.

Si debía morir por no seguir sus órdenes, estaba dispuesta hacerlo.

Sin embargo, luchaba con todo lo que mi miedo expulsaba hacia mi exterior, quería esconderlo todo, estaba aterrada ante la idea de estar a solas nuevamente con él, mi mismo cuerpo podía oler el peligro solo con escuchar su voz.

Le miré fijo y luego Samira se levantó de golpe.

—Solo me falta colocarle un ungüento en… el cuello.

Toqué rápidamente mi cuello al escuchar sus palabras, el roce de mis dedos hizo que mi piel ardiera, entonces recordé como con sus dientes había provocado estas heridas.

Sentí una repulsión al instante, el asco recorrió mi cuerpo entero.

—Será en otro momento, Saravi debe considerar esto la próxima vez, y deberá obedecer. Ahora ayúdala a vestirse Samira, y en menos de veinte minutos debes llevarla al comedor.

Dio una larga mirada y luego esbozó una sonrisa.

—Ponte linda para mí —con estas palabras salió de la habitación y volvió a cerrar de un portazo.

La ira comenzó a dominarme, él no tenía ni un ápice de arrepentimiento, ni en su comportamiento ni en su mirada. Omer por fin había dado cabida a su lado oscuro dejándolo salir completamente. El hombre que había salvado mi vida, ya era historia.

Me deslicé de la cama, y fui caminando hacia la ventana nuevamente. Cuando observé hacia afuera pude ver que, aunque el palacio estaba rodeado por militares, el número de soldados había menguado, desde que los vi…

«¿Cuánto tiempo había pasado?»

Me di vuelta buscando a Samira, quien solo me observaba en silencio.

—¿Fue ayer que llegué cierto? Estoy perdida del tiempo.

—Sí, usted llegó ayer, este es su segundo día en el palacio.

Dios mío…

Por un momento mi pecho se comprimió dando latidos fuertes. Tenía muchas ganas de llorar, gritar y dejar que mis emociones tomaran el gobierno de mi cuerpo.

Pero solo imaginar lo que estaba pasando Angkor y nuestra familia, me hacía enderezar enseguida.

Debía alertar a Kalil de esta mentira que planearon Omer y Alinna, los aliados de Omer debían saber que esto no era más que una calumnia.

Paseé en varias direcciones pensando, hasta que la mano de Samira en mi brazo hizo tensar mi cuerpo.

—Necesito que se vista mi lady. Debo cumplir con la orden que mi señor ha dado.

La miré fijo sabiendo que ella no podía hacer mucho, su vida pendía de un hilo si no seguía las órdenes; así que pensando también en ella asentí en afirmación mientras me ayudó para estar lista a tiempo, a lo que sea estaban preparando.

Estaba muy nerviosa, molesta y con mucha preocupación en mi pecho. Me estaba mirando en el espejo a la vez que las lágrimas caían sin poder retenerlas. Mi boca esta hinchada y roja, y una marca entre azul y violeta destacaba parte de mi mejilla uniéndose a la comisura del labio. Eso sin contar los moretones de mis brazos, y las raspaduras en mi cuello y parte de mis hombros.

Realmente me sentía asqueada.

Samira peinó mi cabello a la vez que tomé un suspiro cansino. Limpié mi rostro de forma cuidadosa y luego ella me giró.

—Debemos ir…

Asentí y luego tomé su brazo. Samira era una mujer de unos 40 años de edad, muy repuesta y completa y con una sonrisa preciosa. Sin embargo ahora se veía demacrada, muy nerviosa y agitada. Las ojeras resaltaban en sus ojos, y tenía el cabello bastante descuidado.

Caminé junto a ella rezando, suplicando porque hubiese un fin a este martirio. Lo que menos quería ver era el rostro de ese hombre horrible. No quería escucharlo, ni siquiera quería sentir su respiración cerca.

—Hermano… si no dejas de mirar a mi prometida de esa forma, pensaré que…

—Lo siento —se excusó Abdel de nuevo quitando la mirada de mí—. Solo siento un poco de rabia por lo que le hicieron, nunca pensé que serían capaces de dañarla de esta forma.

Observé a Omer luego de esas palabras, quería que sintiera que su propio hermano estaba restregándoselas en su cara.

—Ya todo pasó —dijo quitando su mirada de mí para colocar su mano sobre el brazo de Abdel.

Él sonrió amablemente y luego volvió a posar su vista en mí.

—Bienvenida nuevamente a Yomal Nahid —todos hicieron un silencio, pero Abdel se apresuró a corregir—. Saravi…

—Ya que lo mencionas hermano, Saravi me estaba comentando que le gustaba mucho Nahid, su nombre anterior.

Había satisfacción en el rostro de Omer al pronunciar dichas palabras, parecía que se había olvidado totalmente de que esta era la vida real. Él solo actuaba.

Rápidamente intervine.

—Me quedaré con mi verdadero nombre —dije sin titubear mirándolo con detalle y transmitiéndole mi odio.

Él no se dejó apabullar y sonrió acercándose una copa a sus labios alzando una ceja haciendo una mueca de burla.

—Las mujeres son muy indecisas hermano —respondió volviéndose a Abdel.

Este, aunque trataba, seguía extrañado, no encontraba la misma familiaridad en esta situación que se estaba presentando, por lo tanto, estaba incómodo. El momento era muy tenso.

Un olor característico se impregnó en mi nariz, el estómago me crujió. No sabía cuánto tiempo había pasado desde la última vez que probé un bocado. Entonces cuando el hombre que servía la sopa delante de mí soltó el aroma, un vuelco de hambre muy fuerte se gestó en mi estómago.

—Deberías comer lo suficiente —me dijo Annisa despabilándome—. Necesitas recuperar fuerzas.

La miré de soslayo solo por unos segundos, pero lo que dejé en ella le hizo conciencia que prefería no me dirigiera la palabra. Aun y cuando ella había llegado en el momento justo ayer por la tarde, seguía siendo cómplice de la porquería que estaba ejecutando Omer. Actuaba, se quedaba callada y seguía la corriente de su hijo, y no sé con qué fin.

Tomé la cuchara y comencé a acercarla a mi boca. Comí en silencio mientras el tema fue cambiado drásticamente en la mesa. Annisa tenía razón en una sola cosa; debía estar fuerte, era necesario reunir todas mis fuerzas y pensar en algo para poder salir de aquí cuanto antes.

Ya estaba terminando mi comida, cuando escuché varias pisadas apresuradas que entraron sin permiso al comedor, y volteé enseguida.

Unos cinco hombres, vestidos de traje militar y muy bien protegidos, llegaron hacia el rey haciéndole una reverencia. Estos uniformes no eran de Yomal…

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