Después del desayuno, Anastasia tomó su bolso y salió por la puerta. Al hacerlo, alzó la ceja y miró al hombre sentado en el sofá antes de decirle:
—Presidente Palomares, voy a recoger a Alejandro. ¿Piensa quedarse aquí?
Cuando Elías escuchó esto, se exasperó y, aunque quería ir con ella, estaba claro que la mujer no tenía intenciones de dejar que la acompañara. En cambio, se levantó y le contestó:
—Te dejaré en la casa de Miguel. —No parecía estar dispuesto a aceptar un no como respuesta.
—No, está bien. Puedo tomar un taxi.
—Mi coche está justo abajo.
—Yo no…
—¡Yo sé dónde vive Miguel! —Elías le lanzó una mirada desafiante.
Fue entonces cuando ella se percató de que, en efecto, había olvidado pedir la dirección de Miguel. Tras mirar la hora y notar que eran solo las 7:30 de la mañana, no quiso llamarlo.
—Bueno, solo si tienes tiempo, porque no quiero molestar…
—Estoy libre. —Él se dio la vuelta y salió.
Abajo, estaba Ray, quien ya se había acercado en el coche. Elías se sentó en el asiento trasero y Anastasia lo siguió. Entonces, ella le contó su preocupación a Ray:
—¡Señor Osorio, espero que su padre se encuentre bien!
—Gracias por preguntar, señorita Torres —contestó con tranquilidad—. Todo salió bien con la operación.
—Me alegra saber eso —dijo con una sonrisa genuina en la cara.
Luego, se dio cuenta de que el hombre a su lado se había cambiado de ropa y que no llevaba puesta la camisa blanca de ayer, sino una gris, por lo que frunció el ceño.
La casa de Miguel estaba en un vecindario de chalés elegantes y prestigiosos, donde vivían todos los jóvenes ilustres de la ciudad. Los chalés contaban con instalaciones de última generación y daban al muelle, en donde había una fila de yates lujosos anclados.
Ray estacionó el coche frente a un chalé de grandioso aspecto. Anastasia miró alrededor y suspiró, segura de que se habría perdido de haber venido sola.
—Gracias, presidente Palomares, que le vaya bien en su camino de regreso —le dijo con cortesía. Entonces, abrió la puerta del coche y se bajó, cuando vio que él también hizo lo mismo. Ella le posó la mirada, como si le preguntara en silencio lo que estaba haciendo, a lo que él se encogió de hombros.
—No he venido a casa de Miguel en un buen tiempo. ¡Creo que una taza de té con un viejo amigo vendría bien!
Ante esto, se dirigió a la puerta de entrada como si fuera dueño del lugar. Anastasia, de prisa, lo siguió y le dijo con voz baja:
—¿No cree que será mejor que venga por té otro día, presidente Palomares? —Ella tendría que dar muchas explicaciones si se presentaba con Elías en casa de Miguel.
—No —le contestó con arrogancia antes de tocar el timbre.
En ese momento, Anastasia deseaba que la tierra se la tragara y quedarse enterrada, pues debía saber que aceptar la oferta de que Elías la trajera no era buena idea. ¡Era claro que estaba tratando darle una mala impresión a Miguel a propósito!
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¿Mi hijo es tuyo?
Montar más capitulos, gracias...