Mi Jefe y Yo romance Capítulo 52

Estando a su lado todo transcurrió con tanta prisa, que realmente esos ocho años viviendo como una pareja casada, pasaron fugaces frente a mis ojos, dejándome estupefacta con lo rápido que a veces era el tiempo a nuestro alrededor sin que nos percatáramos de ello.

Juntos vivimos muchas cosas, tanto buenas como malas, aprendimos a lidiar con las adversidades y ser felices aún cuando el mundo afuera se caía a pedazos.

Rara vez discutíamos, quizás porque trabajábamos bastantes horas al día, sin embargo, entre ellas teníamos al menos un poco de tiempo para vernos, para darnos detalles románticos, compartir el uno con el otro o para simple y llanamente, amarnos.

Habíamos comprado una preciosa casa en las afueras de Atlanta, en la cual teníamos todo lo que necesitábamos, allí no existía ninguna preocupación más que disfrutar nuestro día a día intensamente, aprovechar cada instante haciendo lo que se nos antojaba sin miedo alguno.

Todos habíamos cambiado bastante, ya no éramos tan jóvenes, cada quien había tomado su respectivo camino y había seguido por este encontrándose a su paso diferentes situaciones con las que habían aprendido a lidiar.

Para empezar, Deborah Aisha Walters, se la paso viajando de un lado a otro, derrochando el montón de dinero que poseía, llegando al punto de caer en bancarrota, donde por arte de magia, se logró comprometer con un joven empresario Japonés, el cual era multimillonario, quien lastimosamente, la mantenía como una reina.

—No puedo creer que mi padrastro sea el señor Yamamoto —refunfuñó mi esposo, al enterarse de la noticia.

—Bueno, es obvio que los placeres de maltratar y engañar a la gente ya no le es suficiente —comentó Lucila de pronto, con aire distraído, pero con tono de voz tajante.

Jack me miró con una ceja alzada y yo tampoco pude evitar hacer una mueca al escucharla. Ya era una adolescente y su etapa difícil y de chica rebelde le estaba dando por el lado de la única abuela que había y la sangre que no corría por sus venas.

—Lucila…

—Ahórratelo, papá Jack —se levantó de su asiento y se fue, dejándonos preocupados, aunque luego lo hablamos y dijimos que seguramente era una etapa y que a Deborah jamás se le ocurriría volver a verla.

Gracias al cielo, esa desquiciada mujer no había vuelto a hacer acto de presencia por ningún rincón de Atlanta, tal y como había jurado frente a mí.

Pero estábamos muy equivocados al creer que cumpliría su promesa.

El nuevo "marido" de la madre de Jack trabajaba a la distancia con él en varios proyectos y al castaño poco a poco dejó de perturbarle la relación que mantenía con su madre, incluso podría decir que le alegraba que esta última tuviese un apoyo en su miserable vida.

No había aceptado el hecho de que Jack estuviese casado conmigo, no obstante, no intentó meterse más en la relación y simplemente lo dejo ser, quizás porque temía que realmente su único hijo denunciara cada una de las atrocidades que había hecho, así que se mantenía al margen y a duras penas enviaba una que otra postal para Jack, avisándole de cada país que pisaba.

Por otro lado, mi padre, dos años después de su sentencia, y aquella charla donde me había lanzado su ultimátum, terminó por cometer una locura abismal. No soportó demasiado tiempo tras las rejas, y optó por quitarse la vida.

Le hicimos una breve ceremonia en su honor, donde mi familia estuvo presente en mi pérdida, pero no me sentía triste, ni siquiera una lágrima salió de mis ojos. Aún cuando había sido una persona desagradable gran parte de mi vida, me sentía fatal por el horrible destino que Arthur Wilson había tenido que tomar, no obstante, sabía que estaba en un mejor lugar muy lejos de mí.

No me alegraba, pero era un sentimiento extraño el que invadía mi ser, tal vez era tranquilidad de entender que por fin podría mantener mi nuevo hogar sin angustias de por medio.

—¿Estás bien? —me había dicho Jack al ver mi rostro impertérrito, pero era obvio que sabía la razón, aunque quizás estuvo más pendiente de mis emociones en ese tiempo.

Victoria Alkovok y Cody Candles, al principio no entendíamos muy bien cuál era su disparatada relación, sin embargo, luego de que la rubia quedara embarazada con su segundo hijo, se mudaron a una casa juntos y así han vivido hasta el día de hoy, felices y criando con paciencia tanto a Lucila como a su hermano menor, Nathan Candles.

Cody logró graduarse de la universidad con honores, y por el momento trabajaba en un reconocido bufete de abogados, dejando de lado por completo su pasado como acompañante. Entre tanto, la rubia se dedicaba a su boutique en cuerpo y alma, llegando a tener el reconocimiento nacional como diseñadora que ahora mantenía por los cielos.

Eran una pareja sencilla que había aprendido con el paso del tiempo a ser muy buenos padres, aunque en ocasiones nos encargábamos de sus hijos para que ellos pasaran tiempo de calidad juntos, pero era agradable, más para Jack, que los adoraba con toda su alma, que para mí que tenía que lidiar con tres niños en casa, lo cual era todo un desafío, sobre todo por la etapa de Lucila.

Esperábamos de todo corazón que fuese algo pasajero, sobre todo con tantos niños en casa y las ocupaciones que invadían nuestra vida sin ninguna compasión.

Nia Braver y Ryan se casaron unos años después de que ese tonto se graduara de la universidad, vivían dichosos y sumamente agradecidos con las oportunidades de la vida, más ahora que esperaban su primer hijo.

Nia había logrado sacar su proyecto sobre el amor y la psicología, llegando a ganarse más de un galardón con ello, aún trabajaba en el hospital Jackson, pero ahora era jefe de Psiquiatría, así que era poco habitual verla de buen humor por los pasillos, además de que ya no nos daba terapia ni a Jack, ni menos a mí, pero seguía siendo mi confidente y más cercana amiga.

Ryan por su parte, se había convertido en uno de los arquitectos más codiciados del país y este vivía en la gloria por ello, más cuando tenía el apoyo y el entusiasmo de la mujer que amaba.

Mi adorada madre, Mónica Wolfang, debido a la situación de su salud; había optado por mudarse a Atlanta, dejando la casa hogar en manos del estado de Ellijay, para que hicieran con ella lo que se les viniera en gana, no obstante, como todos éramos legalmente sus hijos, el estado no pudo arrebatarle a ninguno de los chicos que aún eran menores de edad.

Se habían mudado con ellos, a una mansión en Ellijay, donde habían decidido montar en el primer piso una elegante cafetería, en la que todos mis hermanos menores trabajaban en vacaciones, ya que era la época con más clientela, y los trabajadores no eran suficientes.

En cuanto a los chicos, tras vivir en una ciudad tan grande, sus oportunidades de ser algo en la vida aumentaron, y por ello se fijaron distintas metas que los llevaron bastante lejos.

Maximilian y Camila tomaron rumbos diferentes, el mayor se había marchado a Nueva York a estudiar negocios, mientras Camila se había quedado en Ellijay cuidando de nuestra madre y dedicándose de lleno a las artes plásticas. Paul y Carl formaron su propia banda de Rock, la cual era sumamente famosa, Jack y yo habíamos ido en más de una ocasión a sus conciertos y era sin duda alguna, indescriptibles.

Lauren se dedicó al modelaje, y al parecer estaba probando con un poco de actuación, mientras vivía impotente cambiando de novio en novio cada tanto tiempo. Katia estudiaba gastronomía, ya que la verdad no le iba nada mal con ello, sus platillos eran tan exquisitos que se había convertido en la chef de la cafetería. Blake, se dedicó a la cafetería y las distintas sucursales que habían surgido con el paso de los años, mientras Brooke estudiaba muy dedicada, para ser profesora de niños en escuelas especiales.

En pocas palabras, todos habíamos elegido nuestro propio destino, cada uno había trazado su rumbo aparte, pero en algunos momentos nos juntábamos sin falta, para contarnos cosas, y pasar grandes instantes, dado que todos seguíamos siendo tan unidos como antes de separarnos.

Después de todo, éramos una inmensa familia, y no importaba en qué rincón del universo nos halláramos, siempre volveríamos a nuestro acogedor hogar.

Sin embargo, como antes había mencionado, no imaginamos que un día Aisha se aparecería y que eso iba a desatar un pequeño infierno en lo que a Lucila se refiere, Jack y por qué no… yo misma.

—¿Mamá? —el tono incrédulo de Jack y sus palabras me hicieron pegar un respingo.

Estaba alimentando a la pequeña Sara, mi bebé de 5 meses, cuando alguien tocó la puerta, mostrando así el rostro de la progenitora de mi esposo. Yo preferí irme a otro lugar y dejar que ellos hablaran, mientras tenía que tragarme el disgusto de tener a esa arpía de nuevo en nuestras narices.

—Hola, Lucy —me quedé petrificada a medio camino hacia mi habitación y mi cabeza casi hizo como la de la niña de El exorcista, atónita y sin palabras por el repentino saludo y el rostro demudado de la autora—. Esa debe ser tu bebé…

52. Epílogo 1

52. Epílogo 2

Verify captcha to read the content.Verifica el captcha para leer el contenido

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Mi Jefe y Yo