Me esforzaba por parecer tranquila, esperando con desesperación que creyera mi mentira. Pero el corazón me latía con fuerza en el pecho y me sudaban las palmas de las manos.
Fingía que estaba acostumbrada a hacer este tipo de cosas para que él no se sintiera tan culpable, pero él parecía imperturbable, incluso me sonreía con alegría.-
«¿Por qué siento que nuestros papeles están invertidos?».
—Debería irme —le dije, saliendo de la cama.
-¿Quieres que te lleve? -Se sentó y se bajó del otro lado de la cama, dándome la espalda. En ese momento, vi las largas marcas rojas en su espalda.
Se dio cuenta de que lo miraba muy fijo y se volteó para mirarme divertido.
-Eres la primera persona que me araña la espalda.
-No era mi intención arañarte -argumenté.
-¿Entonces qué fue?
-Me estabas lastimando, así que lo hice en defensa propia.
Se rio.
-Eres tú la que está demasiado apretada.
-Pensé que decías que eras demasiado grande. -Las palabras se me escaparon antes de pensarlo mejor, mis mejillas se sonrojaron justo después de decirlo.
-Bernardo debe haberte hecho mucho daño, eh. -Y así, sin más, atribuyó todas mis acciones al resultado de las aventuras extramatrimoniales de su mejor amigo.
«Así que siempre supo que Bernardo me engañaba. Debí haberlo visto venir. Después de todo, Dios los hace y ellos se juntan. Soy una idiota».
—¿Por qué no me lo dijiste? —Pregunté de manera agitada.
Se encogió de hombros mientras se abotonaba la camisa.
—¿Decirte qué? ¿Que Bernardo se acostó con una de mis amigas? ¿O debería haberte llevado de la mano para atraparlos en el acto?
Me quedé sin palabras.
Me tendió la mano.
-Vamos.
Fue durante el desayuno del día siguiente cuando Bernardo me preguntó:
-¿Adonde fuiste anoche? -Me quedé helada, casi dejando caer el tenedor al suelo.
Cuando le eché una mirada nerviosa, vi que estaba distraído hojeando el periódico y no me prestaba ninguna atención.
Me tragué el sabor amargo de la boca. Incluso mi pareja de una noche me siguió hasta casa porque estaba preocupado por mi seguridad. Sin embargo, mi amado esposo preguntaba por mi paradero sin ningún atisbo de preocupación.
Sonreí con ironía.
-Fui al salón de belleza con mis amigas.
Aceptó mi endeble excusa, haciendo un simple sonido de reconocimiento para señalar el fin de la conversación.
Por desgracia, me había acostumbrado a este silencio después de estar casada con él durante dos años.
Estaba a punto de levantarme para poner los platos en el fregadero cuando sentí que algo me presionaba el hombro, obligándome a volver a mi asiento.
Por el rabillo del ojo, vi que una figura vestida de blanco se sentaba en la silla contigua a la mía.
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