Sonia solo se sentó en el auto de Tobías y no hablaron en lo más mínimo durante el trayecto. Pronto llegaron a la vieja mansión de la familia Furtado. Rosa Furtado vivía en los suburbios. Le encantaba la tranquilidad; a menudo meditaba y rezaba, y solo unas pocas mujeres la atendían.
Sonia pudo oír la tos de la anciana a lo lejos. El rostro de la señora era pálido y no parecía gozar de buena salud.
-Ve y quédate junto a la puerta —ordenó Rosa en tono frío a su nieto y luego, llevó a la joven al interior de la casa.
-Quién iba a pensar que, al poco tiempo de irme, ocurriría algo tan importante. Sonia, esta vez fuiste demasiado impulsiva.
Sabía que la anciana se refería a su divorcio con Tobías. Avanzando despacio, tomó la mano de la anciana, por lo general fría, y sonrió un poco.
-Gran señora Furtado, debería alegrarse por mí. Por fin puedo ser yo misma, ¿verdad?
La anciana miró a su nieto, que estaba afuera, con un leve dolor en la mirada, y se giró viéndose algo triste.
—Tobías, ese niño tonto. ¿Cómo pudo dejar ir a una esposa tan buena como tú? Y ahora, ¡hasta te has dirigido a mí como la «gran señora Furtado»!
Sonia se sobresaltó y pudo sentir cómo se le llenaban los ojos de lágrimas.
-Abuela.
Rosa palmeó el dorso de la mano de la mujer.
—Sonia, doy fe de tus sentimientos por Tobías durante estos años. ¿De verdad puedes dejarlo ir?
-No tengo otra alternativa que dejarlo ir, abuela.
La joven sintió amargura en su corazón. «¿Y qué si no puedo dejarlo ir? Ya es suficiente».
La anciana la abrazó y le acarició con suavidad la espalda para reconfortarla.
-No te culpo por divorciarte de Tobías. Sabía que este día llegaría tarde o temprano. Es él quien no tiene la suerte de estar contigo.
Sonia se apoyó con calma en los brazos de Rosa. En los últimos años en la familia Furtado, la mujer fue la única que mostró amabilidad hacia ella. Jorgelina y Tomás no se atrevían a meterse con ella cuando Rosa estaba cerca, y siempre tenían que ser cautelosos a su alrededor, por lo que Sonia la había considerado como su familia durante mucho tiempo. No lamentaba el divorcio, pero era una pena que no pudiera cumplir con su deber filial a su lado.
-¡No diga eso! Podría vivir hasta los cien años, y prometo que vendré a verla a menudo.
—Déjame llevarte -ofreció Tobías al adelantarse.
—No es necesario, alguien me pasará a buscar —declinó la joven de inmediato y, dándose la vuelta, se dirigió hacia el Maybach negro que ya había llegado.
La mirada de Tobías se apagó cuando vio que se trataba de Carlos y Ciro. La cálida escena de los tres hablando y riendo era inexplicablemente dura de ver.
Rosa tosió un par de veces y jadeaba un poco.
—Ya soy mayor y no puedo meterme más en tus asuntos, pero Tobías... espero que no te arrepientas.
La mujer, que siempre lo había adorado, ya estaba muy decepcionada y no quería mirarlo más. Luego volvió a entrar en la casa con la ayuda del sirviente.
Tobías se quedó solo en la puerta mientras volvía a tener una expresión indiferente. «¿Arrepentirme? Nunca».
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: obsesionado con mi ex-esposa