Orgasmo con el millonario romance Capítulo 12

Narra Elizabeth.

—Oye Elizabeth, crees que me puedes cubrir en la mesa tres, necesito ir al baño—me pide Melissa.

Le digo que sí.

El vello de mi nuca se eriza porque puedo sentir la mirada de Jackson siguiendo el movimiento de mis caderas. Me quedo sin aliento cuando saludo a mis clientes: tres chicos en edad universitaria, todos vestidos con camisetas obscenas sobre cómo emborracharse y drogarse. 

—Hola chicos, ¿qué quieren tomar?

—Eso depende —dice el rubio más cercano a mí, mirando con lascivia mientras pasea sus ojos por mi cuerpo—. Doy muy buenas propinas, cariño.

—Lo recordaré cuando te traiga la cuenta—digo.  Lanzo una sonrisa helada alrededor de la mesa, tamborileo mi bolígrafo sobre mi libro de pedidos—.Entonces, ¿qué puedo traerles del menú?

Todos piden el almierzo del dia.  Antes de llevarle la orden uno de los chicos mueve su rodilla para detenerme y apoya su mano en mi trasero. 

—Estás escondiendo todo debajo de ese delantal.

Con las fosas nasales dilatadas, empiezo a decirle en voz baja que no serviremos a su fiesta si no puede mantener las manos quietas, pero unos pasos firmes se acercan a la mesa. Me estremezco cuando la voz que ha acechado mis sueños más sucios durante los últimos días exige con enojo. 

—¿Hay algún problema?—dice Jackson.Trago saliva, sacudiendo la cabeza hacia el hombre que se eleva sobre mi diminuto cuerpo y los chicos de la mesa, pero Jackson ignora mi mirada suplicante. Aprieta la mandíbula y acerca la cara al hombre que me agarró el trasero—.¿Por qué diablos crees que es aceptable tocarla?

—Yo…—comienza el otro hombre, pero ni siquiera puede terminar la oración porque Jackson agarra su mano, apretando con fuerza. El rubio jadea y tartamudea, y cuando Jackson lo empuja hacia atrás, se lleva los dedos rojos al pecho.

—No eres nada—escupe Jackson—. Vete a la mierda de aquí. Si vuelvo a verte cerca de ella, si vuelvo a ver tu maldita cara en cualquier lugar de esta ciudad, te haré pedazos. ¿Me tienes?

Aunque no hay muchos, siento que todos los ojos en la habitación están sobre nosotros, y rezo para que, por algún milagro, me vuelva invisible.

Los tres hombres asienten con la cabeza, prácticamente destrozando el restaurante mientras corren hacia la puerta. El rubio se vuelve audaz justo antes de que salgan a la acera, girándose para gritar. 

—Vete a la mierda tú y la zorra. 

Jackson da un paso en su dirección, pero luego la puerta se cierra de golpe y observo con la boca abierta mientras se alejan por la acera. Avergonzada, me cubro la cara con la mano cuando siento una mano posesiva en la parte baja de mi espalda y dedos más pequeños y femeninos en mi hombro.

—Elizabeth, ¿estás bien?—pregunta Melissa, y cuando me quito la mano de la cara, las lágrimas me inundan los ojos y me nublan la visión. Ella palmea mi hombro suavemente—. Yo me encargaré de las cosas aquí, cariño. Tal vez deberías ir a la oficina de tu abuelo.

—Si gracias—me dirijo a la parte trasera del edificio, apreto mis manos en puños cuando la escucho agradecer a Jackson por defenderme. Apenas entré en la oficina abarrotada de mi abuelo cuando la puerta se abrió y el olor a colonia amaderada se apoderó de mis sentidos. Giro hacia él, empujándolo con fuerza contra la puerta tan pronto como la cierra. Recoge mis manos en las suyas, girando nuestros cuerpos para que me tenga atrapada contra la puerta.

—Podría haberme ocupado de eso—siseo.

—Porque estabas haciendo un gran trabajo quitando su mano de tu trasero —replica, estiro mis brazos por encima de mi cabeza. Sumerge su boca en mi oído. Mi corazón late salvajemente, por la ira y la lujuria, y cuando me esfuerzo contra su cuerpo firme, susurra: —Si crees que te iban a dejar en paz solo porque se lo pediste, tienes que despertarte, pequeña.

—Sal de mi oficina—digo.

Aunque es la tarea más difícil que he hecho en mi vida, abro las pestañas y poso mis ojos verdes en los suyos. Todo acerca de este momento me desnuda, desde su lengua sondeando mi calor resbaladizo hasta sus manos agarrando mis caderas para mantenerme estable y, finalmente, el hambre detrás de su mirada. Nunca he tenido a un hombre mirándome como si quisiera dominar cada centímetro de mí, pero lo hace. Cada vez que me mira. Es aterrador, intenso y vertiginoso, y mi corazón late con fuerza mientras lo veo mirarme mientras un nuevo orgasmo se acumula en mi núcleo y me destroza.

Después de que las oleadas de placer terminaron de recorrerme en espiral y apenas puedo estar de pie, desliza mis jeans sobre mis caderas, sonriendo ante el pequeño grito ahogado que sale de mis labios cuando mis bragas mojadas entran en contacto con mi coño.

—Nunca vuelvas a hacer algo así —susurro con voz ronca.

—¿Protegerte de pequeñas mierdas o comerte donde quiera?—pregunta e inclina mi cara hacia la suya. Me besa con fuerza, dándome un sabor de mí mismo en su lengua. A la mierda él y su lengua. Que me jodan por moldearme contra él y jadear como un pequeño gatito bajo sus labios—.Porque volveré a hacer ambas cosas en un santiamén— continúa con una sonrisa arrogante y se aleja de mí.

Pasa sus grandes manos por su cabello negro, arreglándolo con el mismo estilo profesional y ordenado que usó en la oficina de mi abuelo. No entiendo cómo puede verse tan tranquilo e imperturbable cuando cada emoción y nervio dentro de mí está en estado de pánico. 

—Eres un bastardo, Ferrari.

—Si—murmura entre risas. Da un paso a mi alrededor hacia la puerta, pero se asoma por encima del hombro para mirarme con una sonrisa gigante—.Vine a invitarte a cenar esta noche. Haré que un auto te recoja en tu casa a las ocho o una cuadra antes si tu quieras. Luego iremos a  mi pethouse después de que terminemos de comer.

—Vas a derrochar tu fortuna alquilando penthouse en hoteles de lujo —le digo, plantando mis manos en mis caderas y apoyando la parte posterior de mis piernas a un lado del escritorio de mi abuelo.

Mueve las cejas y niega con la cabeza. 

—Para nada. Ese lujoso lugar por el que gritaste y gemías, yo también soy dueño de ese edificio—contesta. Por su puesto que lo hace. Parece que es dueño de casi todo en mi vida. Abrió la puerta, sale al pasillo, su sonrisa indiferente y profesional está a 180 de la que enciende mis venas. ¿A quién diablos estoy engañando?

Incluso esta expresión es suficiente para encender mi cuerpo—.Gracias por reunirse conmigo, señorita White—dice formalmente y se va.

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