Pía Melina.
La estruendosa música ya se ha mezclado con el latir de mi corazón, junto al temblor que sostiene a mi anatomía esbelta, odio los vestidos tan provocativos como lo es este, pero me es inevitable no sentirme hermosa cuando millones de hombres no me quitan sus ojos de encima.
Le doy un extenso trago a mi copa de brandy, degustando como el alcohol comienza a quemar mi garganta mientras baja hasta llegar a mi estómago.
Abro mis ojos, mareándome un poco por ser la decimoquinta copa que me lanzo de un soplete, a la vez que la música retumba a todo mi alrededor contagiándome de ese ritmo arrollador.
Mi visión está más que borrosa, mis labios resecos, mis latidos acelerados y lo peor es que no paro de sudar como si hubiera corrido un maratón.
La atestada barra de una de las discotecas que por arte de magia logramos encontrar Valeria y yo, está a más no poder de personas; tíos buenorros que no dejan de echarme ojeadas de vez en cuando, junto a mujeres que se besuquean en las esquinas más oscuras. Todo un show que en mis cuatro sentidos me asquearía presenciar.
Muerdo mi labio inferior, abanicándome con mi mano cuando el calor se apodera de todo mi cuerpo, una oleada que me estremece hasta la espina dorsal en el momento en que un aliento que desconozco y una mano en mi cintura pegándome a un cuerpo duro me hace tragar en seco.
—Hola preciosa —su tono es ronco, sensual; su aliento es mezclado con alcohol y algo de menta; de esa forma que te hace caer en unas redes que desconoces.
Inhalo, buscando las fuerzas suficientes para mantenerme en pie y no demostrar lo borracha que estoy, volteándome lentamente con el temor de encontrar a un viejo verde.
—Hola —susurro en un tono muy bajo, finalmente quedando pasmada con el perfilado rostro tallado por los mismísimos ángeles.
Si Dante está bueno, él es su hermano porque es imposible que el moreno de ojos verdes, mandíbula cuadrada, nariz fina, labios gruesos, pómulos abultados con unos sensuales hoyuelos, largas pestañas, cabello con unos rulos y un brillo perfecto; cuerpo de infarto con una camisa negra que se ajusta a sus músculos más que ideales que solo te invitan a lamerlos. Su acento parece ser más que notable que es de Brasil, ademas del tono tostado de su piel.
Trago por segunda vez, pero solo por las ideas tan descabelladas que pasan por mi cabeza, y el como sus ojos escrutan cada una de mis fracciones, alejando su mano de mi espalda baja desnuda, mientras no deja de mirar mis ojos ni por un segundo a pesar de que mi escote es muy peligroso.
—¿Me permitiría una pieza madam? —hace una dulce reverencia que me ocasiona estallar en unas fuertes carcajadas, entretanto debo cubrir mis labios por la vergüenza, cuando él se lo toma como una broma esperando mi respuesta.
Miro a mi alrededor, cruzando mis ojos con los de la castaña que sonríe maliciosamente, moviendo sus caderas y alzando sus brazos al son de la música.
Fijo mis ojos en el moreno, queriendo dejar atras eso que me carcome la cabeza, porque sino lo hago terminaré más que jodida por alguien que no vale la pena cuando esté es solo el comienzo de una era de felicidad.
—Por supuesto mi Lord —realizo una reverencia en su honor, la cual es acepta gustoso, agarrando mi mano, moviéndonos hacia la ya abarrotada pista.
Mis tacones altos e incómodos me impiden el caminar, uno que se vuelve muchísimos más complicado al estar más borracha que una cuba y no distinguir por donde camino debido también al mogollón de personas que me rodean.
—Tranquila, yo te sostendré —murmura en mi oído erizando los bellos de mi piel, ahora sosteniéndome la cintura con delicadeza, pegando mi espalda a su pecho con fuerza.
Me siento como si estuviera en las nubes, es una sensación tan malditamente placentera que dejo que me envuelva por completo, no quiero que me deje; al menos no esta noche porque sé que cuando vuelva terminaré cagandola volviendo con el hijo de puta del castaño.
Después de esquivar un bullicio de parejas, solteros y bailarines llegamos al centro de la pista, Justo donde los reflectores enfocan por más tiempo, provocándome un mareo instante que me obliga a sostenerme de los fuertes brazos del chico del cual ni siquiera conozco su nombre.
Una suave melodía comienza a sonar, llevándome a mover mis caderas al mismo son del ritmo resonante, balanceándome de un lado para otro, mientras ...
—¿Como es que te llamas? —cuestiono cansada de narrar y no tener ni idea de cómo mierdas se llama.
La curvatura de sus labios se eleva en una sonrisa, a la misma vez que coloca un pequeño mechón de mi cabello detrás de mi oreja, provocando millones de sensaciones en mi que no se comparan ni siquiera a las del condenado castaño que no dejo de sacar de mi jodida cabeza.
—Mucho gusto hermosa —hace otra reverencia, besando mi mano en conjunto, sacándome otra sonrisa más que genuina—. Mi nombre es Erik Ferrazo, ¿y el de la señorita?
Sonrió por tercera vez, acercándome más a su anatomía, con una clara intención que él parece comprender.
—Pía Melina —respondo, sintiendo como el rubor acrecenta en mis mejillas por la vergüenza que no sé de donde salió.
Su cálida mano agarra mi mentón, obligándome a mirarlo a los ojos, mientras perdida en su mirada perpetuo como relame sus labios.
—Pía Melina —repite, de una forma que desestabiliza todos mis sentidos—; bonito nombre.
La forma en que pronuncia mi nombre es la que me invita a aproximar su rostro de manera poco prudente, casi juntando nuestros labios; claro, esa es la inmensa idea que deseo ejecutar, solo que cuando voy lista para hacerlo mi teléfono móvil comienza a sonar de manera incesante.
—¡Ignóralo! —demando extendiendo mis brazos en su dirección, aferrándolos a su cuello, solo que debo ponerme de puntillas para poder unir nuestros labios ya que, a pesar de usar tacones sigo siendo igual de baja.
Sus ojos se desvían a mis labios, que no dudo en relamer llevándose toda la atención de esas órbitas verdosas que te calan hasta el alma, acortando la poca distancia que separa su rostro del mío.
Sin embargo, cuando cierro mis ojos, preparándome para recibir el beso la luz de la discoteca se esfuma, dejando todo en una completa penumbra que acelera mis sentidos.
—¡Mierda! —exclamo alejándome un poco de Erik que aún sostiene mi cintura para no alejarme más de lo debido.
—Tranquila, seguro y fue un interruptor —susurra en mi oído, provocándome millones de sensaciones cada vez que realiza esa sola acción.
Asiento, queriendo mantenerme tranquila, cuando todos están gritando como estupidos, pero no dejan de beber como los borrachos que son.
Permanezco aún con mi respiración acelerada, mis latidos más que desbocados y el temblor, mientras el sudor se apodera de mis axilas porque la mirada tan intensa que siento sobre mi me hace tragar en seco.
El tiempo pasa y nada de que la luz da señales de vida, aumentando el miedo y el terror en todos los que nos rodean, odio como el día va a terminar más que vuelto mierda y es en ese momento en donde aparece Valentina junto a dos segurata que se detienen en nuestro lugar, lanzándole una mirada al moreno que me voltea de un instante a otro, uniendo nuestras miradas.
—Uff, que grima me da la oscuridad —murmura la castaña, pero mi atención está en quien acaricia suavemente mi mejilla y me muestra en sus ojos un arsenal de sentimientos que me cautivan.
—Siento tener que dejarte, pero el deber me llama —anuncia, besando mi coronilla para después repetir la misma acción con mi mano—, permanezcan unidas mientras restauramos la luz.
Me quedo en un shock instantáneo cuando los hombres pronuncian las palabras que no me esperaba en todos los momentos percibir.
—Jefe, dicen los de mantenimiento que hubo un problema con los interruptores del...
—Perdón, pero... —las palabras se atascan en mi garganta y no soy la única que se queda como piedra cuando me preparo para realizar la pregunta—; ¿Eres el dueño de...?
No me deja terminar ya que asiente con rostro apenado, para después unir nuestras frentes de una forma tan genuina que cautiva, lo hace de esa manera que nadie a logrado y es que... me olvido de lo mal que esta yendo este viaje para devolverme momentos especiales.
—No quería que te enteraras así —baja la cabeza apenado, impulsándome a que por inercia y sin saber de donde saqué la confianza eleve su mentón, plantándole un cálido, pero suave beso en los labios, mientras sus manos termina aferrándose a mi cintura.
Su puño impacta contra la pared, casi sobresaltando mi corazón de una manera que me hace retroceder.
—Déjate de jueguitos que conmigo eso no va —masculla, provocando que ahora sea yo quien esté llena de rabia.
Una risa satírica sale de mi, lo hace de esa manera que es cargada de desdén y odio hacia alguien que solo me ha hecho daño.
—No son juegos, y ya déjame en paz que estoy cansada de ti, tengo una cita con alguien que si vale la pena —le doy la espalda lista para salir de la estancia cuando un agarre potente estampa mi espalda contra los bordes del lavabo.
—No estarás con nadie que no sea yo —demanda, con sus manos a cada lado de mi anatomía.
Alzo las comisuras de mis labios en una sonrisa, acortando la poca distancia que ha impuesto, a la misma vez que susurro unas palabras que solo destilan provocación.
—Ya lo veremos —no tardo en hacer lo que hago y una patada en sus testiculos es suficiente para que pueda salir libre del baño; sin embargo cuando creo que ya puedo vencer me cruzo con la pelirroja que ahora mismo detesto más que nunca.
—Pero mira a quien tenemos aquí —comienza a juguetear con un mechón de su rojo cabello más que falso—, la cornuda de Vancouver.
Ruedo mis ojos agotada de entrar en algún debate con ella.
—Déjame en paz —le doy un manotazo queriendo salir ya de ahí, pero me lo impide agarrándome con fuerza.
—Hui, pero si tienes garras la muy perra; aunque entiendo que estes jodida al saber que Dante estuvo todo el día conmigo —siento algo doler en mi pecho, sin embargo, no lo doy a demostrar porque a personas como ellas solo debes ignorarlas.
—No estoy para zorras en estos momentos, si así quisiera mejor iría a un zoológico —la quito de mi camino, moviéndome a toda prisa entre la gente cuando hacia segundos que las luces ya habían regresado.
Esquivó varias personas, me aproximo a la barra y ahí es donde encuentro a Valeria conversando con Erik de manera muy animada.
Me acerco a ellos, sonriendo por la facilidad con la que han entablado amistad, a la misma vez que los ojos verdes de la castaña se desvían en mi dirección ampliando su sonrisa.
—Estábamos hablando de ti —anuncia la castaña con una flamante sonrisa.
—Hola preciosa —un beso cálido en mi mejilla infla mi pecho de emoción, a la misma vez que entrelaza nuestra manos con suavidad, a pesar de las suyas ser tan ásperas.
—Hola —la vergüenza me ha tomado por completo, sonrojando mis mejillas.
—¿Estas lista? —cuestiona besando el dorso de mi mano.
Miro a la castaña que alza sus meñiques en señal de aprobación.
—Si —finalizo caminando con él hacia la salida cuando mis ojos se cruzan en los del castaño que discute con la pelirroja diciéndole una frase que me deja sin palabras y es que logro leer lo que dicen sus labios.
A quien amo es a Pía así que déjame en paz hija de la gran puta...
Al final su mirada se fija en la mía, pero ya es demasiado tarde para volver atrás porque el daño que hizo es tañ irreversible que sería muy estupida si volviera con el, a pesar de que si quiero hacerlo.
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