Dante Vivaldi.
El silencio y la incertidumbre se ha apoderado de toda la catedral, nadie emite un sonido hasta que todo sucede...
Todos esperan expectantes, anhelando aunque sea un poco de drama, sin saber que eso es justo lo que le daré, no me caso por obligación ya que para hacer eso debo sentirlo y esto ni siquiera es lo que quiero en realidad que es lo más jodido de todo.
Siento que mi mundo se acaba, debido a que no paro de suplicar internamente a Dios para que no me abandone en este momento como siempre ha hecho, desde el instante que puso a Pía en mi camino queriendo que aprendiera la lección a las malas, porque a las buenas sería demasiado fácil.
Las puertas son abiertas de par en par con un estrepitoso sonido, ocasionando que todas las miradas se dirijan en esa dirección, quedando completamente estupefactos con la persona que se adentra con su caro traje, un folio en mano, su cabello bien peinado y esa seguridad que lo caracteriza en todo su esplendor.
Una enorme sonrisa se extiende por mis labios, una de esas que me infla el pecho con tranquilidad al ver a quien llevo años sin ver desde la pasada noche buena. El placer de ver el rostro estupefacto de todos es lo que me impulsa a intensificar mi tranquilidad, mi adrenalina, y mis desbocados latidos que aumentan con cada instante que pasa porque estar cerca de la libertad no se compara en nada en estos momentos.
Me libero del agarre de la pelirroja, encaminándome en dirección al rubio que abre sus brazos glorioso, feliz y consiente de que esté es el fin de mi padre, pero el comiendo de Dante Vivaldi, y de una historia que es mi turno darle inicio, ponerle empeño y ganarme a fuerza lo que de verdad me merezco porque si, me iba a echar a un lado, pero no está en mi dejar ir la única cosa que me hace bien en esta vida, la única persona que me hace querer ser mejor persona de lo que muchos se imaginan; no vale la pena ser bueno, no, porque cuando lo eres las personas esperan que lo seas en cada circunstancia y no seré quien cumpla la expectativas de nadie, puede que solo de ella y es porque la amo.
Todos los que no rodean observan la escena sin emitir ningún sonido, sus ojos están abiertos de par en par y es como si sus corazones se les hubiera detenido, sin embargo, aún se mantiene perpetuando en su cabeza la lamentable escena que será mi momento de escape.
—Te tardaste brother —susurro fundiéndonos en un fuerte abrazo que calma mis acelerados latidos de que todo se iría a la mierda—, me tenías con el corazón en la boca.
Muestra una sonrisa, a la misma vez que cada uno se lanza a los brazos del otro. Dos palmaditas son bien recibidas en mi espalda, mientras que logro escuchar detrás de mi un leve carraspeo, provocando que lentamente me aleje del abrazo que me ha devuelto a la vida.
Me volteo, con una ceja elevada, enseñándole a quien me procreo que si él puede joderme yo lo puedo hacer mucho mejor y en silencio sin que él se de cuenta.
—¿¡Que mierdas crees que haces Dante!? —espeta mi padre colérico, sosteniendo su arma para después dirigirse al rubio que lo mira con una ceja elevada.
—¿Acaso está en posesión de armas en un lugar con personas inocentes? —inquiere con malicia, sosteniendo mucho más cerca su folio—, porque si es así estaría infligiendo la Ley 12 del código Penal la cual estipula...
Los ojos de mi progenitor se abre como platos, lo hacen por la forma en que mi compañero le explica cosas que solo un lugar teniente lograría saber.
—¿Quien eres tú para venir a interrumpir esta boda?, ¿Sabes con quienes te estás metiendo? —la clara hostilidad reflejada en la forma de hablar de mi padre ni siquiera hace al rubio titubear, solo le da la espalda acercándose a un asiento vacío, a la misma vez que abre lo que llevaba meses esperando.
Los seguidores tragan, con el miedo plagado en sus pupilas, a la misma vez que la pelirroja me observa con rabia y odio, pero yo hago todo lo contrario, extiendo una frondosa sonrisa por mi rostro, demostrando que si en algún momento creyó que los casaríamos esta muy equivocada.
—Aquí tengo las pruebas contundentes de que usted es Máximo Vivaldi, esa chica es Glinda Marinetti y que esos que están atrás son los hermanos Soler personas ligadas a negocios ilícitos, muertes, droga, secuestro, decapitaciones y manipulación de pruebas —todo se agarran de sus asientos, mostrando expresiones de completo horror que para mí son otra victoria—, también encontré la prueba legítima de que una de las partes del tratado incumplió las letras pequeñas ya que terminó teniendo sexo com quien no debía, acabando con un hijo de esa persona; persona la cual no es el señor Vivaldi por supuesto.
Todos liberan sonidos de asombro, mientras mi madre observa la escena sin ninguna expresión excepto la sonrisa que no deja la comisura de sus labios ni por un segundo. Las miradas van en dirección a quien creía que terminaría volviéndose mi esposa permitiéndome admirar su rostro rojo de la furia, casi igual a su cabello, demostrando que como siempre no se saldrá con la suya volviendo mi vida un infierno por su encaprichamiento.
—¡¿Eso es mentira?! —espeta furiosa la pelirroja, poniéndose de pie en mi dirección para acercarse con rabia—, yo no he hecho eso.
Se intenta justificar con todo aquel que la mira con asco, desviando atención suficiente con sus lágrimas de cocodrilo más falsas que el anillo que carga en su dedo.
—¿Acaso estoy equivocado hermosa? —inquiere deslizando las manos por su cabello de tal manera que la mayoria de las féminas presentes le siguen el movimiento con los ojos, mordiéndose el labio inferior a la misma vez—, porque esto asegura lo que estoy comentando.
Glinda se queda estática, en un silencio que da a entender todo lo que debería ser, y es que; al incumplir un trato de sangre todo es deslazado, más cuando ni siquiera ha sabido mantener semejante mentira en secreto.
—Bueno, dicen que el que calla otorga así que, no hay nada más que decirle a quienes te siguen —hace un encogimiento de hombros sacando las esposas del bolsillo trasero de su pantalón, aproximándose al cuerpo de mi padre que por impulso termina apuntando con su arma a quien no debe.
El rostro de mi procreador palidece, fingiendo que le da un paro cuando visualiza aquello.
—Malagradecido, como puedes impedirme que disfrute de que no estas muerto joder, te juro que cuando salgas de esta te enseñaré a quien debes respetar —demanda dándome tantos besos en mi coronilla que me descoloca más de lo debido, la amo, pero tanta cursilería me ahoga hasta el punto de que agradezco que aparezca el rubio con su respectivo uniforme militar.
Mi madre acomoda mejor su vestimenta, tratando de llamar la atención del robusto rubio que ni siquiera se inmuta ya que viene con una pelinegra de hermosos ojos verdes casi atrapantes y cargados de experiencia.
—Buenas noches señora Vivaldi —la saluda, provocando un notable rubor en las mejillas de quien me dio la vida.
—Hay por favor muchacho, no seas tan formal; tú puedes llamarme por mi nombre, sonaría mucho mejor en tus labios —un guiño de ojos me provoca casi una arcada que me hace voltear el rostro.
—Jeje, como usted diga —los nervios del rubio son notables y más cuando rasca la parte trasera de su cabeza con cierto temblor—. Mi nombre es Christhopher O'Brian, y ella es Sekhmet Millar, mi esposa.
Los ojos de mi madre se abren de manera exagerada cuando la pelinegra más que feliz y viéndose celosa hasta la médula se acerca a extenderle su mano a mi progenitora que pálida asiente fingiendo que todo esté bien y yo solo soporto la risa por la vergüenza que debe estar pasando.
—Un gusto —susurra ya queriendo desaparecer la castaña.
—Bueno, ¿Lograron capturarlo? —cuestiono aunque sea estúpida la pregunta ya que si están aquí es que su tarea a sido lograda.
—Así es, hemos acabado con otras de las ratas de este mundo criminal, esperamos que ya puedas ir detrás de tu rubia —me hace un guiño para después despedirse formalmente y dejarme en paz.
No despego la mirada del lugar en donde hacía unos segundos estaba el rubio, para después sentir el suave toque de mi madre.
—Será mejor que te deje descansar —anuncia dejando un suave beso en mi coronilla para después marcharse con su uniforme de doctora como siempre, yendo a darle atención a sus pacientes.
El sueño me vence por más que no quisiera que fuera así, recordándome en medio de mi letargo que todavía me queda una tarea pendiente y es que encontrar a la mujer que me vuelve loco, aunque pierda la vida en ello.
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