Dante Vivaldi
Llevo solo dos semanas sin ella y ya me estoy volviendo más loco que nunca. Estoy desquiciado, pero lo que realmente extraño no es a ella en sí; es sus gemidos, aquella deliciosa vulva liberando fluidos en mi cara, permitiéndome saborearlos, mi falo sintiendo las paredes de su coño contraerse con cada maldita estocada, con cada embestida. Sus pechos, su respiración agitada, joder extraño el buen sexo que nos ofrecíamos pero sobretodo, extraño poder repetirle que es solo mía y de nadie más.
Me encontraba en mi oficina repiqueteando una pluma en la mesa.
«¿Donde diablos está esa rubia?»me pregunté a mí mismo intentando de encontrar la maldita respuesta pero nada de nada. Era como sí mi cerebro se hubiera bloqueado y no lograra pensar por completo.
Pasé la mano por mí cabello, levanté mi duro trasero de aquella cómoda silla mientras observaba el destrozo que había ocasionado luego de haberla llamado.
Imágenes de millones de hombres tocándola me habían traicionado pasándose por mi puñetera cabeza obligándome a o no solo destrozar lo que fuera también a gritar como nunca.
Necesitaba poseerla, era en la única maldita cosa en la que mi mente pensaba en aquel momento de mierda.
No podía permanecer en aquella oficina donde la había conocido tiempo atrás.
Mis cinco sentidos estaban totalmente fuera de control. Aquella rubia de ojos celestes con su inocencia y madurez me puso tanto que fue capaz de domar a la bestia en segundos. Su actitud, incluso su manera de hablar me la ponían más dura que una piedra.
Cerré la puerta por un fuerte portazo a la vez que llamaba la atención de mi secretaria y algunos empleados.
—¿¡Qué, se les perdió algo o qué!? —alzé la voz de tal manera que todos me miran con esa expresión de miedo mientras libero algunos gruñidos de molestia, permanezco con mis puños apretados a mis costados.
Mi secretaría principal se acerca a mí con una tablet sin mirar siquiera mi rostro y comienza a hablar.
—Señor Vivaldi, los japoneses ya firmaron el contrato de confidencialidad, además de que pronto comenzaremos la nueva línea que teníamos prevista para el mes de octubre —ella continúa hablando y yo solo la observo con ojos de depredador, es como si ella fuera mi presa y yo el cazador o el lobo; sí, definitivamente prefiero ser un lobo feroz o incluso un maldito león mientras devoro a aquella gacela—, los accionistas todavía no están seguros si el contrato con Mahali Kaman es correcto; ese hombre está exigiendo más de lo que se le puede ofrecer y usted sabe que no...
—Despeje mi agenda —ella levanta su mirada y frunce el ceño al escuchar mi palabras.
—Señor eso no es lo adecuado en este momento, usted...
-—¿¡Quién mierdas te crees para tomar mis malditas decisiones!?, Yo soy el puto jefe y decido cuando me voy y cuando no, así que tú solo cállate, y encárgate de tu trabajo.
—Yo...
—Ahora cállate y recoge tus malditas cosas que te vas conmigo para mí apartamento —su rostro es un maldito poema que provoca que mis labios se alcen en una sonrisa de suficiencia.
—¿A dónde vamos señor? —pregunta la chica con el bolso en su mano arreglando su falda un poco estrujada por el nerviosismo.
—Necesito algo y solo tengo plena confianza en ti para ayudarme con eso —anuncia con mis manos deslizándose por mi cabello.
Ella se queda estática mientras la puerta del ascensor se va cerrando bajo la mirada de los empleados. Me muevo de un lado a otro, queriendo queriendo liberar todas las emociones que tengo atascadas en la garganta que me lleven semanas consumiéndome.
—Yo necesito... —no me deja hablar, obligándome a poner los ojos en blanco.
—Si algo debe saber de mí es que soy muy profesional, además, estoy casada; felizmente casada —me explica y yo solo me pasó la mano por mí cabello con una sonrisa en mis labios.
—Bueno, de todas formas nunca dije que tendríamos sexo señorita, ¿eso es lo que usted creía que quería? —hablo despreocupado colocando las manos en los bolsillos de mi pantalón.
—Yo... —se queda sin palabras, balbuceando por algo en lo que ella misma se equivocó.
—Ustedes las mujeres a veces me sorprenden cuando creen que solo queremos sexo con vosotras, pero sino es así nos aborrecen —me acomodo la camisa del traje negro, mientras espero que las puertas se abran ante mis ojos.
Minutos después ya me encuentro saliendo de aquel edificio a la vez que me dirijo a dónde de encuentra mi jefe de seguridad con el auto.
Me abre la puerta mientras yo mantengo mi mirada en mí entorno, escaneando cada lugar de aquella calle.
Los asientos de cuero siempre han sido las creaciones del ser humano que más me ha fascinado, la comodidad, el olor, incluso la elegancia que la de a los suyos es sorprendente.
—Señor, ¿A dónde lo llevamos? —cuestiona aquel señor de ojos negros mientras me acomodo en aquel cómodo asiento trasero del que se me ocurre la cantidad de barbaridades que uno puede llevar a cabo.
—A mi apartamento —ordeno y el asiente con su semblante neutro de siempre.
Horas evitando embotellamientos, parejas aburridas besuqueándose en medio de la avenida, flores aburridas, incluso el cantar de los pájaros me parece una melodía sumamente espantosa que espero no oír jamás.
Las horas pasan y finalmente logró ver cómo el auto se adentra en mi rascacielos.
Salgo del auto sin la ayuda de nadie, a paso apresurado voy caminando en dirección al elevador que me llevará a mí penthouse.
Las puertas se abren segundos después que presioné el botón, permitiendo que adentrara mi cuerpo.
Volví a presionar el botón de mi piso. Las puertas se cerraron y el silencio no era incómodo al estar yo solo en aquel lugar, pero me traía recuerdos de aquella rubia de ojos azules y sentía que cada lugar al que iba terminaba dándome una mísera patada en los huevos con los recuerdos de aquella virgen.
Saqué mi teléfono celular mientras entraba al chat de Pía.
—Vez como me tienes —murmuré moviendo mi mano para arriba y abajo con calma mientras la mirada devoradora de aquella chica lo decía todo.
Su mano fue a parar a su entrepierna y lo sé, porque la enfocó como toda una puta de esas que sabe bien lo que hace. Algo ilógico cuando solo lo había hecho conmigo y no tenía mucha experiencia pero igual me estaba gustando lo atrevida que estaba siendo.
—¡Joder! —jadeo y arqueo su espalda a la misma vez que se colocaba de piernas abiertas para mí con sus manos en su punto débil.
—Que putas ganas tengo de sentir esa húmeda en mis labios, que mi lengua saboree ese clitoris que posees que en estos momentos debe estar tan palpitante como tus acelerados latidos —pronuncie de forma seductora mientras veía como se moría su labio inferior y sus mejillas se sonrojaban.
—Dante, yo... —no la deje culminar lo que sea que estuviera diciendo.
—Cállate, solo quiero disfrutar aunque sea a través de esta maldita pantalla, me tienes demasiado loco Pía, no se qué me estás haciendo joder y no soy ningún tío romanticon, pero no puedo negar las putas ganas que tienen mis dos cabezas de ti, de solo pensar que otro puede tocar eso que yo mismo he disfrutado tanto me está volviendo loco como no tienes ni puta idea —sus ojos no solo mostraban deseo también unas ganas incesantes que solo este italiano sería capaz de satisfacer.
—No quiero ser usada nunca más Dante —hablo ella pero estaba seguro que no tenía idea de lo que estaba sucediendo de verdad.
—Es imposible que te usé cuando no se donde mierdas está, y cuando me tienes con unas terribles ganas de sentir como mi falo se adentra en tu coño húmedo y excitado, permitiendo que logres llegar al orgasmo en segundos; se que es una manera bastante retorcida de decir te extraño, pero es la verdad.
La frustración me aborda porque falta poco para mi cumpleaños y él no tenerla conmigo me altera, la quiero a mi lado, sonriendo como solo ella sabe.
—Yo...
—Toccati secondo me Pía, così come io lo farò per te —demande en italiano con mis labios entreabiertos, mi mano realizando el mismo movimiento y mi respiración agitada.
Toccati secondo me Pía, così come io lo farò per te(Tocate para mí Pía, así como yo lo haré para ti)
No dudo en el momento que le dí aquella demanda. Ella comenzó a realizar movimientos en círculos, rotaciones, mientras yo con mi mano sostenía mi falo realizando los mismos movimientos para autosatifacerme mientras ella hacía lo mismo.
—¡Oh Dante! —gimió, arqueando su espalda por segunda vez con sus mejillas cada vez más rojas y sus piernas temblando mientras yo era un testigo de aquella maravilla.
—Joder, gime para mí, di mi maldito nombre —le ordené y ella solo aumentaba sus movimientos a la misma vez que yo lo hacía.
Sus ojos estaba cerrados, sus piernas abiertas como las piernas de mi paraíso, su mano tocaba aquello que yo quería disfrutar a la mis vez que su pecho subía y bajaba con prisa cada vez más.
Yo estaba a punto de correrme en aquellos segundos cuando ella se detuvo, cerró sus piernas y enfocó su cara esta vez. Mi desconcierto era muy notable en mi expresión.
—Te dije que no soy un juguete —antes de que lograra culminar cortó la llamada dejándome con un calentón de los mil demonios, con mi sangre hirviendo, y con una promesa de un buen castigo; sin embargo, ella no sabía que tenía algunas maldades propuestas para ella. Porque cuando la encontrará finalmente, no solo le demostraría al mundo de quién era aquella rubia, a ella también.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: Peligrosa 21+ (COMPLETA)