Más que nada porque, viendo aquella foto, se me había
puesto dura de nuevo y un deseo irrefrenable de
masturbarme recorrió mi mente y mi cuerpo. No es lo
mismo, me dije. Ella no me va a tocar ni yo a ella, solo es en
mi imaginación. Así me auto convencí para meterme en el
baño con móvil en mano y masturbarme hasta correrme
viendo la imagen desnuda de la amiga de mi mujer.
Al día siguiente nos levantamos también tarde, muy tarde. El
sol ya entraba a raudales por la ventana anunciando otro día
espectacular y caluroso. Me senté en el filo de la cama y
observé el cuerpo de Sara que dormía a mi lado dándome la
espalda. No pude evitar fijarme en su culo y recordar cómo
había sido capaz de dejar manosearlo a aquel desconocido.
Una mezcla de celos y excitación me recorrió el cuerpo. Y
también miedo, mucho miedo. Aquello confirmaba lo que ya
me había temido, que Sara avanzaba a pasos agigantados, sin
frenos y cuesta abajo, sin control ninguno. ¿Hasta dónde era
capaz de llegar en su afán de probar cosas nuevas?
¿Y yo? ¿Hasta dónde sería capaz de llegar yo? Porque
últimamente yo también había hecho cosas que semanas
atrás negaría rotundamente ser capaz de hacer. Y las había hecho. Espiaba el correo de su jefe, espiaba y grababa a su
amiga follando, me había intercambiado fotos con ella y
masturbado con esas fotos. Si hasta había follado con Sara
imaginando que a la que penetraba era a Judith...
Cada vez sentía que estábamos yendo demasiado lejos con
aquello y no tenía muy claro cómo podía acabar la cosa. Pero
claro, era tan excitante aquella situación... y menudos
polvos. Era difícil resistirse a la tentación y parar aquello que
tanto placer nos estaba dando.
Me levanté y fui a ducharme, dejando que durmiera un poco
más. Estaba bajo el agua, ahuyentando mis pensamientos,
dejando que se escurrieran por el desagüe cuando sentí el
cuerpo de mi mujer abrazándome por detrás.
-Buenos días, cielo. ¿Te importa si compartimos la ducha?
Notaba sus pechos pegados a mi espalda, el roce de su vello
púbico en mis nalgas y su aliento cálido junto a mi oreja.
Una incitación al pecado.
-Tarde para preguntarlo ¿no? Ya estás dentro...
-Siempre me puedo salir... pero entonces no podría hacer
esto -dijo pasando su mano por mi cintura para agarrar mi
miembro y empezar a acariciarlo. Éste empezó a endurecerse
con el contacto de su piel.
-Joder, Sara. Como me pones...
-Ya lo veo, ya... -dijo apretándose aún más contra mí.
No aguanté más. Me giré y estampé mis labios contra los
suyos, besándonos de nuevo con la pasión desbordada
mientras mis manos aferraban sus pechos y pellizcaban sus
durísimos pezones. Mi polla, atrapada ahora entre nuestros
dos cuerpos desnudos, acabó de endurecerse al contacto con
su pubis. Le di la vuelta de forma brusca, haciendo que apoyara sus
manos contra la pared de la ducha, agarrando con mis manos
sus nalgas mientras refregaba mi miembro por su coñito
húmedo, ávido por entrar en su gruta.
-Me encanta cómo me tocas el culo, cariño -dijo suspirando.
-¿Más que el que te lo tocó ayer? -le dije sin pensar y al
momento me arrepentí, temiendo haberla cagado.
-Mucho más, Carlos. Mi culo es tuyo... él podrá tocarlo pero
solo tú disfrutarlo, nadie más que tú...
Estaba claro que no estaba enfadada, más bien lo contrario.
Estaba utilizando lo ocurrido anoche para crear un nuevo
juego entre nosotros dos, un juego donde, si no había
entendido mal, me animaba a utilizar su culo, cosa no muy
habitual entre nosotros dos.
Mientras seguía frotando mi polla contra su sexo, la penetré
con mis dedos arrancándole un hondo gemido de gusto, para
seguidamente llevarlos a su entrada trasera y empezar a jugar
que dejaban mis manos que la sujetaban con fuerza para
evitar estamparla contra la pared. Desde mi posición
contemplaba la espalda arqueada de mi mujer, su cara medio
girada apoyada sobre su brazo que impedía que chocara
contra el azulejo, sus ojos cerrados y su boca entreabierta
gritando y respirando con dificultad.
-¿Te gusta que te parta el culo, zorra? -le dije dándole un
azote y enrojeciendo aún más su nalga.
-Sí...sí... pártele el culo a tu mujercita... -me rogó. -Es lo que te mereces por zorra, por dejarte meter mano
como una cualquiera -dije volviendo a soltarle otro azote que
resonó por todo el baño.
-Sí, castígame por haber sido mala... me lo merezco...
-Claro que voy a castigarte. Así aprenderás a saber quién es
el dueño de este culo -dije estampándole otro azote aún más
fuerte que los otros dos.
-¡Sí, sí! -gritó Sara a la vez que alcanzaba un orgasmo que la
hizo desplomarse sobre el suelo de la ducha. Apenas pude
sujetarla para que no se rompiera la cabeza al caer.
Pero la cosa no iba a acabar así, yo estaba desatado y no me
había corrido, así que empecé a pajearme a un ritmo salvaje
hasta alcanzar mi orgasmo instantes después, lanzando mis
chorros de esperma sobre el cuerpo medio desfallecido de
Sara que, desde el suelo, contempló como mi semen
impactaba contra su cara, sus pechos y su vientre.
Ahora fui yo el que me dejé caer al suelo, respirando de
forma agitada pero satisfecho, muy satisfecho, sintiéndome
liberado como si me hubiera quitado un peso de encima. Una
agitada Sara me contemplaba satisfecha mientras el agua
hacía desaparecer la corrida con la que la había bañado. Pero
antes, recuperó un pegote que había impactado en su cara y,
ante mi sorpresa, lo llevó a su boca y se lo tragó.
-Mi desayuno -me dijo.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: PERVERSIÓN