Aquella era una de las cosas más excitantes que había
presenciado nunca y no tuve reparos en abalanzarme sobre
ella para morrearla como si me fuera la vida en ello, sin
importarme que sus labios supieran a mi semen. Perdí la
noción del tiempo que pasamos allí, bajo el agua de aquella ducha de Sevilla, besándonos y gozándonos. Porque sí, después de aquel beso nuevas caricias recorrieron nuestros
cuerpos y, al final, volvimos a acoplar nuestros cuerpos en
otro polvo salvaje que dejó nuestros cuerpos exhaustos y magullados.
Al final conseguimos sosegarnos, ducharnos como dios manda y salir de aquel baño donde tanto placer habíamos experimentado. Una vez en el dormitorio, empezamos a vestirnos dispuestos a disfrutar de un nuevo día de turismo
en nuestro último día de vacaciones.
Aquel día Sara optó por vestir ropa algo más recatada, un
vestido algo más largo que los que había llevado los días
anteriores y con un escote, aunque generoso, nada que ver con lo que había llevado el día de antes. Y, por supuesto, con ropa interior debajo.
Yo no dije nada, respeté su decisión intuyendo que aquello se debía a su pérdida de papeles la noche anterior y que no quería provocar un problema conmigo. Lo que no sabía y yo empezaba a asimilar era que, viendo lo que había resultado después del manoseo de culo en el pub, quizás era un límite
que estaba dispuesto a asumir.
Aquel día fue todo distinto a los demás. Sara se comportaba
de forma menos atrevida, se movía con menos garbo, como
tratando de no atraer las miradas de los hombres tal como
había hecho el resto de nuestras vacaciones allí. Incluso privó al recepcionista de su habitual exhibición, fui yo el que
tuvo que pasarse por allí para decepción del pobre chico.
Mi mujer se mostraba cariñosa conmigo, amorosa como
siempre, pero notaba que se contenía, que le faltaba algo y,
por qué no decirlo, a mí también. Me había acostumbrado a
ver como perseguían con la vista a mi mujer, a sentir ese
palpitar constante en mi entrepierna fruto de la erección
constante y a ver su cara de alegría y su rostro arrebolado al
saberse observada y deseada.
Bien entrada la tarde paramos a comer algo y fue allí cuando
decidí tener una seria conversación con Sara y aclarar las
cosas. Estábamos sentados en una terracita, picoteando las
tapas que nos habían servido y gozando del cálido ambiente
de aquella ciudad mientras apurábamos un par de cervezas.
-Sara ¿Qué te pasa? -pregunté para iniciar aquella
conversación.
-Nada ¿Por qué? -contestó no sabiendo a qué me refería.
-Sí te pasa. Hoy te estás comportando de forma distinta,
hasta te has vestido de forma distinta. ¿Todo esto es por lo
de anoche?
-Puede -dijo mirándome fijamente- no estoy segura de poder
evitar que se vuelva a repetir lo que sucedió anoche y
prefiero evitar la tentación, no quiero volver a decepcionarte
-me dijo de forma triste.Capítulo
-Pero yo no quiero eso, Sara. Mira, lo que sucedió anoche
me cogió completamente por sorpresa, no me lo esperaba y
no pude asimilarlo. A veces, vas demasiado rápido para mi
gusto. No me da tiempo a aceptar una cosa cuando tú ya
estás yendo más allá, dando otro paso que cada vez parece
que te aleja más de mí. Pero te juro que lo intento, cariño. Y lo que no quiero es que cambies por mí, esto lo haces por ti,
recuérdalo...
-Ya pero me siento mal por ti. Lo último que querría es
hacerte daño y ayer te lo hice, lo vi en tu mirada.
-Tienes razón, no voy a negarlo. Pero hoy veo las cosas de
forma distinta -le confesé.
-¿Qué quieres decir? -preguntó con sorpresa.
-Pues que viendo tu reacción quizá valga la pena que te
toquen algo -dije bromeando y posando mi mano sobre la
suya que reposaba sobre la mesa.
Ella se rió ante mi respuesta y me sonrió de forma cálida,
aquella sonrisa que tanto había echado de menos ese día.
-Ahora en serio. Lo que quiero decir es que yo no soy nadie
para decirte lo que puedes o no hacer, yo confío en ti
plenamente y creo que nadie mejor que tú para saber dónde
están tus límites.
-¿Lo dices en serio? -el brillo había vuelto a sus ojos y sus
conversación mantenida, mientras me observaba con sus
mejillas enrojecidas y abría levemente las piernas para
dejarme el paso franco a latitudes más altas.
-Me ha encantado la foto. Yo también me he masturbado
pensando en ti -le había escrito Sara.
-Jo... pues podrías haberme enviado una foto con tu
corrida...
-¿De verdad te hubiera gustado recibir una foto mía con la
leche cayendo por el tronco de mi polla?
-Me hubiera encantado. Mándamela, porfi...
-Ahora no puedo, estoy en una terraza con Sara tomando
algo... -Ahora no... ¿eso quiere decir que luego sí?
-Quizás...
-La estaré esperando con ansia. Esto para que te inspires...
La conversación acababa con un selfie de Judith, delante del espejo del baño, vestida únicamente con una ropa interior bastante escueta que realzaba el escultural cuerpo de la amiga de mi mujer.
Yo miré atónito aquella foto y después a Sara, a la que me
encontré con los ojos medio cerrados tratando de aguantar el placer que estaba sintiendo. Y es que, sin darme cuenta y a media que avanzaba en la conversación, mi mano había
alcanzado su sexo que frotaba con vigor por encima de la tela de la braguita completamente empapada.
Miré asustado a mi alrededor, buscando si alguien se había
percatado de algo, pero por suerte a esa hora la terraza estaba medio vacía y mi cuerpo tapaba buena parte de lo que
sucedía entre nosotros dos. Así que, envalentonado, arrecié mis movimientos masturbando a mi mujer que a los pocos minutos se corría, apretando sus muslos con mi mano
apresada entre ellos y aguantando estoicamente los gritos que pugnaban por salir del fondo de su garganta.
En ese momento, se me ocurrió una forma de hacerle pagar a Sara el embolado en que me había metido con su amiga y,
con la mano libre, hice una seña al camarero para que se
acercara. Pugné por sacar mi mano de entre sus piernas, cosa que conseguí casi cuando llegaba a la altura de nuestra mesa.
-¿Desean algo? -preguntó no habiéndole pasado desapercibido el gesto y adivinando de donde procedía aquella mano.
Su mirada pasó de mi rostro al de Sara que, al escuchar su voz, abrió los ojos sorprendida por su presencia. El chico esperó nuestra respuesta mientras sus ojos recorrían
el cuerpo de mi mujer. No era para menos. Sus pezones se
adivinan duros bajo la fina tela del vestido, su rostro aún
delataba lo que había ocurrido y, para más señas, la falda del vestido subida mostrando más de lo que debía y sus piernas aún abiertas acabaron por dejarle claro lo que habíamos
estado haciendo.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: PERVERSIÓN