Salimos de allí con nuestras maletas y tomamos camino a laestación para coger nuestro tren. Antes de entrar, paramos en una cafetería para comer algo antes de subir al tren y volver
a nuestra vida. Sara, sabiendo que las vacaciones habían
llegado a su fin, se relajó y no intentó nada mientras
comíamos con apetito ya que no habíamos comido nada
desde la noche anterior.
Fue en aquella cafetería donde, antes de marcharnos, se fue
al baño a cambiarse. No pensaba volver a nuestra ciudad
vestida de aquella guisa, no estaba preparada todavía decía.
Allí se puso algo más recatado, unos tejanos ajustados y una
camiseta algo ceñida que resaltaba su excelsa figura. Aunque
no mostraba, estaba arrebatadora y extremadamente sensual.
O al menos, esa impresión me causaba a mí.
El viaje de vuelta transcurrió en un suspiro. Más que nada
porque, como el de ida, lo hicimos casi en su mayor parte
dormidos. Estábamos los dos totalmente destrozados y
estábamos pagando los días de excesos cometidos. Una vez
en nuestra ciudad, cogimos el coche para regresar a nuestra
casa. Dentro, Sara volvió a dormirse y a mí me costó no
hacerlo. Tal era el grado de cansancio que llevábamos.
Cuando llegamos, aunque no teníamos ganas de nada, nos
obligamos a deshacer las maletas y a poner la lavadora con
la ropa sucia. Y a prepararnos para el día siguiente claro, que
teníamos que volver al trabajo. Como supuse, cuando Sara
preparó la ropa que pensaba llevar al trabajo, escogió el
mismo tipo de ropa que había llevado las veces anteriores.
Nada que ver con lo atrevida que había sido en Sevilla.
Por supuesto, yo no dije nada. Sabía que ella necesitaba su
tiempo y que cuando estuviera preparada, si lo estaba algunavez, yo estaría allí para apoyarla. La verdad, era una cosa
que no me preocupaba mucho. Había otra cosa que, ahora
que estábamos de vuelta, sí que me inquietaba y mucho. Y
no era otra que Judith.
Aquel juego o broma que había iniciado Sara desde Sevilla
estaba muy bien mientras estábamos allí pero, claro, ahora
que estábamos de vuelta a ver con qué cara nos mirábamos
después de habernos enviado fotos desnudos. De momento,
no había vuelto a decir nada más pero aquello no me
tranquilizaba en absoluto.
Aquella noche nos acostamos pronto, lo necesitábamos
realmente. Y por primera vez en muchas noches aquella fue
la primera en la que no hicimos nada sexual entre nosotros,
solo abrazarnos y caer rendidos.
El lunes llegó antes de lo que nos hubiera gustado a los dos y
con ello la vuelta a la rutina diaria. Aunque habíamos
descansado más que las noches pasadas, nuestros cuerpos
aún demandaban un mayor reposo. Nos arrastramos como
alma en pena hasta el coche y, desde allí, al trabajo donde
nos esperaba una larga jornada laboral.
Nos despedimos como siempre en la entrada del edificio y
nos dirigimos cada uno para su empresa. Yo esperaba
encontrarme un día tranquilo para poder tomarme las cosas
con calma y, por fortuna, así fue. Al menos hasta media
mañana. A partir de ahí las cosas se fueron complicando de
tal manera que, añadido al hecho que no me encontraba en
mis mejores condiciones, ya me hizo darme cuenta que
volvería a salir tarde otra vez.
Al menos, buscando la parte positiva, me permitiría
escaquearme del gimnasio y del más que probable encuentro
con Judith y apartar de mi mente todos los pensamientossobre lo sucedido en aquellos días y que no dejaban de turbar
mi mente. Apenas tuve tiempo para encontrarme brevemente
con Sara para darle las llaves del coche y advertirle que no
sabía cuándo llegaría a casa.
Al final acabé con aquel desastre de día casi a las ocho de la
tarde, totalmente agotado y con ganas de volver a casa y
estrechar entre mis brazos a mi mujer, a la que echaba
enormemente de menos, después de esos días en los que
apenas nos habíamos separado.
Por no tener, ni tuve ganas de revisar el correo de Roberto
por si había habido alguna novedad y menos el móvil por si
Judith había vuelto a decirme algo. Solo cogí el metro y
volví a casa, deseoso de ver a Sara, estrujarla entre mis
brazos y meterme con ella en la cama.
Llegué a casa casi a las nueve y, como si supiera que era lo
que necesitaba, Sara vino a recibirme a la puerta. Nos
fundimos en un beso intenso, demostrándonos todo lo que
contestaba con evasivas, como no queriendo entrar mucho en
el tema, como si estuviera arrepentida del cariz que habían
tomado las cosas. Aquella noche volvimos a hacer el amor,
no follar y, aunque fue placentero, nada que ver con lassesiones que nos marcábamos días anteriores. Se notaba en
falta aquel plus de excitación que nos ponía al límite.
Así, de esa forma y sin querer presionar a mi mujer,
transcurrió la semana sin pena ni gloria. No pude ir ningún
día al gimnasio, Sara sí pero no me contó nada especial de su
reencuentro con su amiga. De Daniela nada de nada y de
Roberto, lo que me contaba Sara, que era más bien poco. Mi
mujer seguía llevando la ropa que compramos en aquel
centro comercial alternándola con la que solía usar antes,
pero sin acabar de dejarse ir como hizo en Sevilla. Sus
temores al qué dirán podían más que sus ganas de lucirse.
Y en esas estábamos cuando, por fin, llegó el viernes. Aquel
día, pasara lo que pasara, pensaba acabar mi jornada a su
hora, ir al gimnasio y que pasara lo que tuviera que pasar y
luego, tener una charla profunda con Sara respecto a su
cambio de actitud. Estaba claro que, aunque habíamos tenido
sexo los últimos días, algo nos faltaba a los dos y quería
saber el motivo real que la impulsaba a reprimirse de aquella
manera.
Aquella mañana, en un receso, me acerqué a buscar a mi
mujer para preguntarle cómo iba el día y para hacerla saber
que, ese día sí, podría ir al gimnasio con ella. La encontré en
su despacho, inmersa en un fajo de papeles y muy liada. Por
lo visto a principios de la semana siguiente tenía que
presentar el informe sobre el cliente nuevo que le daría
puntos, y muchos, para optar al cargo de Roberto.
Me despedí rápidamente de ella para dejarla trabajar en paz
y, de camino al ascensor, me topé como no con Daniela.
-Hola Carlitos. ¿Qué tal todo? ¿Visitando a tu mujer o algún
problema nuevo? -se interesó ella.-Buenas Daniela. Pues más bien lo primero, hay que cuidar a
los seres queridos -le dije amigablemente y evitando la
tentación de mirar su escote.
-¿Eso me incluye a mí? -me preguntó pícaramente dejándome sin habla.
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