Pero le había prometido no forzarla y dejarla ir a su aire e iba a respetar su decisión. Seguí buscando hasta que encontré una buena oferta para hacer una escapada a Sevilla.
Buen hotel, bastante céntrico y una ciudad que ambos no conocíamos. Y otro punto a su favor, que podíamos prescindir del coche y hacer el viaje con el tren.
No me lo pensé más e hice la reserva para esos días.
Ya me imaginaba la cara que iba a poner Sara cuando se enterara del viaje que había planeado, estaba seguro que le iba a encantar. Maté el resto de la mañana buscando lugares de interés y haciendo planes para esos días aunque mi intención era disfrutar lo máximo con la compañía de mi mujer, a la que me sentía más unido que nunca después de los hechos de los últimos días. Sin darme cuenta, la mañana había volado y me preparé algo de comer.
No había tenido noticias de Sara en toda la mañana, cosa extraña, pero no quise molestarla intuyendo que, si no había dicho nada, era porque estaba pasando un buen rato con su amiga con la que hacía días que no quedaba.
Después de comer, me puse una película en la tele y me estiré en el sofá dispuesto a pasar una tarde relajante, a la espera que mi mujer volviera de su salida. No tardó mucho en ocurrir, cosa que me extrañó un poco ya que la esperaba algo más tarde.
-¿Ya estás aquí? -le pregunté.
-Yo también me alegro de verte -me dijo irónicamente- ya veo que no me has echado de menos… Algo le había pasado, lo notaba en su tono de voz, en la expresión de su rostro. A parte del hecho de que, para haber ido de compras, volvía con las manos vacías.
-¿Te ha pasado algo, cariño? -le pregunté preocupado.
-No me ha pasado nada -dijo dejándose caer en el sofá- solo que estoy cansada. No me convencía su excusa pero tampoco tenía ningún indicio que me dijera que me estaba mintiendo.
-¿Qué tal con Judith? ¿Cómo le va todo?
-Bien, como siempre. Liada con el trabajo, el gimnasio…
- me contestó de forma apática.
-¿Y novio? ¿O aún no ha encontrado a alguien que esté a su altura?
-Qué bien la conoces jajaja -por primera vez un amago de sonrisa apareció en su cara.
-Oye y ¿cómo es que no has comprado nada? -le pregunté interesado por la ausencia total de bolsas a su vuelta.
-No sé, no encontraba nada que acabara de gustarme… y comprar por comprar… -otra vez ese gesto en su cara que delataba que algo no iba bien. Cogí su mano, acariciándola y le di un beso en la mejilla, confortándola.
-Sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿verdad cielo? Pareció dudar pero al final suspiró y decidió sincerarse conmigo.
-Tienes razón, sé que puedo confiar en ti y te voy a contar lo que me ha pasado. Y no te asustes que no ha pasado nada malo -dijo volviendo a sonreír.
-A ver, confiesa -le dije animándola a seguir.
-Si te parecerá una tontería, ya verás. Ha ido todo genial hasta que hemos empezado a trastear en las tiendas, buscando cosas para comprarnos. Yo iba con la idea de pillarme un par de blusas y alguna falda pero nada de lo que veía me convencía y no sé… me he ido frustrando a medida que íbamos visitando tiendas y no encontraba nada a mi gusto… ya te he dicho que era una estupidez…
-Bueno, no lo será tanto cuando te ha dejado tan mal cuerpo ¿no? -le contesté
-Ya lo sé pero aun así… -otro morreo de escándalo que hizo que mi miembro empezara a crecer bajo el pantalón.
-Para, para… que como sigas así, te empotro contra la pared y no vamos a ningún lado… -le dije medio en broma. Bueno, quizás no tan en broma. Ella pareció meditarlo un momento y al final se separó de mí, aunque a regañadientes.
-Tienes razón, todo a su tiempo. Primero vamos de compras, luego ya tendremos tiempo para que me empotres contra la pared. Y lo digo completamente en serio.Yo tragué saliva, cachondo perdido.
Vaya tarde que me esperaba. Llegamos al centro comercial casi una hora más tarde y me dejé guiar por una cada vez más nerviosa Sara. La abracé por la cintura, haciéndole sentir que no estaba sola en aquello y eso pareció darle algo de calma y sosiego.
-Aquí es -me dijo señalándome una tienda en la que alguna vez había entrado. -¿Pues a qué esperamos? -le dije tomándola de la mano y conduciendo al interior.
Ella se dejó llevar pero, una vez dentro, pareció tomar la iniciativa y empezó a moverse por las estanterías buscando las piezas que, seguramente esa mañana, ya había visto pero no se había atrevido a comprar.
De vez en cuando, me preguntaba sobre qué me parecía tal o cual prenda o cual color creía que le quedaría mejor pero ella, por lo visto, ya tenía bien claro lo que quería.
Sus nervios fueron desapareciendo y se convirtieron en una especie de excitación infantil ante algo nuevo y apasionante.
No tardó mucho en tener sobre mis brazos varias blusas y faldas listas para llevarlas al probador, que fue nuestro siguiente destino. A medida que me iba enseñando las prendas que había elegido, pude comprobar el importante paso que estaba dando mi mujer en cuanto a su forma de vestir.
Sin llegar a los extremos de su contrincante Daniela, Sara había elegido faldas de tela más liviana, que se amoldaban mejor a sus formas exquisitas, y algo más cortas que las que solía usar. Y con las blusas, tres cuartos de lo mismo.
Telas más ligeras, incluso alguna que dejaba insinuar el sujetador que llevaba debajo y, solo de pensar como le quedarían con algún botón de más abierta, me ponía malo.
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