Roberto, desde que había empezado su diatriba, no había perdido el tiempo y no había dejado de contemplar el escote de Daniela que, como siempre, era más que generoso.
Creo que hasta debía verle el sujetador. Sara volvió a lamer mi polla, desde el glande hasta la base, lubricándola a base de bien mientras con su mano la pajeaba de forma lenta.
A mi mente vino la visión del escote de Daniela de aquella tarde y sí, seguro que Roberto había visto su sujetador al igual que había hecho yo.
-Y entonces, mientras Roberto se iba paseando por el despacho, contemplando el busto de Daniela, pillé una fugaz mirada a la abertura de mi blusa.
Fue un instante, Carlos, pero a mí me provocó un escalofrío que me recorrió entera. Ahora empezaba a entender el porqué de su calentura. Era la primera vez que pillaba a alguien mirándola el escote y, encima, había sido el salido de su jefe. Sara volvió a tragarse mi polla, iniciando una intensa mamada que no sabía cuánto sería capaz de aguantar, tal era la intensidad de mi mujer en saborear mi miembro.
-Pero la cosa no quedó ahí -dijo volviendo a interrumpir la felación para mi alivio, que me encontraba ya cerca de explotar
- como si no estuviera seguro de haberlo visto bien, pensando que a lo mejor lo había engañado la vista, volvió a fijar su mirada en mí. Ahora estuvo más tiempo observándome, asegurándose que era verdad lo que veía.
-Joder, Sara. ¿Y qué sentiste cuando te miraba? -Una excitación increíble a la vez que algo de vergüenza. Es que Roberto no se cortaba un pelo y eso que no podía ver nada pero debía ser por la sorpresa de saber que era yo la que llevaba los botones desabrochados, cosa que nunca había visto. Incluso llegó a alzar su mirada encontrándose con la mía, como cerciorándose que sí, que era yo.
-¿Se dio cuenta que lo habías pillado?
-Vaya si lo hizo… nos quedamos mirando fijamente durante unos segundos, él algo confuso y yo nerviosa y excitada a la vez -dijo mientras su mano no dejaba de moverse a lo largo de mi polla de forma lenta, insuficiente para correrme pero evitando que decayera su dureza.
-Casi lo puedo ver Sara…me tienes en ascuas, por favor, sigue contando. Dime qué pasó a continuación…
-¿Tú qué crees? Es Roberto…
-Volvió a mirar tu escote -dije no creyendo que aquello fuera posible. ¿ tan descarado llegaba a ser ese hombre?
-Y de qué manera. Lo hizo con una intensidad que me excitó sobremanera, me notaba la humedad en mi coñito y los pezones duros mientras sus ojos me recorrían entera como si nunca antes me hubiera visto.
Recordar eso ya fue demasiado para ella que volvió a bajar su cabeza, tragando de nuevo mi polla e iniciando una mamada épica, mientras su mano se perdía bajo su falda acariciando su sexo que debía estar empapado por el sonido de sus dedos entrando y saliendo de él.
La verdad es que, entre el trabajo sublime de mi mujer con su boca y el imaginar la escena entre ellos dos allí en su despacho, estaba que me subía por las paredes y por eso no fue de extrañar que mi polla estallara empezando a escupir mi leche en la boca de Sara que, golosa, tragaba sin parar mientras sus dedos se movían de forma frenética bajo su ropa.
Una vez descargado, la curiosidad me embargó, necesitaba saber hasta qué punto estaba excitada Sara así que, mientras con una mano apartaba la suya ante sus protestas la otra se perdía bajo sus braguitas, recorriendo su rajita, bajando hasta alcanzar la entrada a su vagina donde, sin más preámbulos, le metí tres dedos de golpe.
Un profundo gemido se escapó de su boca, no sabía si de placer o de dolor, quedándome claro cuando mis dedos empezaron a taladrarla sin compasión que de dolor allí no había nada, era todo puro placer, como diría que nunca había visto en ella.
Su cuerpo se agitaba al compás de los vaivenes de mis dedos, cada vez más intensos y, al final, con sus habituales grititos, se corrió quedando rendida sobre la cama mientras mis dedos seguían moviéndose en su interior pero ahora de forma más pausada, intentando alargar su estado de placer.
Cuando dejé de acariciarla, me tumbé a su lado contemplando una de las escenas más eróticas que recuerdo. Sara, tumbada sobre la cama, respirando de forma agitada, sus pechos subiendo y bajando al compás de su respiración alterada, notando a pesar de la blusa sus pezones erizados, su falda subida casi hasta la cintura y sus piernas semiabiertas, sus medias cubriendo aún sus piernas y con los tacones coronando sus pies que colgaban de la cama.
-Nunca te había visto tan excitada, cariño -le dije sinceramente.
Cuando sonó el timbre de la puerta ya había decidido pasar mi día libre buscando el lugar perfecto para ello. Preparé la mesa y la comida, llegando poco después Sara aún con el pelo mojado de la ducha y cubierta con su albornoz.
Comimos con apetito en un ambiente inmejorable entre los dos, aquel juego nos estaba uniendo aún más si eso era posible.
Cuando acabamos de cenar, Sara se levantó de su silla y empezó a caminar hacia el dormitorio. Vi cómo se paraba en el dintel de la puerta, dejaba caer su albornoz y veía, atónito, como se mostraba desnuda ante mí que no me había dado cuenta de nada.
-¿Vienes? -me dijo de forma sensual mientras avanzaba pasillo adentro. Vaya si lo hice. De forma apresurada, desnudándose por el camino, llegando instantes después a la puerta del dormitorio donde vi a mi mujer, desnuda, abierta de piernas sobre la cama e incitándome a unirme a ella.
Sí, me encantaba aquello. Segundos después los dos retozábamos sobre la cama disfrutando de otra sesión de sexo salvaje.
A la mañana siguiente me desperté tarde, la noche con Sara había sido intensa y me había dejado exhausto.
Cuando me giré buscándola, no la encontré en la cama y me levanté para verla un rato antes que saliera a su cita con Judith.
En la mesa me encontré con una nota suya avisándome que se iba y que volvería por la tarde. Suspiré resignado, se me había escapado. Me di una ducha larga y reconfortante, desayuné de forma copiosa y tranquila y me dispuse a poner en marcha la idea que había tenido la noche anterior, buscar un plan para pasar el puente de mayo los dos solos en algún lugar lejos del bullicio de la ciudad.
Me senté delante del portátil y empecé a trastear buscando algún destino apetecible para los dos.
Sara no era mucho de playa así que descarté los destinos de costa, aunque a mí me hubiera gustado probar un sitio así para ver si convencía a mi mujer de dar un paso más en su desinhibición y que se mostrase en bikini, cosa que nunca hacía.
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