Receta para robarle el corazón al Dr. Farel romance Capítulo 668

Berto le echó una mirada cargada de significado, de esas que lo dicen todo sin necesidad de palabras.

—Lo sabrás, eh—

Y otra vez, lo mismo de siempre.

Blanca retiró su mano con resignación y le lanzó una mirada desafiante.

Ella siempre había pensado que en estas cuestiones, los hombres tendían a ser un poco menos pensantes.

El todoterreno se estacionó en la puerta de la casa, y Blanca se aseguró de que Isabel y su hija tuvieran una habitación preparada, antes de ponerse a comprar los boletos de avión.

Con las prisas, ni siquiera había cogido los documentos importantes.

Le marcó a su primo para pedirle que pasara a recogerlos y después se los trajera.

Su primo, que últimamente había recibido un montón de regalos, estaba más que contento con Berto y no tardó en hacer el mandado.

Isabel, con su hijo en brazos, estaba sentada a un lado, con una expresión perdida y una pizca de preocupación.

—Blanca, han gastado tanto dinero, ¿no habrá sido muy impulsivo? Mejor vuelvo y recupero el dinero—, le propuso Isabel.

Blanca la detuvo con suavidad. —No puedes regresar, después de lo que costó sacarte de ahí—.

—Pero es mucho dinero, yo no puedo ganarlo, ¿cuántos años necesitaré para devolvérselos?—, Isabel estaba angustiada.

Blanca le dijo con firmeza —¿A qué le temes? Ese dinero no lo van a disfrutar por mucho tiempo. Incluso si se divorcian, él tiene que darte la mitad de los bienes, y si hay violencia doméstica, también tendrás derecho a una indemnización por daño emocional—.

Isabel abrió los ojos con sorpresa —¿Divorciarme?— Nunca había pensado en esa posibilidad.

En su pueblo, las mujeres casadas no podían divorciarse, o de lo contrario serían el hazmerreír de todos.

Además, serían despreciadas.

La mamá de Blanca era un claro ejemplo.

Y los niños sufrirían mucho, vivirían una vida miserable.

Blanca era el ejemplo.

Blanca observó su rostro, marcado con moretones, inspirando lástima y tristeza.

—¿Piensas pasar el resto de tu vida con él después de que te ha golpeado así?—, suspiró Blanca.

Isabel apretó los labios y no le respondió, solo apretó más fuerte a su hija entre sus brazos.

Blanca podía adivinar la razón de su silencio.

—Pero ahora no puedes divorciarte, no tienes trabajo ni ingresos, el tribunal no te concederá la custodia de tu hija—, le explicó Blanca.

—Necesitas estar mejor que ellos, estar más estable, con más dinero, para protegerte a ti y a tu pequeña—.

Isabel se quedó en shock, como si no pudiera creer esas palabras.

—¿Yo... puedo hacerlo?— le preguntó con incredulidad.

—Claro que sí—, Blanca la animó y analizó la situación con calma.

Aunque eran viejas, estaban limpias y las podía usar.

Berto fue quien las llevó al aeropuerto en su coche.

En pocas horas, aterrizaron en Alnorter.

Ya era muy tarde.

Blanca les dejó su apartamento a Isabel y al bebé.

Y en mitad de la noche, Berto la llevó de vuelta a su lujoso apartamento.

De vuelta en Alnorter, Berto era mucho más atrevido, apenas entraron, la atrapó en sus brazos.

Antes de que Blanca pudiera reaccionar, él la besó apasionadamente, sujetando su barbilla.

Sus besos eran apasionados.

No le dejaba ni un segundo para respirar.

Ambos pasaron del recibidor al salón y de ahí, entre tumbos y tropezones, llegaron al dormitorio.

Solo cuando él sació su deseo, se apartó un poco para tomar aire y dejó de besarla.

—¿No habíamos quedado en que me ibas a agradecer?— le preguntó él.

Bajó la mirada, encontrando su nariz con la de ella, —Entonces, ¿qué tal si esta noche haces lo que yo diga, por una vez?—

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