Cuando volvió a mirar hacia arriba, su pequeño meñique cortado quedó expuesto en su campo de visión. La mano derecha de Melody no estaba completa, le faltaba un pedazo de su pequeño dedo, se veía solitario y chocante a la vista.
En ese instante, Briar no pudo contenerse, y le exclamó con dolor, —¿Qué te pasó en la mano?—
Melody se reía con la misma locura de hace cinco años, como una demente, reflejando en sus ojos la expresión conmocionada de Briar, —¡Pero si esto es un regalo que tú mismo me diste! ¡Briar, ya he tenido suficiente de todo el sufrimiento que me has dado en esta vida, por favor, ten piedad y déjame en paz!—
—¡Por favor, ten piedad y déjame en paz!—
Briar retrocedió unos pasos, soltó la mano de ella sin fuerzas y levantó la mirada hacia Melody.
En esos ojos descompuestos no había amor, solo quedaba el odio, un odio tan profundo como si estuviera grabado en sus huesos, ardiendo en sus ojos como si se consumiera a sí mismo.
El dolor se esparció de manera inesperada, como si hubiera intentado aferrarse a algo con fuerza y de repente no hubiera logrado atraparlo, ese dolor inesperado comenzó a propagarse por todo su cuerpo.
Sí... él había pensado en encerrarla para que se arrepintiera toda su vida, ¿pero por qué había terminado así...?
¿Quién había abusado de ella en la cárcel, quién había destruido su orgullo?
Briar miraba a Melody, y de repente, un intenso miedo lo invadió, temía no poder entender más a la mujer que tenía delante. A pesar de cinco años de matrimonio, ¿por qué le resultaba tan ajena?
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