"Por favor, ¡ya no me pegues más!"
"¡Basta, no me golpees!"
Violeta Soler, con un vientre ligeramente abultado, se arrodilló en el suelo suplicando, cubierta de sangre. Su cabello, que antes era negro y brillante, ahora estaba cortado y despeinado.
Sus ojos estaban hundidos y su aspecto era el de una persona con problemas mentales, sucia y maloliente.
¡Así había quedado después de estar encerrada en un sótano durante tres años!
Su mente estaba confusa.
No sabía cómo había sobrevivido tanto tiempo.
Día tras día, ese hombre la sometía a torturas inhumanas. Estaba embarazada de nuevo de ese hombre, el fruto de su pecado.
Descargas eléctricas, látigos, agujas.
Había sufrido esos tormentos incontables veces, sin descanso.
Tres años atrás, por celos del amor que le tenía Maurino Paz a Lucrecia Salazar, Violeta les había hecho algo terrible, lo que provocó que perdieran a su bebé.
Por eso, Maurino la castigó entregándola a este viejo hombre que la tenía ahora.
Todavía no podía olvidar las duras y frías palabras de Maurino: "Violeta, quien hace algo mal, debe ser castigado. ¡Desde ahora, te irás de la capital y pagarás por lo que le hiciste al hijo de Lucrecia!"
¡Estaba equivocada!
¡Realmente estaba equivocada!
Ella se arrepentía cada día.
Estando en este lugar, siempre deseaba que Maurino viniera a rescatarla algún día.
Intentó escapar, pero era imposible.
Cada vez que la atrapaban, la esperaba un castigo aún más cruel.
El viejo hombre agarró su cabello con fuerza, levantándola con excitación, "¡Grita! ¡Quiero ver quién vendrá a salvarte!"
"Realmente eres como las mujeres que Maurino solía tener. Cuando recién llegaste, solo deseabas estar con él."
"¿Todavía piensas que Maurino vendrá a salvarte? ¡Deja de soñar! Hace tres años, cuando te entregó a mí, ya se había casado con Lucrecia Salazar.
Pero después de tres años, él no había venido.
Desde el primer día que fue traída aquí, estaba arruinada.
Maurino se había casado con Lucrecia, ya no la quería.
Aun si él viniera a rescatarla, ¿qué más daba?
Maurino nunca aceptaría a una mujer tan dañada.
¡Ya no había vuelta atrás!
Cuando el viejo hombre se fue, Violeta se arrastró del suelo y con la última pizca de fuerza, tomó la herramienta con la que la habían torturado y la clavó en su corazón.
Sus pupilas se dilataron y la sangre brotó de su boca en grandes cantidades.
Sentía el dolor familiar extendiéndose por todo su cuerpo. Alzó la vista a través de la única ventana, contemplando la noche estrellada.
Lágrimas claras rodaron por sus mejillas y finalmente cayó en un charco de sangre, mientras perdía la conciencia.
Con lo último de su energía, abrió los ojos y vio que estaba siendo enterrada en la tierra, mientras el hombre, con una pala la cubría poco a poco con tierra.
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