—¡Tu ropa me queda enorme!— Se queja mientras cocino o al menos hago el intento por hacerlo.
Volteo para verla y rio al notar que tiene razón. Mi camiseta le queda bastante larga y suelta. —Básicamente como un camisón.— Comento.
—Cumple su función. — Replica y se pone de pie a mi lado —¿Qué se supone que intentas hacer?— Pregunta observando el sarten donde cocino el salmón.
—Salmón...— Digo y creo que ha sonado más a una pregunta.
—Mmmm... permíteme. — Dice y prácticamente me echa de la cocina haciendo que me siente en el taburete que esta del otro lado del desayunador.
La observo cocinar y se nota que sabe lo que hace. —¿Tienes vino?— Me pregunta de la nada.
—¿Para cocinar?— Pregunto confundido y ella se echa a reír.
—No Franchesco, para tomar...— Responde entre risas.
—¡Ah vale! Si, si... en la nevera tengo un chardonnay exquisito.— Le explico y me mira con cara de ¿también pretendes que sirva el vino? —Ya lo sirvo.— Digo antes de que me regañe.
Voy a la nevera, saco la botella de vino, busco las dos copas y me paro a su lado para servirle la copa. Estoy por cerrar la botella cuando se me cae el corcho al suelo y me agachó a buscarlo. —¿Qué es esto Dana?— Cuestiono tocando el morado que tiene en su pierna.
Ella me mira confundida y luego observa su pierna —Seguramente fue del golpe que me di cuando él me empujo sobre la cama.— Explica con un hilo de voz y nuevamente la rabia me consume.
—Juro que lo mataría. — Hablo con enfadado y me sujeta por el brazo para que me ponga de pie.
—Ya Franchesco... no quiero pensar más en eso.— Dice mientras sigue cocinando. —Pon algo de música.— Propone y no necesita decirme nada para que me de cuenta que esta triste.
Cada vez que cambia de tema pidiendo que coloque música es porque esta triste. Sin indagar mas, busco mi móvil y coloco algo de música de mi playlist.
—Eso se ve muy bien.— Le comento mientras suena John Legend y Tiziano Ferro con su canción Karma de fondo.
—Verás que te gustara.— Dice orgullosa.
—Hablando de gustar, ¿has visto los muebles de tu cuarto?— Pregunto con entusiasmo.
—Si, ¡y me han encantado!— Me dice sonriente.
—¿Sabes que te toca redecorar el piso? ¿no?—
—Me imagine.— Responde mientras mira a su alrededor.
—No quería nada de ella aquí.— Comento mientras ella sirve la comida en los platos.
—Ni yo de él. Si que nos han lastimado.— Expresa mientras llevo los platos a la mesa y ella lleva las copas y los cubiertos.
—Demasiado, pero no quiero hablar de ellos...—
—¿Estás nervioso?— Pregunta y no entiendo de que habla.
—¿De que hablas?—
—De la nuevas obras... de la exposición.— Se explica mientras cenamos.
—Demasiado... estoy muy ansioso también.—
—Me imagino. No es fácil enseñarlas por primera vez.— Bromea y sé que nunca se olvidara del pequeño episodio que me sucedió en aquella entrevista con esa frase.
—No, no lo es.— Respondo entre risas mientras que ella también se ríe.
—Perdón, debía hacerlo.— Dice tímidamente y no puedo parar de reír.
—Lo sé... tú no dejas pasar una.— Expreso negando con mi cabeza.
—Mi humor tan peculiar, pero así me quieres.— Dice encogiendo sus hombros.
—Así es, y tú me quieres con todos mis defectos incluyendo lo insoportable que me pongo cuando estoy ansioso.—
—Demasiado insoportable. — Añade.
—Claro, porque tú eres un angelito. — Le replico y ambos reímos.
—Somos dos insoportables.—
Entre risas y hablando de las nuevas pinturas que vienen en camino, terminamos de cenar y ella comienza a levantar los platos con la clara intensión de ponerse a lavar y ordenar todo.
—Yo lavo.— Le digo e intento hacer que ella salga de la cocina, pero es imposible.
—Yo lo hago, no te preocupes.— Dice y sigue en lo suyo.
—Dana, no te has venido a vivir aquí para ser mi sirvienta.— Le explico y nuevamente intento hacer que salga de la cocina, pero no hay caso.
—Que no hay problema.— Repite.
—Tú te lo has buscado.— Sentencio y sin pensarlo dos veces la levanto en el aire hasta que su cuerpo queda en mi hombro y así camino con ella hasta el salón para tirarla sobre el sofá. Con lo que no contaba es con que ella no se soltara de mi y me arrastrara a caerme sobre ella. —¡Tramposa!— Le exclamo entre risas.
—¡El tramposo eres tú por sacarme así de la cocina!— Me grita intentando empujarme para que caiga en el suelo, pero no la dejo.
Desde que la conocí nunca me ha caído bien, y mucho menos cuando intento hacer que Jordana y yo dejáramos de ser amigos inventando no sé cuantas mentiras. Recuerdo esa época y lo mal que estábamos ambos a causa de la desconfianza que esta tía nos hizo tener en el otro, pero afortunadamente hemos sido capaces de conversar y descubrir que nada de lo que nos había dicho Nora era suficientes. Descubrir que fue porque quería acercarse a mí para que tuviésemos algo me hizo sentir mucha más apatía por ella.
—¿Me ayudas?— Pregunta Dana sacándome de mi pequeña burbuja mientras me da una maleta.
—¿Qué hago?— Pregunto confundido.
—Yo vació el guardarropas, tu vacía los cajones de la cómoda de noche.— Me pide.
—De acuerdo.— Digo amablemente y comienzo con la labor.
Quito las camisetas de manga larga, los sweaters y las bufandas de los primeros dos cajones y voy a los de arriba. Luego saco las camisetas de manga corta, los pantalones cortos, y las gorras, meto todo en la maleta, y lo siguiente que hago es abrir los otros dos.
—Eh... Dana, no sé si quieras que me encargue de esto también.— Comento al ver toda su ropa interior.
Ella se echa a reír y luego camina hacia mi rápidamente y me cubre los ojos con sus manos —¡Mierda! Lo siento, lo había olvidado.— Se explica sin parar de reír. —Sigue tú con el guardarropa y yo me encargo de esto.— Me dice y destapa mis ojos.
—Por mí no hay problema eh...— Digo entre risas —¿Qué puedo ver que no haya visto antes?— Pregunto sin parar de reír.
—Es que hay cosas que yo no quiero que tú veas.— Sentencia empujándome para el lado del guardarropa.
—¿Algún conjuntito sexy que le has desfilado a Mauricio?— Pregunto pícaramente.
—¡Franchesco!— Me regaña.
—Vale... me comporto.— Hablo levantando mis manos y voy hacia el guardarropa tal como me lo ha pedido.
Estoy muy concentrado en mi tarea guardando la ropa cuidadosamente mientras ella hace lo mismo —Sabes, quizás ese fue el problema por el cual Mauricio me engaño.— Comenta de la nada y tengo que voltear a verla.
Observa un conjunto de lencería de encaje color blanco bastante sensual y se queda en silencio.
—¿De qué hablas?— Le pregunto confundido e intentando mantener la compostura al verla observando esa prenda.
—De que quizás para él no era buena en la cama.— Dice sin rodeos. —Quizás ni le gustaba tanto...— Continua diciendo con un tono de tristeza en su voz.
La observo con mis ojos abiertos de par en par y camino hacia ella —Dana, si usaste esto para él...— Comento sujetando una de la partes del conjunto, más específicamente el sujetador. —Créeme que no hay manera que no le gustaras.— Digo mirándola fijamente. —El tío ha sido muy imbécil.— Sentencio sin apartar mi mirada de la suya.
—Eh... vale...— Dice nerviosa y creo que ambos nos hemos puesto un poco incómodos con esta extraña conversación.
—Bueno, terminemos con esto...— Digo cambiando de tema y sigo con mi tarea.
«¿Qué rayos ha sido este momento?»
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Sin Darnos Cuenta