Este libro es la quinta y ultima parte de la saga de Alfa King.
Este libro está en proceso y se actualizara semanalmente.
***
—¡¿Estás bien?! —Jess preguntó pasmada.
Gunnar cayó en el suelo lleno de nieve.
—Si, si… —el intento sonreír para que Jess no se preocupara—, solo es el desgaste mágico, he estado teletransportándome demasiado, no te preocupes.
Jess ayudó a Gunnar a ponerse de pie.
—Debemos darnos prisa —dijo Gunnar—, el alfa de esta manada nos espera.
Jess vio ante sí lo que parecía un pequeño pueblo en medio de la nada, con imponentes montañas alrededor cubiertas de nieve.
—¿Es aquí donde nadie nos encontrará?
—Es aquí donde estarás a salvo.
Seis años después….
La nieve hacía difícil caminar, el blanco cubría todos los árboles y el camino. Se sujetó mejor el abrigo, algo remendado y desgastado, pero la abrigaba bien. El frío soplaba en su rostro y el cielo se veía despejado a pesar de que había pronosticado una tormenta de nieve.
Tenía las manos entumecidas y cansadas. Pasaba demasiadas horas lavando platos en un restaurante de la ciudad. Después volvía a su comunidad en la parte trasera de una camioneta que transportaba alimentos a la manada. Eran dos horas de viaje en el frío glacial y eso la ponía de peor humor.
Sintió una punzada en la cabeza, una jaqueca le sacudió todo. Se masajeó la zona donde estaba la gran cicatriz que estaba cubierta por su cabello. La cicatriz era grande y estaba en medio de su cabeza. Como si alguien hubiera intentado rompérsela.
Se recompuso con rapidez, miró el cielo y después su reloj. Pronto anochecería y debía protegerse en su casa, porque en la noche solían salir depredadores del bosque y había toque de queda en la manada.
—¡Dantalian! —se adentró en el bosque maldiciendo al casi resbalarse—. ¡¿Dónde estás?!
—Vas a ahuyentar a las liebres mamá —escuchó una voz proveniente de arriba de ella—. He estado esperando que mis trampas atrapen una.
Ella posó su vista hacia la parte elevada del árbol que estaba frente a ella. Un niño le sonreía.
—¡Dantalian! —exclamó ella asustada—. ¡¿Cómo has subido ahí?!
—¿Escalando? —dijo él inclinando su cabeza como un cachorrito.
Ella se golpeó la frente frustrada, Dantalian como siempre, había aprendido a hacer algo por él solo. Algo que aún no debería hacer porque solo era un niño de cinco años.
—Amor por favor baja —lloriqueó la madre—, ya va a anochecer y tenemos que volver a casa.
Dantalian se lanzó sin previo aviso y su madre en un acto de desesperación se posicionó donde caería intentando sujetarlo.
Lo que ocasionó que lo atrapara, pero por la fuerza los dos cayeran sobre la nieve.
Dantalian empezó a reírse.
Ella lo iba a regañar, pero al escuchar la suave y dulce risa de su hijo, el corazón se le derritió y se rió junto a él.
Se levantaron y madre e hijo empezaron a caminar de la mano hacia la comunidad.
Dantalian empezaba hablarle de todo lo que había hecho en el día, el niño solía ser callado y serio con los demás, pero con su madre era un loro parlanchín. Solía reservarle sus sonrisas y su amabilidad sólo a ella.
Cada vez que se sentía cansada y harta, recordaba esa bonita sonrisa y su cuerpo se inyectaba de energía, recordando que su esfuerzo era solo y para su hijo.
Entraron en la manada traspasando la fachada de algunas cabañas. No podía quejarse, la manada era muy sobreprotectora y amable con ella. A pesar de haber sido una forastera que llegó dañada y embarazada hace ya unos seis años atrás. La acogieron como si fuera una más.
A pesar de no tener una marca y ser una madre soltera, le asignaron una pequeña y reconfortante cabaña para ella sola y su hijo. Solo les daban cabañas a las familias, pero le dieron una para ella y su bebé.
Su vida era tan pacífica y tranquila, debería estar más que agradecida.
Era una manada especial, apartada de la civilización humana, ellos eran esa clase de manada que vivían mayormente en forma lobuna. En un recóndito lugar de Alaska, alejados de casi todo.
Ella viviría más conforme si no fuera porque mientras más Dantalian crecía, más cosas necesitaba.
No era un niño normal como algunas madres le habían señalado. Se había desarrollado más rápido que los demás niños, la mayoría a su edad aún tenían dificultad para hablar mientras Dantalian hablaba con la propiedad de un niño que le doblaba la edad, aprendió a leer y escribir solo por algunos libros de la guardería, ya sumaba también, era más grande, más fuerte y muy autoritario incluso con niños de más edad que él.
Su amiga Wasilla, una mujer loba que tenía su cabaña enfrente a la suya y que solía cuidar de Dantalian cuando se iba a trabajar a la ciudad, tenía la teoría de que Dantalian era hijo de un alfa.
—Jess sé que no recuerdas nada de tu vida pasada —la señaló Wasilla—, pero estoy segura de que la razón de que Dantalian es notoriamente más desarrollado sea porque es hijo de un alfa, es evidente. Eres muy bonita, elegante y delicada a pesar de tener la cabeza rayada, seguramente pertenecías a una manada de importancia, te embarazaste del alfa y su mate te metió un hachazo en la cabeza para matarte por celos.
Ella solía asentir a todo lo que su amiga decía.
—Es buena teoría —asintió Jess mientras ayudaba a hacer queso de la leche de cabra —, lo único que me ha dicho Gunnar es que me salvó de una guerra de manadas y que estoy mucho mejor sin el padre de Dantalian.
—Ese hechicero embaucador —gruño Wasilla—, siempre me he preguntado si no te miente.
Jess llegó a la puerta de su cabaña junto a Dantalian, noto que todas las cabañas estaban cerradas y con las ventanas cubiertas. Hasta la cabaña de Wasilla.
La luz natural del día empezaba a irse.
Así que tenía que apurarse y meterse a su cabaña con su hijo antes de que escuchase el aullido del alfa que indicaba que empezaba el toque de queda.
Lo único que tenía en la vida era Dantalian, lo único a lo que podía aferrarse y por lo cual seguir luchando.
A veces sentía melancolía de pronto o se levantaba en la madrugada llorando. Extrañando algo que no recordaba.
Pero debía ser fuerte, su hijo la necesitaba, era todo lo que le importaba. Estaba viva de milagro y su hijo se había aferrado a su cuerpo a pesar de que terminó muy herida.
Dantalian era un milagro, su milagro.
Milagro que se había acabado toda la sopa y solo le dejo un pedazo de pan.
Terminó de cocinar el estofado y le sirvió a Dantalian, el cual empezó a devorarlo inmediatamente.
¿A dónde iba tanta comida?
—Cuando me transforme —hablo Dantalian bostezando—, voy a ser un gran cazador y te traeré mucha carne.
—¿Sí? —Jess le limpio la cara y lo cargo para llevarlo a la cama—. ¿Vas a traer muchas liebres?
—Y venado —dijo Dantalian mientras Jess lo cambiaba—, también iré a la universidad y te sacaré de este lugar mami.
Jess terminó de ponerle el pijama y lo arropo en su cama.
Dantalian tomó sus manos mirándolas, Jess las tenía algo maltratadas por lavar muchos platos y aun no se regeneraban del todo.
Para ser un niño pequeño, era lo suficientemente listo para notar las cosas a su alrededor.
—No tendrás que trabajar más —hablo Dantalian decidido—, yo te cuidare.
Jess sonrió perdiéndose en los preciosos y peculiares ojos grises de su hijo. Este los cerró poco después derrotado por el sueño. Miró a su hijo, sus hermosas y tupidas pestañas, su atractivo rostro, sus cejas gruesas que casi siempre mostraban un tierno ceño fruncido. Y ese sedoso cabello castaño oscuro.
No se parecía nada a ella, ni en lo físico ni en su manera de ser. Jess supuso que su mate debía ser alguien atractivo para haber tenido un hijo así. También se preguntaba si Wasilla tenía razón, tal vez su mate era un especie de alfa, eso explicaría como Dantalian era tan autoritario para ser tan niño.
Le dio un beso en la frente y salió de su habitación.
Reviso otra vez haber cerrado bien las ventanas, que la puerta esté bien trancada poniendo una silla más como obstáculo por si acaso y puso más leña en la chimenea para mantenerlos calientes toda la noche.
Mañana era un nuevo día y era día de recolectar, así que llevaría a Dantalian con ella y sabía que se divertirían mucho.
Sonrío entrando a su cuarto con esperanza de que todo mejorara.
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