Un extraño en mi cama romance Capítulo 1

La abuela de Roberto ingresó al hospital. No contestaba el teléfono, así que no tuve opción más que buscarlo en su oficina. Su atractiva secretaria me detuvo frenéticamente en la puerta.

-Lo lamento mucho, señorita Ferreiro. Por favor, espere afuera un momento. El director está ocupado en este momento.

-¿Por qué? ¿Se está bañando?

Habíamos estado casados durante un tiempo ya pero su personal seguía llamándome «señorita Ferreiro». Debe ser algo que él les ordenó que hicieran. Abue había sentido una molestia repentina en el pecho y la habían llevado a la unidad. Sólo quería ver a Roberto. ¿Qué iba a hacer si no podía encontrarlo? Empujé a la secretaria sexi a un lado y entré sin tocar la puerta. Detrás de mí venía la voz frenética y aguda de la secretaria.

-Señorita Ferreiro, director, yo...

¿No estaba exagerando un poco? Estábamos en la oficina de Roberto. ¿Qué podía estar haciendo que fuera tan vergonzoso que nadie debería ver? Pues, qué gracioso, porque cuando vi lo que estaba ocurriendo frente a mí en el sillón, de inmediato me retracté de lo que había pensado.

¿Qué clase de extraña y sensual imagen estaba justo frente a mis ojos? Dos hombres altos, uno montado sobre el otro en el sillón. Roberto era el de abajo. Estaba desnudo de la cintura para arriba, las líneas musculosas de su espalda sensuales y tentadoras. Tenía los pantalones tan abajo que iba a ser necesario algún tipo de censura pixelada. Podía ver el tatuaje en su nalga izquierda. No pude distinguir exactamente lo que era. Lo que sí pude ver claramente era la mano que toqueteaba su nalga derecha.

De hecho, conocía al hombre que estaba sobre él. Era Santiago Galindo, su asistente personal de rostro hermoso y voz suave. Guau. Puede que me hubiera topado con un terrible secreto. Los dos hombres escucharon el alboroto y se levantaron rápidamente. El bello rostro de Santiago se sonrojó cuando me vio. Su cuello y su cara estaban de color rojo brillante. Roberto también se había levantado del sillón. Se subió los pantalones, tomó su camisa del respaldo de la silla y se la puso. Luego, me miró de reojo a través de su largo cabello. De inmediato, me flaquearon las piernas. No entendía por qué era yo quien se sentía culpable. Él era el que tenía un secreto que yo acababa de sacar a la luz.

-Director, no pude detenerla -dijo su secretaria con la voz quebrada.

Santiago me pasó por un lado, con el rostro todavía profundamente sonrojado. Un héroe sabía escoger sus batallas. Me di la vuelta y los seguí apresurada, resuelta a escapar de ahí. Entonces escuché pasos detrás de mí. Una mano me tomó por la muñeca y, con un leve tirón, me jaló a su abrazo. Golpeé con fuerza el pecho firme y musculoso de Roberto. Casi se me salió el corazón por la boca. Mi mente estaba completamente en blanco en ese momento. Ni siquiera podía formar oraciones concretas.

-No vi nada. No le diré a nadie. Te ayudaré a mantenerlo en secreto, lo prometo.

De repente, puso su mano en mi espalda. Su palma me quemó como hierro al rojo vivo.

-¿Qué más?

Sus blancos dientes destellaron mientras sonreía.

-Eh, no voy a discriminarte. En lo que respecta a preferencias sexuales, si te gustan los hombres o las mujeres, es asunto tuyo.

De repente, me levanté por los aires. Me había cargado y me dejó caer en el sillón. Se recostó sobre mí. No pude evitar acordarme de cómo Santiago se había montado sobre él hace unos minutos. Aún tenía la camisa desabrochada. Podía ver su pecho firme y musculoso y su abdomen fuerte y plano. ¿Cómo podía ser el sumiso si tenía ese cuerpo? Creí que sólo había pensado eso pero tuve el descuido de decirlo en voz alta. Frunció el ceño.

—Parece que de verdad tengo que hacerte callar.

¿A qué se refería? Dejé de pensar por completo. El rostro de Roberto se acercaba a mí. Sus labios me besaron. Era como si hubiera estado usando un suéter de lana de mala calidad y hubiera recibido un súbito choque eléctrico me hubiera quemado las neuronas. Cuando volví a entrar en razón, su lengua y un vago sabor a alcohol se habían deslizado entre mis dientes.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Acaso no era homosexual? ¿Sumiso? ¿Por qué me estaba manoseando también a mí? Habíamos estado casados por seis meses y en todo ese tiempo no me había dedicado una mirada de verdad. Pero ahora, después de que había descubierto su secreto, él estaba...

¡Chas! Mi suéter tejido se volvió un hermoso desastre de harapos y se resbaló por mi hombro.

Miré con ojos bien abiertos el rostro bien parecido, aunque frío, de Roberto. De repente, comprendí. Era un castigo. Un castigo por llegar a su oficina sin invitación, por entrar sin tocar la puerta y por presenciar su secreto.

-Roberto. -Forcejeé debajo de él-. Déjame ir. No lo hice a propósito.

-Deja de moverte. Me estás excitando.

Sus suaves pantalones me rozaron la oreja. Tenía un nudo en la garganta. Con voz tensa, me obligué a decir.

-Eres gay, ¿por qué te excitas con una mujer?

—Adivina.

Tomó mi sostén y tiró de él con fuerza. Los tirantes se rompieron y me hicieron cortes en los hombros. Grité de dolor. Al siguiente momento, una agonía aún más intensa surgió en otra parte de mi cuerpo.

-Roberto, ¿no eres el sumiso?

Apreté los dientes y grité.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Un extraño en mi cama