Un extraño en mi cama romance Capítulo 2

Esto debía ser un castigo. De hecho, no sólo era eso. Era pura tortura. Nunca en mi vida había sentido un dolor así. Sentí como si me hubiera atropellado un tren varias veces cuando Roberto por fin se quitó de encima.

Mientras se vestía, estaba de espaldas, en todo su perfecto y musculoso esplendor. Yo me quedé sentada en el sillón, sin nada más que un cojín para cubrirme el pecho. Mi ropa estaba desgarrada y yacía en jirones en el suelo. Él caminó a los cajones, sacó una camisa y me la pasó. Me la puse de inmediato, abotonándola desesperadamente. No tenía pantalones. Cuando llegué, llevaba un vestido de lana. Una prenda de una pieza. Puede que su camisa me quedara grande pero no podría simplemente salir sin usar nada y con las piernas descubiertas.

Me puse de pie con dificultad, el cuerpo entero me dolía.

-No tengo pantalones.

Se volvió hacia mí y me echó una mirada de fastidio y

desprecio.

-Haré que mi secretaria te traiga unos más tarde.

-Usamos diferentes tallas. Su trasero es más grande que el mío.

-Veo que eres muy observadora.

Se abrochó los botones de la camisa, se ajustó la corbata y luego se encogió de hombros en su saco. Se veía extremadamente presentable, como si fuera un hombre totalmente diferente del que se había portado como una bestia hace unos momentos. Se paró frente al espejo mientras se desarrugaba la ropa y se abrochaba los puños con cuidado. Las mancuernillas brillaron a la luz y casi me cegaron.

Acababa de abusar de mí sin razón alguna. Tenía que saber por qué.

-Entonces. -Me hice un ovillo en el sillón, con las piernas escondidas bajo su enorme camisa—. ¿Soy tu tapadera?

El reflejo de su lindo rostro en el espejo no mostraba emoción: ni alegría y enojo. La cara de Roberto no siempre estaba inexpresiva. Sólo ocurría cuando estaba lidiando conmigo. Una vez lo vi charlando con sus amigos. Sus brillantes dientes habían estado a plena vista cuando había sonreído. No me respondió, así que tomé su silencio como un sí.

Qué sorpresa. Habíamos estado casados por seis meses. Ni siquiera había dado un pelo por mí. No le interesaban las mujeres en absoluto. ¿Entonces por qué me había tratado así hoy? ¿Era porque había arruinado su momento con Santiago? No tenía otro desahogo para sus deseos, ¿por eso me había usado?

No tengo amigos homosexuales así que quedé bastante intrigada por todo el asunto.

-Roberto, ¿los hombres como tú también desean a las mujeres?

—¿Hombres como yo?

Por fin decidió hablarme. Era un tipo superficial. Se estaba tomando todo el tiempo del mundo con la corbata. Con lo que se estaba tardando, podría haber hecho una llamativa prenda floral de origami.

—No te juzgo ni nada. Sólo siento curiosidad.

-¿Me estás llamando gay?

Por fin se dignó en concederme una mirada.

-¿De qué otra forma debería llamarte?

Se echo a reír.

-¿Cómo te enteraste?

-Santiago estaba manoseándote el trasero. ¿Debería buscar alguna otra cosa?

Se acercó a mí. Apretaba con fuerza el respaldo del sillón mientras se inclinaba hacia mí, mirándome. No pude evitar empujarme contra el sillón. Su mirada se posó sobre una mancha en el sillón. La seguí. El sillón era de una tela color crema extremadamente claro. Se había ensuciado con una mancha que yo había dejado hace un rato. Me sonrojé a más no poder. Luego escuché que me preguntó:

-¿Es tu primera vez?

¿Era extraño que fuera mi primera vez? Me aferré al dobladillo de la camisa. Y me quedé en silencio. Entonces, la puerta de abrió. Su atractiva secretaria dijo:

-Señor Lafuente, ¿esta ropa está bien?

-Déjala ahí -dijo Roberto.

Ella cerró la puerta al irse. Me había arrojado un vestido. Era tejido y de color coral pálido. El tipo de vestido que se ceñía al cuerpo. No me gustaba la ropa así. Sostuve el vestido mientras musitaba:

—No me gusta este color.

—¿Por qué me estabas buscando?

Ignoró mi comentario. Entonces recordé la razón por la que había ido.

-Hospitalizaron a abue.

-¿Qué le pasó a abue? -Al instante cambió la expresión de su rostro-. ¿Por qué no me dijiste antes?

—¿Me diste oportunidad de hacerlo?

No había tiempo de quejarme sobre el color y el estilo del vestido, así que me lo puse. Roberto tomó su teléfono celular del escritorio y salió. Después de ponerme el vestido, lo seguí tambaleando.

En cuanto salimos de la oficina, nos encontramos a Santiago. Roberto le dijo algo en voz baja mientras yo me quedé parada desesperanzadamente a una distancia segura de ellos. Cuando terminó, se volvió hacia mí y vio lo lejos que estaba de ellos.

-¿De verdad damos tanto miedo? -dijo en tono de fastidio.

Sí. Además, sabía su secreto. Claro que iba a quedarme muy lejos de ellos. Santiago volteó y me lanzó una mirada.

Al instante su rostro se puso rojo. Ese muchacho de verdad se sonrojaba con facilidad. Parecía que en estos tiempos la mayoría de los chicos guapos eran gay. Qué lástima. ¿Qué harían las jóvenes solteras? Mujeres como la joven señorita Abril Rojas, que se enamoraban y se desencantaban a diario. ¿Qué haría ella?

Santiago era el asistente personal de Roberto. Así que, naturalmente, también nos acompañó al hospital. Fuimos en el mismo auto. A manera de estrategia, me senté junto al conductor y Santiago y Roberto se sentaron atrás. El auto de Roberto era de la compañía. Los asientos de la parte trasera estaban uno frente al otro. Les eché un vistazo en el retrovisor.

Santiago tenía un bello hermoso y era de complexión agradable. Era el estereotipo de belleza coreana. Roberto emitía una vibra un tanto más complicada. No era particularmente femenino ni tampoco muy masculino. Podría decirse que su apariencia era refrescante y sus rasgos eran finos. Me había tomado por sorpresa cuando lo conocí por primera vez antes de comprometernos.

«¿Cómo podía ser un hombre tan apuesto?», me pregunté en ese entonces. Después de nuestra boda, me volví a sorprender. ¿Cómo podía ser tan difícil vivir con alguien?

Parecían la pareja perfecta. Uno hermoso, el otro apuesto. Es una vista placentera sin importar cómo una lo viera. De repente, sentí una patada por detrás de mi asiento. No hacía falta adivinar: había sido Roberto. Me dio justo en el trasero. Tuve suerte de que el asiento fuera tan macizo, de otro modo, me dolería bastante ahora mismo. Me había atrapado mirándolos a escondidas y se había enojado. Qué hombre tan mezquino. ¿Qué tenía de malo echar un vistazo? Sí, había descubierto su amorío secreto, pero también había pagado el precio por ello. Había tenido mi primera vez en el sillón de la oficina de alguien.

Cuando llegamos al hospital, Roberto se bajó deprisa y nos dejó solos a Santiago y a mí. Él seguía ruborizado mientras me miraba. Los chicos que se sonrojaban con facilidad realmente se ven muy adorables. Puede que enfrentara el trágico destino de ser la tapadera pero no podía odiarlo por eso. De todos modos, no amaba a Roberto, y él tampoco a mí. Los dos sabíamos por qué nos habíamos casado.

Santiago y yo nos rezagamos mientras Roberto avanzaba con rapidez sin nosotros. Tomamos el mismo elevador. Sólo estábamos nosotros dos. No pude aguantarme más las ganas de preguntar que hervían dentro de mí. Por fin hablé mientras Santiago seguía mirando hacia el frente, lo que me dejaba sólo su perfil.

-Asistente Galindo.

-Por favor, llámeme Santiago -respondió de inmediato.

—Está bien —asentí—. ¿Puedo preguntarte algo?

—Adelante, por favor.

Era muy educado.

-Me preguntaba: entre tú y Roberto, ¿quién es el pasivo y quién es el activo?

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