El cielo se aclaraba cuando nos bajamos del barco. Todavía me sentía mareada mientras Roberto me sacaba a rastras. Necesitábamos viajar tres horas en auto de vuelta a la ciudad. El cielo estaba brillante cuando nos bajamos del auto. La luz del sol resplandecía en mi rostro. Me cubrí con la mano y eché un vistazo al cielo entre mis dedos. Roberto se subió a otro auto.
—Voy a Empresas Lafuente.
El auto se fue y me dejó entre la polvareda. ¿Acaso no necesitaba dormir? La reunión de ayer se había extendido toda la noche. Al final, me dio un respiro y me dejó irme a la cama. Sin embargo, no había dormido lo suficiente. Mi cabeza aún se sentía brumosa.
-¿A dónde la llevo, señorita Ferreiro? -preguntó el chófer.
Miré mi reloj. Eran las ocho de la mañana. Apenas llegaría a tiempo al trabajo. ¿Qué debía hacer? ¿Volver, darme una ducha y tirarme en la cama o ir al trabajo? Estaba intentando decidirme cuando Abril me llamó.
-Isabela, Santiago acaba de mandarme la propuesta. ¿A qué hora volverás a la oficina?
¿Tan pronto? Santiago siempre había sido eficiente. En comparación, me sentía inútil. No sería correcto de mi parte volver a casa y dormir la siesta.
-Tráeme ropa limpia. Me cambiaré en la oficina.
-¿Necesitas algo más?
-Mis artículos de tocador y algunos productos para la piel.
—Está bien.
Llegué a la Organización Ferreiro antes de las ocho. El trabajo comenzaba a las nueve. Los guardias de seguridad se sorprendieron al ver que la directora de la compañía llegaba tan temprano al trabajo.
-Señorita Ferreiro, llegó muy temprano.
—Sí -asentí y le dije—: Buenos días.
Mi secretaria Silvia se apareció junto a mí casi en cuanto llegué a la oficina. Antes de que me acomodara en mi escritorio, ella me había traído una taza de café y unos sándwiches.
-Señorita Ferreiro, probablemente ni siquiera ha desayunado, ¿verdad? Sólo tenemos sándwiches por ahora. La próxima vez conseguiré algo más saludable. Por favor, avíseme si necesita desayuno en la oficina.
Cuando llegó, Abril trajo mi cepillo de dientes y pasta. Fui al baño, me cepillé los dientes, me lavé la cara y me puse ropa limpia. Abril se sentó en la esquina a tomarse mi café.
—Isabela, hay que salir temprano del trabajo esta tarde e ir de compras.
—¿Por qué?
-Deberías echarle un vistazo a tu guardarropa. No tienes nada que diga que eres una directora fuerte y autoritaria.
-¿Por qué debería ser una directora fuerte y autoritaria?
-Pues, eres una directora.
—Pues, sí.
-¿Quién si no una directora debería mostrar lo autoritaria que es? Tu ropa no se ve nada elegante -dijo mientras me jalaba el abrigo. Te acompañaré de compras después del trabajo-. Llenaremos tu guardarropa con cosas para el trabajo. Podrás sacar esto y conseguir ropa nueva cuando quieras.
Nos encontramos a mis hermanas Silvia y Laura mientras salíamos del baño. Originalmente, ellas no eran empleadas de la compañía, pero escuché que acababan de hacerse encargadas de sus subsidiarias de la Organización Ferreiro. Mi madrastra debió haberlas jalado a la compañía. Por otro lado, yo parecía estar sola y sin aliados. No quería pelear con ellas. ¿Por qué no podíamos dirigir y construir la compañía de mi padre juntas?
—Laura, Silvia. —Me acerqué y las saludé.
Laura me volteó los ojos como siempre.
-Alto ahí, bastarda. No somos hijas del mismo padre. Tu padre es ese drogadicto que vino a nuestra oficina la otra vez. ¿Cuánto dinero te pidió? Ni se te ocurra darle un solo centavo de nuestra familia a esa basura de padre que tienes.
-Laura —la interrumpió Silvia—. No hables sobre esas cosas en la oficina.
-Juan Tirado no es mi padre -repliqué-. Me tomé una prueba de ADN. No lo es.
-¿No eres su hija aunque tu madre se casó con él? La vida amorosa de tu madre era bastante jodida, ¿no?
-¡Cierra el pico, Laura! -gritó Abril.
-Cuando se trata de amor, la edad es sólo un número.
—Si a Abril le gusta, ni siquiera le importa que sea de la misma especie.
—¿Intentas decir que podría enamorarme de un gorila si fuera de mi tipo?
Abril me dio un codazo. Ella era naturalmente fuerte. Con sólo eso me hizo dar tumbos hacia la esquina. Andrés me detuvo.
-Ten cuidado, Abril. Isabela no es una atleta como tú.
-Perdón. No medí mi fuerza. Pero tú eres muy debilucha. ¿Todavía recuerdas los movimientos que te enseñe la vez pasada? ¡Muéstrame!
—Abril, estamos en la oficina —dije.
Aún era la directora de nombre. ¿Qué pasaría si alguien me viera practicando autodefensa en la oficina? Si se corría la voz, eso me arruinaría la reputación. Abril se rio y me echó el brazo al cuello.
-Isabela, déjame decirte que eres una persona diferente ahora. Necesitas saber defenderte. No dependas de tus guardias de seguridad. No podrás contar con ellos todo el tiempo. Practicaré contigo todos los días después del trabajo. Comenzaremos con los movimientos más fáciles.
Me apresuré a cambiar el tema de la conversación. Abril siempre había querido que fuera como ella, pero no estaba en mis venas.
—¿La Organización Ferreiro debería invertir en este proyecto?
-Parece un excelente proyecto con grandes expectativas, ganancias aseguradas y mínimos riesgos.
—¿De verdad? —dije, emocionada de escuchar las palabras de Andrés. Deseé poder firmar el contrato con Roberto en ese mismo momento.
-Pero -continuó Andrés. La ansiedad me puso tensa de inmediato-. El capital requerido es inmenso. Acabas de unirte a la Organización, aunque seas la directora, no podrías autorizar el uso de una cantidad así de grande. Y es poco probable que los otros miembros directivos apoyen tu decisión. Sin embargo, esta es una oportunidad única para trabajar con Roberto y Arturo. Tu madre hablará con Roberto. No permitirá que esto quede en tus manos.
Abril y yo intercambiamos miradas. Y dijimos al unísono: —Preparen una junta ¡Que todos vayan al salón de juntas ahora mismo!
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