-¿No tienes sueño? -pregunté.
De verdad tenía curiosidad. Él había dormido mucho menos que yo. Se quedó despierto toda la noche por una reunión, fue a Empresas Lafuente temprano a la siguiente mañana, almorzó con nosotros y luego tuvo otra junta en la tarde. No podía haber dormido. No tuvo tiempo para eso.
—Sí pero aún tenemos tiempo para hacer el dibujo.
Era un loco de verdad. Se sentó en el sillón de una plaza junto a la ventana e hizo una pose.
—¿Está bien así?
Se vería bien incluso si se desnudaba por completo. Asentí mientras me sentaba frente a la mesa de dibujo e intentaba mantenerme despierta.
—Sí, está bien.
Tomé el lápiz y boceté un marco. Apenas había hecho las proporciones cuando, de repente, saltó del sillón y dijo:
-Creo que debería tener un libro en la mano. Hará que me vea inteligente.
Caminó hacia mi librero.
-¿Todos estos son tuyos?
-Sí.
-Eres mujer, ¿por qué lees ciencia ficción?
—¿Las mujeres no pueden leer ciencia ficción?
Tomó un libro y volvió al sillón. Luego, cruzó las piernas y comenzó a leer. Una lámpara de techo rosada colgaba encima de su cabeza. La luz rosácea caía sobre Roberto y le daba un brillo suave a su rostro. No se veía tan feroz como normalmente. Probablemente estaba exhausto. Sus pestañas revoloteaban con ligereza. Sólo en momentos como este Roberto se veía menos aterrador. Escogí el mejor ángulo para dibujarlo y estaba por empezar cuando
él levantó la vista y dijo:
-Este libro es demasiado difícil. Déjame traer otro.
Esperé pacientemente a que tomara otro. Se asomó entre los libros un largo rato antes de voltear y pedirme:
-Recomiéndame uno.
-Ese. —Señalé un libro del lado izquierdo del estante—. Ese que se llama Galaxia. Es una novela de detectives. Está muy bien escrito. La lógica es robusta y la trama es compleja.
Miró el libro y volvió al sillón. Esperé la inspiración para saber dónde comenzar el retrato. Justo cuando mi lápiz tocó el lienzo, volvió a moverse.
-¿También está muy difícil para ti?
-¿Jack es el asesino? -me preguntó.
—¿Para qué te molestas en leer novelas de detectives?
Deberías solamente ir a la última página para encontrar la
respuesta.
-Quiero oírla de ti.
—¿Quieres el retrato o no?
-Habla y dibuja al mismo tiempo.
-No puedo hacerlo.
De repente se enojó.
-Isabela, no te interesa hacer mi retrato, ¿verdad?
Claro. ¿Por qué no me interesaría? Pensé cómo expresarme de una manera que fuera discreta pero no completamente deshonesta. Pero él no siguió. Volvió al sillón y comenzó a leer de nuevo. Genial. Esperé que se quedara así. Miré mi teléfono, busqué algo de música que me gustaba y me puse los audífonos en las orejas. Cuando levanté la mirada de nuevo, Roberto se había quedado dormido.
Su cabeza descansaba descuidadamente sobre el sillón.
—Pude haberte dibujado como fantasma. Todos temblarán al ver eso.
Parecía estar de muy buen humor. No estalló a pesar de mis comentarios sarcásticos. Asintió y luego dijo:
-Hazlo rápido. Quiero verlo terminado en una semana.
Salió de la habitación y se fue a la suya para ponerse su ropa del trabajo. Yo me puse a echar humo. Se comportaba como si fuera mi cliente. Le había dibujado algo gratis y ahora me estaba pidiendo más. Cuando se trata de arte, se necesita tiempo para producir algo bueno. Necesitaba inspiración para producir buen arte. No era ingeniería ni construcción. Dedicarle horas extra no iba a lograr las cosas. Debía haber hecho un trabajo bastante bueno con el retrato. Después de ponerme ropa limpia y bajar, lo vi de nuevo en el comedor. No pude creerlo cuando me dijo:
-Te dejaré en el trabajo al rato.
¿Por qué estaba portándose tan amable hoy? Quedé un tanto abrumada por el repentino gesto de amabilidad. Mis cuñadas estaban sentadas frente a mí en la mesa. En cualquier momento, sus ojos iba a salir volando de su cabeza.
-No es necesario. Puedo ir en auto yo misma -rechacé su oferta con cortesía.
-Queda de paso.
Había pasado toda la noche mirándolo. No quería hacerlo más. Me sentía más libre cuando andaba en auto sola.
—Ese auto descompuesto que tienes —dijo, luego se bebió su leche de un trago. Se le quedó una capa de espuma arriba del labio.
—Yo puedo arreglármelas —insistí.
El bigote de leche podía hacerlo ver increíblemente adorable, pero no ocultaba el hecho de que era un tirano. Frunció el ceño con fuerza. Tomó un pañuelo y se limpió la leche.
-Bueno, como quieras. No vengas a rogarme al rato.
¿Por qué le rogaría? Se daba mucho crédito.
Roberto se fue cuando terminó de desayunar. Miré mi reloj. Todavía tenía tiempo, así que no me apresuré con mi desayuno. Me gustaba comer fruta por la mañana. La familia Lafuente tenía una variedad de frutas para desayunar. Me encantaban tanto las frambuesas que podía acabarme una canasta entera.
La señora Rosa se dio cuenta de cuánto me gustaban, así que me llenó una caja con frutas para llevármelas a la oficina. De repente, recordé los días en que mi madre vivía y yo iba a la escuela. Ella me llenaba mis loncheras con bocadillos. Le agradecí a la señora Rosa desde el fondo de mi corazón y le di un fuerte abrazo. Vi que los ojos se le enrojecieron cuando la solté. Ella tenía un cuerpo suave y abrazable, además de un corazón tierno y dulce.
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