Conduje feliz mi auto averiado a la oficina. Era genial poder conducir sola al trabajo. Preferiría suicidarme antes que pasar media hora en un coche con Roberto. Me sentía estresada cuando estaba con él. Cada parte de mi cuerpo se sentía incómoda.
Salí de la finca Lafuente y me dirigí al pie de la montaña.
Abril me llamó y me dijo que había recibido una notificación para asistir a una reunión sobre algunos problemas relacionados con el proyecto de la isla. Ella sonaba furiosa por teléfono.
-Sigues insistiendo en que Silvia es una buena persona. Pura mierda. Tú eres quien obtuvo el proyecto, pero ahora ella está convocando a una reunión como si fuera la directora ejecutiva.
-Es todo para la Organización Ferreiro. No discutas sobre los detalles.
—Isabela, tienes que cultivar habilidades de autoconservación. Deja de ser tan estúpida con estas cosas.
-Muy bien, llegaré a la oficina en veinte minutos. Hablaremos más tarde -dije antes de colgar. De repente, vi el símbolo de gasolina parpadeando en mi tablero.
¿Me estaba quedando sin gasolina? ¿Cómo paso eso? No había conducido en los últimos días. También me había tomado la molestia de llenar el tanque el viernes pasado. ¿Cómo podría quedarme sin gasolina?
No había ninguna gasolinera de camino a la oficina. Me preguntaba si podría llegar a la oficina con la gasolina que me quedaba en el tanque.
Había sido demasiado optimista. Olvídate de llegar a la oficina. Podía sentir el coche frenando. Ahora, el coche se tambaleaba por la carretera. Sería demasiado peligroso seguir conduciendo así.
No tuve más remedio que detener el coche a un lado de la carretera. Sin embargo, esto no era un estacionamiento. No podía dejar el coche ahí. Todavía tenía un sentido de mis responsabilidades cívicas.
¿Debería llamar a Abril y pedirle que me traiga un tanque de gasolina?
Aunque vivía bastante lejos de mí. Las carreteras siempre estaban abarrotadas por la mañana. Para cuando ella llegara, sería hora de salir del trabajo.
Estaba inquietándome cuando un coche se detuvo a mi lado. La ventanilla del coche bajó. Un rostro apareció en la ventana.
—¿Qué pasa? ¿No tienes prisa?
Roberto. ¿No se fue antes que yo? ¿Por qué legó su auto detrás de mí?
De repente, recordé lo que me había dicho esta mañana.
No importa. No vengas a rogarme más tarde.
¿Roberto había vaciado de alguna manera mi tanque de gasolina? No iba a decir eso aunque sospechara de él.
Siendo la persona mezquina que era, seguro me recordaría por eso.
-Mi coche se quedó sin gasolina -dije malhumorada.
-Ya veo -suspiró con gran pesar-. Voy a la Organización Ferreiro para una reunión. La reunión empieza en media hora. Vas a llegar tarde.
—¡Llévame! —le respondí de inmediato.
-¿No me ofrecí a llevarte esta mañana muy amable? Entonces me rechazaste -dijo con una sonrisa.
Este hombre no podía dejar ir el rencor. No estaba contento de que yo hubiera rechazado su oferta por la mañana, por lo que había conseguido que alguien vaciara mi tanque de gasolina.
Estaba furiosa, pero no podía hacer nada al respecto. Había rechazado su oferta tres veces, lo que significaba que tenía que suplicarle tres veces.
Esbocé una sonrisa en mi rostro.
-Señor Lafuente, los accidentes pasan. ¿Cómo iba a saber que mi coche se quedaría sin gasolina? ¿Me podrías llevar?
-Mi coche está lleno.
Sólo estaba él y sólo él en la parte trasera de su coche.
Conducía un automóvil comercial. La parte trasera de su automóvil podía acomodar a cuatro personas.
Hice lo mejor que pude para contener mi ira.
-Sólo te veo a ti. ¿Estás diciendo que en los otros tres asientos van fantasmas?
-Claro, pero no puedes verlos con tus ojos humanos -dijo con descaro.
—Entonces tomaré el asiento del copiloto.
-Está ocupado también.
-Olvídalo -dije. Había perdido todo interés en tratar con él de repente. Ya no tenía ganas de pedirle ayuda.
Llamé a Andrés. De repente recordé que vivía cerca. Él podría ayudarme.
Roberto pasó junto a mi coche antes de que pudiera llegar mi llamada. Agarró mi teléfono y vio el número de Andrés en la pantalla.
Casi apretó la cara contra la mía.
-¿Me vas a poner los cuernos mientras estoy parado frente a ti?
Debo haber perdido el control de mis facultades mentales mientras estaba en la puerta de la sala de reuniones. De hecho, grité.
-¡Reportándome para la reunión!
Todos se volvieron hacia mí. Luego, después de un momento, se echaron a reír. Roberto sobre todo. No se estaba riendo con la boca, pero pude ver la burla en sus ojos.
La imagen de mí cortando a Roberto en pedazos apareció en mi cabeza. La idea me hizo muy feliz.
Abril corrió y me jaló dentro.
—Esto no es la universidad -murmuró—. ¿Por qué dices eso?
—Estaba muy enojada. No lo pensé.
Me arrastró hasta mi asiento. Estaba sentada frente a
Roberto.
—Me llamaste antes. ¿Por qué terminaste la llamada después de un timbre? —susurró Andrés.
Miré hacia Roberto.
—Te diré después.
La reunión fue sobre el proyecto de la isla que íbamos a gestionar en conjunto con Empresas Lafuente y Grupo Alianza. Se llegó a un consenso sobre la colaboración. La decisión fue la de entregar el proyecto a Silvia para su gestión y supervisión.
Abril fue la primera persona en saltar de su asiento.
-Eso no parece apropiado. La directora fue quien propuso el proyecto de desarrollo de la isla.
-En lo personal, no tengo problemas con Isabela gestionando el proyecto —dijo Silvia de inmediato. Me miró y luego continuó—. Pero, teniendo en cuenta su puesto como directora y otras tareas que debe cumplir todos los días y que son de mayor prioridad, pensamos que lo mejor es que los asuntos operativos del proyecto sean manejados por gerentes generales como nosotros. Está bien si desea hacerse cargo de la supervisión del proyecto usted misma.
El argumento de Silvia me hizo sonar muy mezquina en comparación. Además, ¿qué era lo genial de ser el gerente del proyecto? Tenías que correr todo el día y hacer viajes a la isla para su inspección.
Ignoré cómo Abril me pellizcaba el muslo debajo de la mesa y me dirigí a Silvia.
-Puedes ser el gerente del proyecto. No tengo ningún problema al respecto.
Roberto me dio una mirada fugaz.
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