¿Leer más libros? Me iba a volver loca.
Decidí que de ahora en adelante iba a ignorar a este pequeño mentiroso. Podría parecer dulce e inocente, como un rayo de sol, pero era igual a su hermano, Roberto. Ambos eran ególatras que pensaban que no podían hacer nada malo.
Salí del ascensor cuando las puertas se abrieron, entré en mi habitación y cerré la puerta con llave.
Se paró fuera de mi habitación, llamando a mi puerta muy patético.
—¡Isabela, no te estaba mintiendo a propósito! Dije que tenía problemas cardíacos porque tenía miedo de que no jugaras conmigo. Pensé que si trataba de parecer patético, me hablarías porque tienes un corazón bondadoso. En cuanto a Bombón, mentí sobre su tamaño porque no me dejaste quedármelo.
Cuán razonable se mostraba a sí mismo. Si un asesino presentara razones sólidas para matar a alguien, ¿se suponía que debíamos dejarlo en libertad? ¿Se suponía que íbamos a dejarlos a todos impunes?
No podía molestarme en razonar con él. Saqué mis audífonos, busqué un libro y me metí en la cama. Comencé a leer.
Emanuel siguió llamando a mi puerta. De seguro no se detendría hasta que toda la familia se levantara y se preguntara qué estaba pasando.
No podía leer ni escuchar música por el alboroto que estaba haciendo. Me quité los audífonos. Lo siguiente que escuché fue a la señora Ofelia en mi puerta.
—Señora, por favor abra la puerta. La abuela está fuera de tu habitación.
Emanuel, mocoso. ¿Acaba de llamar a la abuela para pedir ayuda?
Abrí la puerta. Abue estaba parada en la puerta. Emanuel se escondía detrás de ella, haciéndome caras.
Me preparé para el regaño que vendría. Abue podría ser como yo, pero sólo era una nieta política para ella. Emanuel era su nieto.
-¿Qué está pasando, Isa? Emanuel no deja de tocar a tu puerta. Está haciendo un alboroto.
Lo fulminé con la mirada.
-No es nada.
-¿Te está fastidiando? Beto es un niño muy mezquino. De seguro te dijo que te alejaras de Emanuel. ¿Es por eso que está molestando?
Era la primera vez que hablábamos de esto. De inmediato llegó al meollo de la cuestión.
Levantó su bastón y golpeó a Emanuel en su trasero.
—¿No tienes otra manera de pasar el rato? ¿Por qué molestas a tu cuñada? Sabes lo difícil que es para ella vivir aquí. ¿Podrías echarle una mano?
Abue se fue duro contra Emanuel. Su bastón sonaba con fuerza en su trasero. Él aulló y salió corriendo.
-¡Abue, eso duele!
-Mocoso, ¿cuándo vas a terminar tu universidad?
La señora Ofelia sonrió y sacó a la abuela hacia atrás a toda prisa.
-Vieja maestra, el maestro Emanuel es joven. Puede soportar unos cuantos golpes. Pero no hay que emocionarse.
Me apresuré a ir con Abue y conseguí que se sentara, luego le quité el bastón.
-Abue, está bien. Estaré bien mientras Emanuel se mantenga fuera de mi vista.
-Le daré una paliza a Beto esta noche cuando lo vea. Es un chico tan mezquino. ¿Por qué no se debería permitir que su esposa hable con otros hombres? ¿Cree que todavía está viviendo en el pasado? —me quedé callada.
La abuela me dio palmaditas en la mano y suspiró-. Eres demasiado honesta. Vas a sufrir por eso. Deberías aprender de Beto. Mira lo agresivo y cauteloso que es.
Eso de seguro no era algo que pudiera aprender. Sonreí impotente a Abue. Emanuel se vuelve más obediente después de sufrir una paliza pues se detuvo.
Cené, me duché y me fui a la cama. Podía ver mi restirador desde donde estaba acostada. Roberto estaba dormido, con sus ojos cerrados en mi lienzo. Se veía tranquilo y pacífico.
Me preguntaba cómo les había ido en el cine.
Entonces, de repente, no me sentía tan confiada. Abril no pensaba ni actuaba como una persona normal. Si le gustaba alguien, no lo escondía. De hecho, no importaba quién fuera. Buscaría la oportunidad de estar con esa persona sólo porque le gustó. Si Roberto le daba lo que quisiera, ¿pelearía también por él?
No me preocupaba por Roberto. Pero me preocupaba por los años de amistad que había construido con Abril. No quería que la amistad se arruinara por un hombre como Roberto.
Podía parecer que no me importaba, pero una espina estaba clavada en mi corazón. Podría no amar a Roberto, pero seguía siendo mi esposo.
Mi cabeza daba vueltas. No tenía idea de si me quedé dormida, pero podía sentir a alguien en mi cama.
Abrí mis ojos. Era Roberto.
Era como un fantasma, apareciendo de la nada y desapareciendo igual de rápido. Caminó a mi habitación como si fuese la suya.
Pero había dicho algo por la tarde. Había dicho que las amistades que permitían sembrar la discordia no eran verdaderas amistades.
Estaba asustada. Estaba tan aterrorizada que no pude dormir bien esa noche. Me desperté con ojeras alrededor de mis ojos a la mañana siguiente.
Abril había llegado cuando entré en la oficina. Me había traído todo tipo de bocadillos extraños.
—Roberto envió esto esta mañana. No están mal.
-¿Son para ti o para mí?
—¿A quién le importa? Somos amigas. Esto es para las dos -dijo y luego me metió una ciruela en la boca.
Ella tenía razón. Éramos buenas amigas. Podríamos compartir maridos.
Parecía estar divirtiéndose mientras se comía los bocadillos. Perdí todo el apetito después de comer esa ciruela.
—Tuve un gran desayuno. No tengo ganas de comer.
—Mira esas ojeras —dijo mientras me daba palmaditas en la cara-. Vamos a tener que conseguir mascarillas para la oficina.
Observé cómo se sentaba a mi lado y arrancó un pedazo de calamares rallados secos.
-Abril.
-¿Qué?
—¿Sabes que Roberto está tratando de conquistarte?
-¿De verdad? -Se detuvo-. ¿Por qué?
-Adivina.
-¿Porque soy linda? -dijo y siguió arrancando el calamar, como si no le importara-. Mientras tú estés bien al respecto. ¿A quién le importa? Siempre ha estado loco. Sus acciones no tienen sentido alguno.
En algunas cosas, Abril era parecida a Roberto. A veces, no se apegaban al guión.
De repente, me di cuenta de que había partes de Abril que no entendía ni conocía.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Un extraño en mi cama