Un extraño en mi cama romance Capítulo 118

Decidí ser franca con ella.

—Vi un sobre debajo de la chaqueta.

-Oh, Roberto me lo dio -admitió abiertamente.

—¿Qué hay adentro?

—No he visto adentro —me respondió.

-¿Lo trajiste sin saber qué hay adentro?

-Roberto me dijo que te pidiera que lo firmaras. Son sólo algunos documentos, ¿no? Se dio la vuelta y tomó el sobre. Luego, sacó los papeles de divorcio y los observo.

-Oh. Son papeles de divorcio —dijo atónita—. ¿Vas a divorciarte?

En el pasado, pude haber creído que Abril todavía trataba de recuperarse de su sorpresa inicial. Sin embargo, ya trabajaba para mí en la Organización Ferreiro. Demostró ser muy ágil y poseer una lógica extremadamente sólida en el trabajo. Abril era una chica sumamente inteligente. Sólo era un acto, una loba disfrazada de oveja. Sentí una frialdad repentina en mi corazón. De alguna manera, había una fuga y salía agua helada.

-Roberto quiso que tuvieras estos papeles de divorcio y me los entregaras.

-¿Por qué no lo hizo él mismo?

—Quería que tú lo hicieras.

—Está bien. -Asintió con la cabeza para mostrarme que entendía lo que acababa de decir y luego me entregó los papeles-. Aquí están entonces, tómalos.

Se hizo la tonta, de nuevo. Ella sabía lo que significaba entregarme esos papeles de divorcio en persona, pero prefirió actuar como si Roberto sólo hubiera pedido el favor de hacerme llegar los documentos.

No los tomé. La miré y le dije:

—¿También quieres que los firme?

-¿No eras tú quien quería divorciarse todo este tiempo? -dijo al parpadear—. Podrás estar con Adonis abiertamente. No habrá más chismorreo a tus espaldas.

-Abril -dije con una voz temblorosa-, no estamos hablando de eso en este momento.

—¿De qué estamos hablando entonces?

-Si me divorcio de Roberto, ¿elegirás estar con él?

-Ambos estaremos solteros y disponibles. Todo es posible -expresó con una sonrisa en su rostro-. Tendré que pedirte tu bendición.

Entonces entendí su perspectiva. En primer lugar, yo no amaba a Roberto. En segundo lugar, tarde o temprano íbamos a divorciarnos. Por eso no veía ningún problema con lo que estaba haciendo. Tomé el sobre de sus manos y me recosté contra mi asiento de mala gana.

—Llévame de regreso. Mi auto sigue en tu casa.

—¿Regresar? —me pregunto mientras miraba su reloj—, ¡Ni siquiera son las doce!

-Ya vámonos -le respondí. No quería continuar con esa conversación.

No tenía nada que ver con Roberto. Me sentí un poco desilusionada. Quizá sólo era mi esposo en nombre, pero lo que ella hacía no estaba bien. Sin embargo, su razonamiento no era incorrecto. No podía culparla de nada.

Abril condujo el auto de regreso a su casa. Me extendió con entusiasmo la invitación para pasar la noche en su casa

-Vayamos juntas al trabajo mañana.

-No, así está bien.

-Podemos compartir una cama y platicar.

Me hubiera gustado hacer algo así en el pasado. Pero ¿de qué iba a hablar con ella? ¿Sobre cómo Roberto le había dado regalos, ediciones limitadas? ¿0 sobre el trato especial que le daba?

Negué con la cabeza, me sentía exhausta.

-Ya me voy.

No intentó detenerme. Me llamó por mi nombre después de que salí del coche.

-Isabela.

-¿Saber qué?

El oficial me miró de una forma extraña.

-Por favor, sígame de regreso a la estación.

La patrulla estaba estacionada a un lado de la carretera. Me mostró su placa. No creí que fuera alguna especie de fraude. Entré en la patrulla, completamente perpleja.

Me mostró un aviso cuando llegamos a la estación.

-Conducía un coche modificado y se estaciono en un lugar no autorizado. Como resultado, su licencia fue suspendida automáticamente.

-¿Modificado? -pregunté desconcertada

El oficial me miró como si fuera una idiota.

-¿No lo sabías? ¿De quién es ese auto?

—Pertenece a la familia. Mi auto no está modificado.

—No me refiero al auto que conducía hace un momento. Me refiero al auto con el que te estacionaste la semana pasada.

Ah, el auto deteriorado. ¿Cómo iba a saber que había sido modificado? No sabía nada de automóviles. Estaba agotada. No quería explicarme. Me resigné a mi destino.

—Intentamos comunicarnos con usted, pero no lo logramos. Tendrá que pagar una multa y conseguir que alguien la lleve a casa —me explicó el oficial.

Pensé por mucho tiempo y decidí llamar a Andrés.

En el pasado, hubiera llamado a Abril. Ya no sabía a quién más acudir además de Andrés.

-¿Quién es el dueño del coche que conduces? -me preguntó el policía de tránsito—. Haz que se lo lleve.

No tuve más remedio que llamar a Roberto.

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