Un extraño en mi cama romance Capítulo 124

Abril me llevó hasta la entrada.

-¿Por qué no te acompaño adentro? -me preguntó-. Te puedes marchar después de que le entregues la ropa a Roberto. Te esperaré aquí, podemos ir por algo de comida.

Estaba a punto de decir que si cuando recibí un mensaje de Santiago.

«Señorita Ferreiro, el señor Lafuente por lo regular no lleva acompañantes a cenas tan importantes a excepción de mí. Por favor, acompáñelo si no tiene ningún otro plan».

Le mostré la pantalla de mi teléfono celular a Abril y dije:

-No puedo ir a comer contigo.

—Roberto es tan fastidioso, ¿Por qué necesita un acompañante para una cena? ¿Acaso tiene miedo de perderse y no poder encontrar su casa?

-Todos los ricos tienen sus propias excentricidades.

Deberías irte de una vez.

-Llámame si Roberto no te lleva, te vendré a recoger.

-De acuerdo, eres la mejor -dije mientras simulaba darle un beso, pero me esquivó.

-Cuidado con los paparazis.

-¿Estás loca? ¿Por qué debería tenerles miedo a los paparazis?

-No te preocupes. Estamos fingiendo ser malas amigas, se supone que estamos disgustadas.

-Entonces, no deberías darme un aventón.

-Podemos ser malas amigas, aunque te dé un aventón.

Me bajé del coche y le dije adiós, después la miré marcharse mientras se alejaba a toda velocidad. Entré a la sección comercial del centro de exposiciones, era muy grande, como un palacio. Deambulé en los alrededores, pero me perdí poco tiempo después así que no tuve más remedio que llamar a Roberto.

-Hum, no tengo ni ¡dea de dónde estoy. ¿Dónde estás tú?

—¿Serás capaz de encontrarme si te lo digo?

Tenía razón, lo pensé un poco y le dije:

-¿Por qué no te digo dónde estoy?

Me colgó, aún por teléfono podía percibir que estaba de mal humor, tenía la sensación de que no tendría un buen día por delante. Le envié mi ubicación y lo esperé, había muchos caminos que se alejaban de donde yo estaba, no tenía ni idea de cuál tomar y los letreros eran bastante confusos.

Me senté al borde de la fuente que estaba en medio del jardín, era un día caluroso, el rocío proveniente de la fuente era un fresco alivio refrescante para mi piel. Los rayos del sol reflejados en el agua de la fuente formaban un pequeño arcoíris en el aire, la repentina aparición de ese hermoso espectáculo me hizo saltar de la emoción. Era probable que no hubiese nadie en este mundo al que no le gustaran las cosas hermosas, la imagen del arcoíris me hizo olvidar el desagrado que me había provocado el hablar con Roberto. Miré el arcoíris por un largo rato hasta que la voz de Roberto me sacó de mi estupor, sonaba impaciente.

-¿Cuánto tiempo más piensas mirar ese arcoíris?

Me giré enseguida, no tenía idea en qué momento había llegado, estaba parado bajo un árbol, protegido de los rayos del sol, era como si el espacio bajo la sombra y más allá de ésta fueran dos mundos diferentes. Roberto tenía la capacidad de hacer que mi emoción se esfumara. Corrí hacia él a toda prisa mientras sujetaba su ropa entre los brazos.

-Tu ropa.

Mi paso apresurado me hizo tropezar, me precipité hacia él y caí en sus brazos. Juro que no lo hice a propósito. Me sujetó y me miró de forma significativa.

—Creo que acabas de hacer una demostración sobre cómo lanzarse a los brazos de otra persona.

—Me tropecé. Quería entregarte la ropa lo antes posible.

Me quitó la ropa y se alejó, no estaba segura si debía seguirlo ya que era probable que no necesitara la compañía de otra persona. Era seguro que mi presencia le resultaba innecesaria. Después de unos pasos, se detuvo en seco y se dio la vuelta, me miró fijamente y dijo:

—¿Piensas quedarte ahí parada?

cuando llegué a las puertas, éstas ya se habían cerrado así que no tuve más remedio que llamar a Santiago, estaba a la mitad de una cita, me sentí mal por interrumpirlo. Me envió los datos de contacto del chófer y se disculpó por las molestias que yo tendría que pasar.

—Roberto está de mal humor hoy -le dije.

-Hoy hubo una reunión relacionada con las inversiones y uno de los gerentes de la otra empresa acaba de regresar de Estados Unidos y parece que no sabe quién es el señor Lafuente. Puede que fuera un poco grosero.

—Ya veo —dije.

Así que por eso había estado de mal humor, pero aun así parecía una reacción exagerada. Él no era el presidente, no había manera de que él se asegurase que todo el mundo lo tratara con miedo y respeto. Me preguntaba si Roberto estaba triste porque Santiago tenía una cita.

—¿Roberto sabe por qué te tomaste el día libre en el trabajo? —pregunté.

-Sí, se lo dije.

-¿Por qué lo hiciste? Creo que tú... -Antes de que pudiera terminar de hablar, oí la voz de una mujer al otro lado de la línea.

-Santiago, ¿quieres cangrejos? Te traje uno.

Estaban en un bufé, sentí que no debería interrumpir más su comida así que le di las gracias y colgué.

Me llevé la ropa que Roberto se había quitado y busqué al chófer, le dije que la mandara a la tintorería, el cual me preguntó si debía hacerlo en ese momento, pensé mucho en lo que había dicho Roberto, solo me dijo que le entregara la ropa al chófer y que la mandara a la tintorería, pero no mencionó cuándo debía el hacerlo. El chófer comenzó a inquietarse.

—Tengo que cumplir lo que el señor Lafuente me ordenó sin cometer ningún error. Antes me dijo que lo esperara aquí. ¿Debo llevar la ropa a la tintorería en este momento?

Pensé un poco y luego dije:

-¿Qué te parece esto? la cena acaba de comenzar de cualquier forma, puedes llevar la ropa a limpiar y regresar. Él no se marchará en menos de una hora.

El chófer estuvo de acuerdo en que esa era la única solución y se marchó. Volví sola, el estómago me estaba gruñendo demasiado.

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