Un extraño en mi cama romance Capítulo 125

Me moría de hambre, fui a la cafetería y pedí un sándwich. El chófer me llamó en cuanto me lo llevé a la boca.

-Señora Lafuente, sucedió algo malo. El coche se averió y ahora estoy parado al lado del camino. ¿Qué hago?

Entré en pánico cuando escuché eso.

-¿Qué le pasa al coche?

-No tengo ni idea, simplemente no arranca. Déjame echar un vistazo al motor. ¡Ah! -gritó-. El motor se está quemando, no es algo que se pueda arreglar pronto. ¿Qué debo hacer?

-Llama a alguien y haz que se lleve el coche en grúa.

—No podré volver a tiempo.

-¿Roberto no tiene otros chóferes?

-Están de vacaciones.

-¿Qué hacemos ahora? -le di un bocado a mi sándwich y tragué sin masticar. Casi me atraganté—. Hay muchos coches en el garaje de la residencia Lafuente. ¿Qué te parece esto? Que se lleven el coche con la grúa y luego vuelve a la residencia y trae otro coche.

-Esa parece ser la única solución. -Suspiró el chófer-. El señor Lafuente está de mal humor hoy.

Lo que intentaba decir era que lo regañaría si llegaba tarde para recogerlo. Todos los que rodeaban a Roberto sabían que nadie estaba tranquilo cuando él estaba de mal humor, Incluso yo me convertiría en un daño colateral, perdí el apetito después de recibir la llamada del chófer.

Santiago volvió a llamarme y me dijo que uno de los ejecutivos de la empresa lo había llamado para decirle que Roberto estaba bebiendo mucho en la fiesta y quería que yo fuera a echar un vistazo. ¿Por qué tenía tan mala suerte? Me metí a la boca el resto de la comida, saqué un par de billetes y los puse sobre la mesa, luego salí corriendo de la cafetería antes de que el empleado pudiera darme el cambio. Era la directora de mi propia empresa, ¿Por qué me había convertido en la secretaria de Roberto?

Corrí hacia la entrada del lugar y me disponía a entrar cuando el personal de seguridad que estaba en la puerta me detuvo.

—Señorita, por favor, enséñenos su invitación.

—Soy la... —Lo pensé y continué—: secretaria de Roberto Lafuente. Escuché que bebió demasiado, solo entraré a echarle un vistazo.

-Señorita, no puede entrar sin una invitación.

—Mi jefe está adentro.

Los guardias me miraron fríamente, se miraron entre ellos y luego procedieron a ignorarme. Suspiré sin poder evitarlo, de repente oí que alguien me llamaba por mi nombre.

—¡Isabela!

Levanté la vista, era Arturo Pardo quien también estaba allí para asistir la cena. Era el jefe de una gran empresa así que no era de extrañar que estuviera allí para la fiesta. Me

entusiasmé, corrí a toda prisa y dije:

-Señor Pardo, usted también vino.

—¿Por qué te quedas en la entrada en lugar de entrar?

-No vine a acompañar a Roberto. Su asistente tenía un asunto que atender hoy y se tomó el día libre así que estoy ayudándolo.

-Nunca he oído que una esposa tenga que tomar el rol de una secretaria -dijo Arturo mientras fruncía el ceño-. Tengo algo que hacer así que me tengo que retirar. -Se giró hacia los guardias de seguridad que estaban en la puerta y dijo-: Esta es la señora Lafuente.

Los guardias despejaron el camino de inmediato.

-Señora Lafuente, por aquí por favor.

Arturo me dio una palmadita en el hombro y me dijo:

-Te vas a desmayar si sigues bebiendo. No puedo cargarte hasta la casa y el chófer no está aquí.

—¿Qué le pasó a mi chófer? —Entrecerró los ojos.

-El coche se descompuso mientras iba de camino a la tintorería, en estos momentos está esperando a la grúa.

-¿Por qué decidió enviar mi ropa a la tintorería justo en este momento?

-¿No fue lo que dijiste?

Me miró fijamente y luego me arrebató la copa de las manos, el alcohol se derramó y salpicó mi ropa.

—Pensé que no eras lo bastante inteligente como para ser una directora, pero ahora empiezo a pensar que ni siquiera eres lo suficientemente inteligente para ser secretaria.

Sus palabras fueron crueles, pero decidí no discutir con él. Alguien se acercó a ofrecerle un brindis, estaba a punto de levantar su copa cuando de repente me miró y me dijo:

—Si tanto te preocupa que me embriague, ¿por qué no bebes por mí?

Él había visto lo poco que yo toleraba la bebida, ayer por la tarde me había bebido dos botellas de cerveza y después sólo había tomado sodas, pero aun así había conseguido embriagarme. Decidí improvisar, le hice una promesa a Santiago, así que llevaría a Roberto a casa sano y salvo. Tomé la copa que tenía en la mano, brindé con la otra persona y luego me bebí todo, un líquido de color dorado claro bajó por mi garganta hasta llegar a mi estómago, podía sentir un frescor en mis entrañas, era vino. No tenía la sensación de ardor del licor de alta graduación, pero seguía teniendo un fuerte efecto.

Roberto seguía a mi lado, bien, eso significaba que yo aún no estaba embriagada. Mucha gente se acercó a él para brindar, algunos eran gente que conocía y otros eran sus admiradores. Como ya había bebido una o dos copas, podría beber todo por él, habría hecho mi parte por Santiago. Respondí a todos los brindis que le hicieron a Roberto, pero cuando éste comenzó a balancearse ante mis ojos, como un puñado de algas en el mar, fue cuando me di cuenta de que había bebido demasiado.

Me reía cuando estaba ebria, así que seguí riendo y riendo. Era probable que me viera muy bonita cuando me reía, Abril me había dicho que parecía un ángel muy dulce cuando sonreía, tan dulce que podía provocar diabetes. Recordé que algunos hombres me miraban fijamente, los saludé, por lo general, yo era bastante tímida y sólo me volvía muy amigable cuando bebía demasiado.

El chófer me llamó, lo puse en altavoz y conseguí entender lo que intentaba decir tras un poco de esfuerzo.

-Señora Lafuente, hay un bloqueo en el tramo del camino en el que estoy varado, la grúa no puede llegar hasta mí. No podré volver a la sede. ¿Qué debo hacer? ¿La fiesta del señor Lafuente terminará pronto?

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