Un extraño en mi cama romance Capítulo 13

Me senté en el restaurante suntuosamente decorado.

Todos los que pasaban junto a nuestra mesa eran gente hermosa vestida en prendas igualmente elegantes. Me veía fuera de lugar con mi abrigo largo. El solo acto de cortar mi filete me tenía sudando abundantemente. Silvia cortó un pedazo del suyo, luego se detuvo y me miró.

—Isabela, ¿no tienes calor?

-No. Sólo me siento un poco mal.

—Quítate el abrigo si sientes calor. ¿Es muy caro?

-Claro que no.

-Si Silvia quiere que te lo quites, sólo hazlo. Está siendo considerada -dijo Roberto en tono fresco.

Deseé poder apuñalarlo con el tenedor. Los demás quizás no estaban al tanto de qué estaba sucediendo, pero él sabía con exactitud el dilema en el que estaba. ¿Cómo podría quitarme el abrigo? Hice una mueca parecida a una

sonrisa.

-Perdón, necesito ir al baño.

Me fui corriendo al baño, me quité el abrigo de un jalón y lo dejé junto al lavabo. Era particularmente grueso y caliente. Casi me sofoqué a causa del calor. Lo dejé ahí mientras me metía a uno de los cubículos. Al salir para lavarme las manos, me di cuenta de que ya no estaba. Busqué por todas partes, pero sin éxito. Le pregunté a la encargada de limpieza y me dijo que no tenía idea de dónde estaba.

Me quedé parada frente al espejo y miré mi semblante de terrible desesperación en el reflejo. ¿Cómo saldría de ahí?

El suéter escotado de la secretaria me quedaba bastante ceñido. Si me enderezaba un poco, podía ver la línea de mi escote a través del suéter. Eso no se habría visto mal si hubiera usado sostén. Por fortuna, llevaba mi teléfono. Ante la falta de opciones, llamé a Roberto. Respondió pero su voz era dura al teléfono.

-¿Tan lejos está el baño que necesitas llamarme?

-Roberto -susurré mientras me cubría en una esquina-, tráeme tu abrigo. Alguien se robó el mío. Estoy atrapada en el baño.

—Eres como un saco lleno de sorpresas.

—¿Por qué acabé en esta situación? Porque tú me rompiste la ropa.

Mi voz se hacía más fuerte mientras me exasperaba más. Las mujeres que pasaban a mi lado me echaban miradas curiosas. Me tapé la cara con las manos y me encorvé.

—Roberto, si no vienes con algo de ropa para mí ya, le diré a abue que te has estado aprovechando de mí.

—¿No sabes hacer otra cosa más que arrastrar a abue a esto?

-Tú me obligaste. Sé que no estás feliz porque saqué la ¡dea de divorciarnos, así que ahora estás divirtiéndote a mis expensas. Roberto...

Interrumpí lo que decía cuando alguien me cargó con un brazo y me sacó del baño. Sentí que me abrazaba cálidamente. Levanté la mirada. Era él. No era un completo idiota. Después de contestar la llamada, se había dirigido al baño. Llevaba su abrigo doblado en el brazo. Hice un intento desesperado por alcanzarlo pero él me tomó de la muñeca y me detuvo.

-¿Vas a tomarlo sin darme nada a cambio?

—¿Qué quieres?

Roberto inclinó un poco su cuerpo. Me asomé detrás de su espalda. Silvia y Carlos estaban abrazados. Antes de que pudiera reaccionar, Roberto me rodeó por la cintura.

-Se muestran afecto tan abiertamente a pesar de no estar casados todavía. ¿Y tú? ¿Qué crees que deberías estar haciendo?

¿Se refería a que él también quería que le diera un abrazo? Sólo había pedido prestado el abrigo. ¿Cómo saber que tendría que pagarle con un abrazo? Antes de que pudiera estirar los brazos para hacerlo, Roberto me rodeó con ambos brazos, inclinó su cabeza hacia mí y me besó. Yo sabía que no tenía interés genuino en besarme. Sólo era un accesorio. Lo hacía por Silvia. No significaba nada. Me estaba usando. Pude ver de reojo que Silvia me miraba. Estaba un poco lejos, así que no pude ver la expresión de su rostro. Se dio la vuelta y volvió a la mesa.

-Ya no nos está viendo. Puedes dejar de fingir.

—Sólo quería advertirte que Roberto no es el hombre que aparenta ser.

-¿Entonces qué clase de hombre es?

Ella no continuó la conversación. Salió de la tienda. El cajero me devolvió la tarjeta, la tomé y fui tras de Silvia. Trajo su auto y me dio un aventón al hospital para llevar a abue a casa.

La entrada de la unidad de abue estaba atestada. Mis dos cuñadas estaban ahí. Habían ido para llevarla a casa. Por lo general, me ignoraban, pero a Silvia la saludaron con calidez cuando la vieron.

-Hola, hace tanto tiempo que no te veíamos, señorita Ferreiro. Qué hermosa te has puesto.

-Hace mucho que no nos visitabas. Ven a vernos algún día. Me encanta jugar mahjong contigo. Siempre tiras las fichas que me ayudan a ganar.

La madre de Roberto también estaba ahí. La gente suele decir que la esposa y la suegra siempre tienen una relación difícil. Mi relación con la madre de Roberto no era especialmente cordial. Su relación con abue era peor.

Abue trataba a la señora Velarde, su cuidadora, con mucha más amabilidad que a su propia nuera.

Algo parecido a una sonrisa se dibujó en el rostro de mi suegra cuando vio a Silvia. Había estado viviendo en casa de los Lafuente por un tiempo, pero nunca había visto que me sonriera. Entré mientras ellas dos se saludaban. Abue estaba sentada en la cama, con las piernas cruzadas y una cara de descontento.

-¿Qué pasa, abue?

Me acerqué y me incliné junto a ella. La mirada de la anciana era tan sombría como una tormenta.

-¿Por qué hay tanta gente haciendo ruido? ¿Me morí? ¿Vinieron por mi funeral?

-No digas eso. —Azoté el pie exasperada—, Abue, no puedes decir esas cosas. Retráctate ya.

-Jamás. Mírame, tengo un pie en la tumba, ¿ₐ qUé debería temerle?

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