No podía decirle a Roberto que había escuchado su conversación con Santiago la noche anterior, no lo había hecho de forma intencional, pero al ser una persona con una mentalidad mezquina como lo era él, seguro que me mataría por haberlo hecho. De alguna forma, mis palabras parecían haberlo alcanzado, se detuvo en seco y se puso al borde del acantilado. La montaña era enorme pero no muy alta, pero él estaba parado en el punto más empinado de la montaña. Parecía que una mínima inclinación hacia adelante lo haría caer por el acantilado, sobre todo me preocupaba que Roberto pudiera hacer alguna estupidez. No me preocupaba que muriera ni nada parecido, sino que me acusaran de haber matado a mi propio esposo. Me acerqué a él con temor y tiré de su brazo.
—Todo va a estar bien.
Me observó como si fuera una idiota, no me importaba que me tratara como a una, simplemente no quería convertirme en viuda. El cielo empezó a clarear, Roberto también debía estar cansado, finalmente decidió ser generoso y seguirme cuesta abajo. No había dormido nada la noche anterior y acababa de subir tres montañas, iba dando tropezones, exhausta hasta el punto de perder la cordura.
Eran las seis de la mañana cuando por fin llegamos a casa y yo tenía que trabajar a las nueve, así que aún podía dormir dos horas. Roberto se dirigió directo a su oficina, no se dio tiempo para descansar ni un poco, qué carácter tan bestial. Había visto cómo se comportaba una mujer cuando le rompían el corazón, lloraba o se embriagaba o llamaba insistentemente a su exnovio y lo acosaba, pensaba que los hombres podrían comportarse de la misma manera, que recurrirían al alcohol para superar sus penas, pero las acciones de Roberto habían sido demasiado extremas. Se esforzó al máximo, hasta que llegó a sus límites físicos y se derrumbó como un castillo hecho de naipes. Estaba muy preocupada por él. Me sentía mal por lo que Abril le había hecho. Le había dejado una cicatriz en la nuca. Luego, hace unos pocos días, le había jugado una mala pasada y le había dado una fuerte bofetada en la cara. Además, Roberto me había salvado la vida, puede que no fuera demasiado amable conmigo, pero lo era en ocasiones. Lo peor de él era su inestable estado mental y lo mezquino que era.
Ahora mismo, la única persona que podía devolver a Roberto a su estado normal probablemente era Santiago. Mientras Santiago no se casase Roberto no sufriría tanto en ese momento. Aunque Santiago ahora se estaba enfrentando a problemas muy serios, debía haber una manera de solucionarlos sin recurrir al matrimonio. Sólo tenían que sentarse y tener una buena charla al respecto. Pero quizá el temperamento de Roberto no le permitiría sentarse y tener una conversación adecuada y razonable, Santiago tendría que iniciarla.
Cuando se trataba de peleas entre parejas, la mejor manera de resolver las disputas era obsequiarle a la otra parte un regalo. Conseguir un regalo que le gustara a uno era una forma segura de hacerlo feliz, creía que lo mismo se podía aplicar a las parejas del mismo sexo. Roberto parecía ser el que tenía las riendas de su relación así que, si él le regalaba algo a Santiago, en definitiva, el corazón de éste se enternecería, entonces podrían sentarse y tener una conversación adecuada.
Las cosas podrían cambiar, pero Roberto no iba a regalarle nada a Santiago, eso significaba que yo tenía que hacer el papel de un pequeño ángel bondadoso. No tenía ni ¡dea de lo que le gustaba, pero por lo regular vestía trajes, sus chaquetas y sus mancuernillas parecían ser de muy buena calidad. En ese caso no sería malo que le regalara un juego de mancuernillas, era como regalarle un bolso a una mujer. Comprar un bolso nuevo solucionaba todo tipo de males. Las mancuernillas eran una opción sensata a la hora de obsequiar a un hombre.
Casualmente, yo tenía un juego de mancuernillas. El año pasado, cuando acababa de pasar el cumpleaños de mi padre, había utilizado el dinero que ahorré durante unos días y encargué a un artesano italiano un juego de mancuernillas personalizadas. Habían llegado hace un par de días. En un principio había pensado regalárselos a mi padre por su cumpleaños este año, pero ya no le servían de nada. De cualquier modo, El diseño de esas mancuernillas era más apropiado para un hombre más joven, en su lugar podría dárselos a Santiago. Rebusqué en mi cajón y encontré la caja de diseño exquisito que contenía el juego de mancuernillas, venía con una tarjeta en blanco, podía copiar la letra de Roberto y escribir algo para Santiago.
Tenía un don cuando se trataba de copiar la letra de otras personas. Desde nuestros días de escuela primaria, Abril siempre había reprobado ciertas asignaturas, cuando estábamos en sexto grado, Obtuvo un gran cero en matemáticas, nuestra profesora quería que nuestros padres firmaran al lado de nuestra calificación. Ella me rogó que copiara la firma de su padre.
No soporté verla llorar. Además, su madre era la típica madre exigente. Su padre no había sido tan malo, sólo la regañaba y no hacía más, pero su madre era una criatura por completo diferente. Darle una paliza a Abril y luego matarla de hambre durante dos días era algo que la madre de Abril era totalmente capaz de hacer.
Yo no había podido soportar que recibiera semejante castigo, así que la ayudé a falsificar la firma de su padre, siempre había funcionado. Luego, durante una reunión de padres y profesores, por curiosidad la maestra de Abril le había preguntado a su padre por los extensivos comentarios que le había dejado a pesar de no haber mejorado su calificación. Fue entonces cuando nos descubrieron.
—La señora Rosa hizo un estofado de carne de cerdo. Dijo que es tu favorita.
"¿Y?
—Te traje un poco. No has desayunado todavía, ¿cierto?
Levanté el estofado, él la miró con frialdad. Entré en la oficina mientras hablaba y la coloqué en la mesa de centro. No era la hora de su próxima reunión. Podía oír la voz de Santiago afuera, Santiago era el asistente especial de Roberto, por lo que los dos compartían una oficina. Ahora que acababa de volver de la sala de reuniones, no tuve oportunidad de colocar el regalo en su escritorio. Me senté en el sofá y no me fui, Roberto golpeteó con los nudillos su escritorio y dijo:
—Ya hiciste tu entrega. ¿Por qué sigues aquí?
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